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sábado, 28 de enero de 2012

Real Madrid 3 Zaragoza 1. La vuelta del buen rollo


Volvió la rutina liguera con victoria y sones de paz. Se anunció a Mourinho por la megafonía y se escuchó una ovación unánime. En el césped de nuevo hubo remontada y los nervios apenas emergieron durante la provisional derrota. De la portada chunga del Marca y de la fractura en la masa social parece no quedar ni el soniquete. La  dignísima eliminación en el Nou Camp ha tenido, por extraño que le parezca a algunos, efectos balsámicos. La historia de la humanidad está llena de derrotas épicas en batallas que fueron esenciales para la victoria definitiva de las guerras. De momento, el 3-1 mantiene la de la Liga en una agradable distancia.
Desactivada la tensión de los clásicos, al Madrid le costó encontrar la electricidad en un ambiente gélido y ante un público tendente a la impasibilidad. Ni siquiera el gol tempranero de Lafita, al parecer un jugador nacido para golear exclusivamente en el Bernabéu, supuso una llamada a la movilización general. Por cierto, la acción llegó por un mal extendido este año en Chamartín y que tiene que ver con un deficiente repliegue defensivo y con desajustes posicionales serios. Los colistas, parapetados en la frontal de su área, invitaban también a sus rivales a tocar durante largos pasajes. Así el asunto, los  blancos se lo tomaron con calma y se asociaron con cierta premura en la circulación. 
Kaká llevó todo el peligro durante los 45 iniciales. Peinó con la cabeza la pelota en un saque de falta que se fue por poco y llegó tarde a una de las escasas contras que propiciaron sus compañeros. A la tercera, sin embargo, no perdonó. Carvalho aprovechó la libertad que le concedieron para subir unos metros y meter un pase visionario. El brasileño tiró un desmarque sobresaliente y definió con seguridad. Solo una falta sacada por CR7 pudo abrir la puerta de los vestuarios con ventaja en el marcador. Con una paciencia que rozaba la parsimonia, con un Özil abundante en detalles y un Benzema anestesiado por sus marcadores mandó Iturralde a descansar a todos los presentes. 
Poco duró en cualquier caso la incertidumbre, si es que era una emoción que algún seguidor blanco llevaba consigo. Uno de los reponsables fue CR7, que empujó el 2-1 tras un pase muy preciso de Özil desde la derecha. Lo celebró con alegría. Y el personal coreó su nombre. Parémonos aquí: si alguien tiene algún reproche para la estrella portuguesa solo una aberrante obcecación puede mantenérselo con vida. Ronaldo ha reaccionado al injusto trato de la grada con una madurez incontestable. Luchador y generoso en el esfuerzo, además de competitivo como siempre. Su respuesta es una de las mejores noticias que puede recibir el madridismo, tan presto -por influencia del entorno sensacionalista- a dejarse llevar por los malos rollos, reales o presuntos. 
Y, además, Özil. El jugón de apariencia frágil ha vuelto y verle jugar es un lujo. Cada pausa, cada recorte y cada entrega poseen una estética sedosa. Por si fuera poco, marcó el 3-1 en las postrimerías de una jugada veloz y precisa de sus colegas. Con una ventaja más cómoda descansó Xabi Alonso, seriamente tocado en su estado físico y con molestias musculares. También abandonó el campo Benzema, que seguramente hizo su peor partido de la temporada. Y Kaká, irregular aunque efectivo, se marchó entre aplausos. 
Las entradas de Lass, Higuaín y Callejón no cambiaron los acontecimientos en demasía. Se vio obligado el Madrid a bajar una velocidad y a ahorrar combustibe, pues el depósito anda regularcillo. Marcelo jugó durante un rato a la pata coja y en el medio del campo porque no le quedaban a Mourinho más sustituciones. Callejón cubrió su puesto en el lateral y con su entusiasmo le sobró para resolver el encargo. Ahora la temporada entra en una de las escasas fases sin citas entre semana. Acumular oxígeno y mantener la concentración son las dos misiones que toca cumplir ahora. Y conservar el buen rollo.

jueves, 26 de enero de 2012

Barcelona 2 Real Madrid 2. El orgullo de un estilo


Un error clamoroso pudo marcar el resultado. De inicio, con unos pocos segundos gastados, Piqué se quedó dormido e Higuaín disfrutó de un obsequio generosamente envuelto con un lacito. Solo ante Pinto, y con varias alternativas para la ejecución, el argentino le pegó malamente a la pelota y la mandó muy lejos de la portería. Hubiera sido un golpe efectivo y simbólico de incalculable valor pero no fue nada más que un mal recuerdo cuando se observa, con pesar, la escasa distancia que separó al Madrid de las semifinales. Cayó el campeón de Copa con una soberbia mezcla de orgullo y talento, sus más profundas señas de identidad. Superó a su prestigioso rival en todo salvo en goles. Acumuló más oportunidades y le metió mucha más inquietud en el cuerpo de la que sufrió. Fue mejor, sobre todo, mentalmente. Salió eliminado pero reforzado. Y mucho. Como reforzada quedó una manera de jugar, valiente y con iniciativa, que jamás debería variarse.
Enumerar las ocasiones que coleccionó el Madrid durante la primera media hora obliga a invertir un buen puñado de frases. A la ya descrita de Higuaín hay que sumarle, para empezar, dos llegadas de CR7 por la esquina izquierda del área: una se marchó fuera y otra murió sobre el cuerpo del  inquieto guardameta azulgrana. Además, Özil mandó un misil desde larguísima distancia y a la salida de un recorte que se estrelló violentamente contra el poste. Al rato, Pinto volvió a liarse y se la entregó a los delanteros madridistas. Higuaín repitió error disparando esta vez contra el muñeco. Uno cuenta y salen cinco, un par más leves, dos muy claras y otra inmejorable. 
Quien interprete los hechos puede acogerse a la mala suerte o a la falta de acierto para explicarlos. Durante 25 minutos el Madrid fue muy superior a su rival, al que maniató y al que obligó a sufrir. La insistencia fue ostentosa en la presión, en la posesión dañiña del balón y en el ataque vertiginoso. En todas las facetas lució y el brillo le hizo perder identidad al Barcelona, que suele dejar a sus rivales a años luz de su marco. Pero, ojo a la revelación, el fútbol es así. Un contragolpe en superioridad conducido por Messi es demasiada ventaja y Pedro certificó lo que Higuaín mandó al limbo. Y, por forzar comparaciones, Alves mandó a las mallas un zapatazo sin que ningún poste lo impidiera. Los locales se fueron a los vestuarios con un 2-0 notoriamente desproporcionado y, visto con la perspectiva merengue, injusto y cruel.
Con la inercia moral de los clásicos lo normal hubiera sido que el Madrid se hubiera descompuesto. Pero no ocurrió. No hay camiseta en el mundo que acumule tanto orgullo histórico. No se rindieron los jugadores blancos, que siguieron con la ejecución del mismo plan. El Barcelona fue incapaz de anestesiar los acontecimientos o de zanjarlos definitivamente con su enorme calidad. El gol de CR7 después de que Özil le diera un pase excepcional sembró la duda. Y el posterior de Benzema, ya en el campo como Granero y Callejón, activó una bomba de desasosiego como no se sentía hace tiempo en el Nou Camp. El francés volvió a demostrar su excepcional clase y no perdonó lo que Higuaín había desechado. Hizo un sombrero mágico en un palmo y remató de forma letal para poner el definitivo 2-2 en el marcador. 
A partir de la igualada el once visitante merodeó las inmediaciones de Pinto con cierta frecuencia aunque no hubo más premio que el de las vibrantes sensaciones. Texeira, prisionero de un ataque de vergüenza por no haber expulsado a Lass en la primera parte, echó injustamente a Sergio Ramos cuando todo se acercaba al final. El gesto, más otros detalles como añadir un corto trío de minutos o no permitir el saque de una falta sobre Benzema, empañaron su actuación. En lo otro, en el reparto de polémicas, posibles penaltis, acciones de Pepe -como sujeto y como objeto- y similares, el duelo también tuvo lo suyo y ya habrá tiempo y espacio para verlo mil veces repetido. Que cada uno elija su visión. 
Siempre es mejor, sin embargo que brille el fútbol. Los noventa minutos fueron estelares, de un nivel sobresaliente. Solo el calamitoso estado de forma de Xabi Alonso es un lunar para examinarlo con detenimiento. El donostiarra va a reventar el cuentakilómetros cualquier día y quizás su falta de energía y de precisión impidió un disfrute mayor de todos, un premio hubiera sido inolvidable. No alcanzar esas cimas de placer no es incompatible con una alegría controlada, pues quedará como recuerdo del último clásico una combinación de dudas azulgranas y de confianza madridista en un estilo al que no hay que renunciar. Y para lo que viene puede ser muy relevante, tanto como para que un empate y una eliminación puedan verse, por las formas futbolísticas, como un positivo punto de inflexión.

martes, 24 de enero de 2012

Que paren el Madrid... que yo me bajo


Un monstruo. Un monstruo autodestructivo y suicida. Un monstruo gigantesco que se devora a sí mismo. Eso es el Real Madrid desde hace demasiado tiempo y lo es en una medida mayor a cada año que pasa. Es muy fácil de explicar. Solo existe una institución deportiva en el planeta Tierra que pueda hallarse en una situación competitiva de liderazgo y transmitir, sin embargo, una imagen de hundimiento estrepitoso. Y es un monstruo otrora modélico al que se conoce por Real Madrid.
Una primera vuelta histórica, con 49 puntos y 67 goles a favor -sí, 67, marca absoluta-, no son nada. Un dato lejano y frío, casi invisible. El pasado domingo, después de cerrar un partido vistoso y enérgico con una goleada al Athletic de Bielsa, las tres primeras preguntas de la rueda de prensa posterior ignoraban que sobre el césped hubiera sucedido nada. Hoy, antesala del que se supone es el mejor partido que se puede ver en el universo balompédico, sigue el ruido. Mou discute con sus jugadores. División. Clanes. El entrenador amenaza con irse. "Don Imprescindible se hace el interesante", títula con grandes caracteres el AS, inquieto por la estela de su competidor, Marca, que prendió la mecha con la famosa portada del domingo. Y el madridismo entregado. Lo dicho, un monstruo. 
En este club, a poco que uno lo mire, casi nada tiene sentido y no queda nadie inocente en tan dolorosa conclusión. No lo es, para empezar, Florentino Pérez, presidente entregado a los aledaños frívolos y huidizo del balón. Su estilo, con presentaciones megalómanas y fuegos artificiales, no es ajeno al sainete. Quizás sea, incluso, su semillero. Los despidos fulminantes de entrenadores, el dineral dilapidado, los Zidanes y Pavones y el discurso contrario, Valdano sí, Valdano no, Valdano sí, Valdano no. Bandazos. Ostentosa declaración de que no hay un plan. 
De la mano, la prensa. Aquí hay tomate cambió el paradigma. No inventó uno nuevo el programa, claro, pero con su éxito se reforzó la gran mentira: es noticia lo que interesa y lo que da que hablar. Y no. La libertad de información es un derecho sagrado, tanto que los profesionales tienen una obligación con el servicio público. Ojo, que servicio público y servicio al público no son lo mismo. A veces, de hecho, son lo contrario. No es más noticiosa una bronca por el impacto que genera su conocimiento. El desacuerdo entre un ejecutivo y un subordinado es, bien mirado, pura rutina en el mundo profesional. Lo es también el distanciamiento entre técnicos y jugadores en todas las modalidades deportivas, de todas las categorías, de todos los vestuarios, de todo el mundo. Sin excepción. 
El objeto relevante de discurso del periodismo deportivo debería ser el juego. Lo demás es colorín, necesidad de relleno o puro sensacionalismo, por muchos ingresos que genere y por mucho que marque la agenda y las charlas de barra y pincho de tortilla. Esas charlas a las que se entrega una opinión pública cautiva y desarmada, dispuesta a entrar al trapo y a considerar los regates y los goles elementos subsidiarios. Ay, la afición del Madrid. Ay, ay, ay. Irreflexiva, alejada de la autocrítica y de su rol principal, movida a golpe de discurso ajeno. Entretenida en el clima guerracivilista de las posiciones predeterminadas y, a lo que parece, complaciente con el escenario de cambios permanentes de entrenadores, de deportistas, de dirigentes o de lo que sea. Deseosa de promesas y de marcha. De cotilleos, de fichajes confirmados que no llegan, de droga barata. 
Todos, incluido Mourinho, engordan a la bestia. Las salidas del tiesto, las alusiones crípticas, los dedos agresores o la justificación cínica de acciones injustificables -Pepe, un suponer- no señalan ningún camino que sea bueno. Aumentan la fractura y facilitan munición a quien hace negocio con el escándalo porque un día despide a Pellegrini, al siguiente declara la condición divina de un entrenador portugués y al otro lo nombra propietario de las llaves del Averno. No hay memoria. La gente, el lector, el oyente, el consumidor, se mueve a golpe instantáneo de estímulo. Y no lo tendrá en cuenta. Así estamos.
Este Real Madrid no tiene salvación. Quienes se relacionan con él viven instalados en el sobresalto perpetuo. Su código de conducta es el alboroto incontrolable. Nadie se para, además, a pensar. La pelota dejó de mandar hace demasiado tiempo. Basta con detenerse un segundo y analizar lo que ha ocurrido sobre el césped durante la primera mitad de la temporada. ¿Qué ven? Goleadas, buen juego en general y dos sopapos del equipo que mejor juega al fútbol desde hace años. ¿No lo ven? Es probable, ya que tienen delante una humareda negra y espesa, nacida de un fuego que todos alentamos para que el monstruo se abrase en él cada poco. Una presentación galáctica y tres portadas tamaño sábana y lo resucitamos. Después, lo volvemos a destruir. Y así siempre. Pues que os aproveche. A vosotros y al monstruo suicida. Esto no debería ser mi Madrid.
Me dan ganas de bajarme.

lunes, 23 de enero de 2012

Real Madrid 4 Athletic de Bilbao 1. Fútbol contra el cotilleo


El Marca agitó el domingo. Sabedor de que su altavoz es muy sonoro y de que al Madrid le rodea un tremendismo incontenible, alguien en los despachos nobles del diario decidió dar a todo trapo una presunta discusión entre Mou y Sergio Ramos. Con entrecomillados y palabras textuales, o eso parecen. El madridista dominguero lo tuvo todo el día en la cabeza, pues a quien le toca crear la agenda informativa prefiere el chisme al fútbol. Había, no obstante, un partido en la noche de La Castellana, otro clásico liguero que se suponía apasionante dado el carácter del Athletic de Bielsa. Y por mucho que al Marca le interesara bastante menos que el gallinero del cotilleo, la cita futbolera acabó brillando con un espectáculo de lo más vistoso, redondeado con un 4-1 muy meritorio.
Del buen juego que se vio en la mayor parte de los noventa minutos fue muy responsable el equipo vizcaíno, siempre eléctrico y ambicioso. Se le puso el partido de cara gracias a un gol de Llorente, que finalizó un contragolpe vertiginoso de sus compañeros. Enfrente tenía, sin embargo, a un once diseñado por Mou en mayor medida para el toque que en duelos anteriores. Granero fue el compañero de Xabi Alonso y por delante se agruparon Kaká y Özil, con CR7 de falso delantero y Benzema de móvil referencia en punta. La aparente orfandad en las bandas la suplió Marcelo con una actuación muy completa y plagada de certeras incorporaciones.
Con semejante planteamiento podía pasar de todo. Y así fue. El empate llegó gracias a una cadena de asociaciones en la frontal del área y en la que participaron Özil, CR7, Benzema -con un toque espectacular- y Marcelo, que terminó anestesiando el sufrimiento. A punto estuvo de volver el dolor pero Llorente erró con su pierna izquierda una ocasión muy parecida a la que abrió el marcador. Sufrió el Madrid en defensa, incapaz de replegar correctamente en varios lances. A esa imagen frágil en defensa colaboró un Xabi Alonso fundido y muy errático en la salida de la pelota durante el primer tramo del duelo. Pero, con todo, también llegó con frecuencia la escuadra merengue a las inmediaciones de Gorka, por ejemplo en una internada de Kaká que acabó con la reclamación de un penalti.
Lo mejor llegaría en la segunda mitad. El posible vuelo de algún punto empezó a dejar de ser una sospecha nada más reanudarse el envite. Iturraspe agarró con ingenuidad a Kaká dentro del área y el generalmente inhibido Mateu, por una vez, pitó. Cristiano mandó un derechazo inapelable a la escuadra derecha y no falló, tampoco, otro penalti posterior que forzó Özil y que supuso la expulsión de De Marcos. Özil y CR7, los dos, tuvieron una actuación llena de coraje y de entrega, tanto en ataque como en defensa, lo que suele ser menos habitual. 
No le faltó ni un solo gramo de compromiso al Madrid, virtud que el Bernabéu siempre premia. Granero y Kaká se retiraron entre aplausos. También fue ovacionado Callejón, que cerró el 4-1 en otro ejercicio de efectividad. Además, Higuaín remató al palo y el Athletic pudo llevarse un correctivo mayor, lo cual habría sido seguramente injusto. Pudieron reducir la ventaja los vascos si el árbitro hubiera castigado a Sergio Ramos con un penalti sobre Ibai Gómez. No fue así y de nuevo, el equipo blanco demostró una pegada brutal, lo cual le ha llevado, entre otras virtudes, a acumular unos números brutales en una primera vuelta ya cerrada. 
Nada parece normal en esta máquina a veces monstruosa que es el club más dimensionado del deporte profesional. Líder, con cinco puntos de ventaja y una cantidad estratosférica de goles todavía había gente en la grada entretenida en vitorear o en silbar a Mourinho. Gente que lee la prensa, claro, un gremo que tiende a dimitir de su obligación principal para centrarse en el chisme esquinero. Parece que la media temporada liguera que ha hecho el Real Madrid no es la noticia del día porque venden más los malos rollos y las historias oscuras de vestuario. Menos mal, sin embargo, que a los amantes del juego les queda para la retina otra noche brillante con aroma a césped, que siempre debería ser lo que más importa en todo esto. Pues eso.

jueves, 19 de enero de 2012

Real Madrid 1 Barcelona 2. La muerte pequeña


Los aficionados que pensaban que las distancias entre Real Madrid y Barcelona se habían reducido han sumado ya la enésima respuesta. Volvieron a ganar los azulgranas en el Bernabéu, templo sagrado que en cada clásico sufre el sacrilegio de la resignación. Cuando un once modifica sus códigos habituales solo contra un rival y el otro los mantiene siempre no hay más que sumar dos más dos. Jugar contra el Barça se ha convertido ya en una simple elección: de qué manera mueres. Mourinho decidió hacerlo de una forma pequeña, acomplejada y en las antípodas de los genes históricos del club. Uno no reconoce a su equipo, el de siempre, entregando la pelota, aculado, atacando a balonazo limpio e iniciando la defensa casi en su propio campo.
La alineación de Mou ya era una declaración de intenciones. La caída tendría lugar con Altintop en la banda derecha y con Carvalho en el centro de la defensa, dos gladiadores que apenas han sumado minutos de competición en lo que va de temporada. Coentrao ocuparía el lateral izquierdo y Pepe, ay, una parte significativa  del centro del campo. El Barcelona, por contra, no varió un ápice su propuesta de hace unas pocas semanas en su visita liguera. Volvió a monopolizar la pelota, con un sentido del peligro que creció a medida que avanzaba el partido. La acumulación de anfitriones, sumada a una evidente tensión defensiva, entorpeció la fluidez azulgrana durante el segmento en el que pueden durar esos estilos.
Y eso que, una vez más, el Madrid se puso por delante.  En una de las subidas de Alves, CR7 le pilló desprevenido, encaró a Piqué, buscó el lado izquierdo y batió a un indeciso Pinto por debajo de las piernas. Lo celebró el portugués con cierta rabia. Fue Ronaldo, además, el único que lució alguna virtud destacable, al menos en los tramos iniciales. Comprometido, ayudó a Coentrao durante toda la primera mitad. Su compromiso resultó evidente en una banda larguísima que recorrió a velocidad de vértigo en la media docena de latigazos que protagonizó junto a sus compañeros. Un par de ellos llegaron a amagos de ocasión. Sin embargo, las oportunidades reales las tuvo el Barcelona en un cabezazo al poste de Alexis Sánchez y en un par de llegadas en el segundo palo de Iniesta y de Messi. Cuando lo necesitó su equipo, además, apareció Casillas, aunque tampoco los milagros son eternos. 
La reanudación demostró que los principios que esgrime el Madrid contra el Barcelona no le sirven con el marcador a favor y son de una naturaleza ínfima cuando está en contra. Los detalles quisieron que el empate llegara en un saque de esquina en el que Pepe, ay, se quedó mirando a Puyol, que se dio un homenaje. Peores fueron las sensaciones posteriores. Los blancos se entregaron a una impotencia contagiosa para el seguidor merengue, que asistía a un espectáculo atroz. Marcó Abidal el gol de la victoria como pudo hacerlo cualquier otro, pues los visitantes tocaban y tocaban con una velocidad y un ritmo excepcional en los desmarques. Eso solo era doloroso. El espectáculo atroz, ay, lo puso Pepe, empeñado en ensuciar su imagen y, ya de paso, la de la gloriosa institución que le paga. Pisó de forma cobarde a Messi y añadió a su catálogo de bajezas algunas simulaciones. Representó el defensa luso todo lo contrario a una muerte digna. 
Por otro lado, la entrada de Özil y de Callejón no supusieron ningún cambio de orientación en el juego. La muerte del Madrid llegó de forma nada épica. Cuando tenían que remontar, las camisetas blancas seguían persiguiendo sombras jugonas. Todos los que saltaron al césped jugaron, de nuevo, desde la renuncia a sus cualidades principales. Eso no le sucede a este grupo nunca, contra ningún oponente, salvo contra uno. Es muy evidente lo que hay. Y solo quedaría tristeza si no fuera porque la manera tan poco edificante de morir añade una depresión profunda.

sábado, 14 de enero de 2012

Mallorca 1 Real Madrid 2. Higuaín arregla el bajón


Higuaín. Higuaín no desconecta. Higuaín no se rinde ni se resigna. El argentino, oscurecido por las lesiones y por la evolución de algunos de sus compañeros durante el final de la temporada pasada y el comienzo de la presente, no consintió que la distancia de cinco puntos se recortara en una semana. Hubiera sido un golpe emocional para todos y, por desgracia, a punto estuvo de ocurrir. Hizo méritos el Real Madrid durante una larga e inaceptable siesta a la que se abandonó durante una hora. Gastados sesenta minutos todavía caía el líder en el Iberostar Estadio, o como se llame ahora ese campo que suele ser sinónimo de incomodidad. Higuaín, sin embargo, puso lo que hay que poner para empatar y algo más para iniciar la jugada decisiva, finiquitada por Callejón.
Un duro coqueteo con el bochorno precedió a ese instante de éxtasis y alivio. El rato de vergüenza no lo fue solo por ausencia de criterio futbolístico, que desde luego, sino sobre todo por una asombrosa falta de actitud. Desganado y falto de concentración, el once madridista deambuló por el césped como un moribundo que no siente el más mínimo deseo de vivir. El gol del Mallorca que le dio ventaja al descanso fue un perfecto reflejo, para empezar por la concesión de un saque de esquina innecesario. Después, los bermellones hicieron con absoluta tranquilidad un dos contra uno en el saque, generaron superioridad en la jugada desde el inicio y mataron a Casillas ante la dejadez de sus rivales, que contemplaban los hechos como estatuas. 
Más o menos así habían sido los minutos anteriores. Tanto en ataque como en defensa el Madrid parecía de paseo. Sin tensión, se vio injustificadamente apremiado cada vez que dos o tres atacantes mallorquines tenían la intención de llegarle arriba. Titubeaban los centrales y naufragaban los mediocentros, Lass y Xabi, que protagonizaron un ejercicio de impotencia atroz en la contención y en la fábrica de juego para sus compañeros más avanzados. 
Después de quemarse por jugar tanto con un peligroso fuego reaccionaron los jugadores dirigidos por Mourinho. Un remate de cabeza de Sergio Ramos pudo darle el empate antes de marcharse a los vestuarios para recibir la dura reprimenda de su entrenador, que hablaría sin duda con parecido enojo al de cualquier seguidor con ojos. Las camisetas rojas llegaban siempre antes a la pelota por puro orgullo y se la llevaban por incontenible ambición. Justo lo que al Madrid hay que exigirle a raudales si quiere llevarse esta Liga. 
La segunda mitad arrancó con la entrada de Higuaín por Lass. Y no tardó Mourinho en tirar todos los muebles de la casa por la ventana al dar entrada a Kaká y a Coentrao, sustitutos de Arbeloa y de Marcelo. La reacción táctica de Mourinho tuvo otra vez incidencia en el cambio de las circunstancias. Los blancos acumularon jugadores de talento y movilidad por delante del balón y empezaron a generar situaciones de superioridad, aunque no muy nítidas, en ataque.
Un preciso instante giró la lógica emocional del envite. Özil vio uno de esos pases que sólo están en su punto de mira e Higuaín porfió con tanta fe que el esférico, tras rebotar en un defensa, acabó en las mallas baleares. El empate cambió el escenario. El Mallorca se sintió acogotado y se aculó aún más, sobre todo cuando CR7 mandó un misil desde su casa que casi revienta el larguero. Pasaban los minutos y los visitantes sumaban síntomas para llevarse la victoria. 
Y llegó. Fue Higuaín el que se empeñó en pelear un balón dividido en el área y el que inició un lío que continuó Benzema y que remató Callejón con un disparo mordido que despertó millones de ronqueras por la importancia simbólica y pragmática de los tres puntos. El chaval, que no había cuajado una actuación ni siquiera notable, se tocaba y besaba con pasión el escudo. Al sentimiento de la celebración Mourinho le sumó una de esas escenas que le retratan como un obseso del trabajo. Sin concesiones a la alegría se fue a por Pepe y le entregó un papel que reordenaba a un bloque orgánicamente descompensado. Evidentemente lo tenía planificado. Cada cual puede pensar de él lo que quiera pero una cosa es segura: el portugués siempre tiene un plan. O dos.
Ya con el triunfo en el zurrón la memoria podía entretenerse en un flojo arbitraje que dejó varias ocasiones para la polémica. Se equivocó a veces Pérez Montero y lo hizo en contra de los dos. Poco se puede escarbar ahí, pues cualquier explicación a lo sucedido pasa por los defectos y por las virtudes madridistas ya que el Mallorca siempre puso rigor, orden y carácter. Fue el Madrid el que pasó de la desconexión a las ganas. Y en esa faceta muy pocos jugadores en el mundo pueden compararse con un tal Gonzalo Higuaín.

miércoles, 11 de enero de 2012

Málaga 0 Real Madrid 1. La fría antesala del clásico


Habrá clásico. Otro. Será la semana que viene y será porque el partido copero de vuelta en La Rosaleda demostró que el Real Madrid superó la eliminatoria durante su épica remontada de la ida. Tuvo el Málaga entonces la posibilidad de mandar a la lona al campeón con un 0-2 sorprendente y regresó a casa con una derrota. Demasiado para el cuerpo cuando existe una diferencia tan notable de potencial. Pasaron los blancos, que vistieron de negro en un duelo sin alegrías y sin ningún fiestón de calidad. Pero pasaron. Y habrá clásico.
El enfrentamiento estuvo casi todo el rato parejo e indefinido. Durante la primera mitad el Madrid vivió en un permanente atasco ofensivo, propiciado especialmente por un trivote que anuló la fluidez de Xabi Alonso y al que sumó importantes dosis de espesura un tal Kaká. El brasileño volvió a la titularidad y otra vez fue sustituido al descanso. Oportunidad renovada y medida inmediata en cuanto no se está a la altura de las circunstancias. Mourinho dejó otra muestra sonora de que no se casa con nadie y, por otro lado, vio lo mismo que millones de seguidores: la actuación de un jugador estéril, lento y ninguneado por las circunstancias. 
De todos modos, Kaká no fue el único responsable de 45 minutos que rozaron la mediocridad. El juego colectivo era tan anodino que dejó como único fruto un tiro peligroso entre los tres palos, sacado por Willy Caballero y que tuvo como epílogo una fea lesión de Khedira. El bagaje fue pobre en ataque, aspecto en el que el Málaga tampoco brilló demasiado, al menos en cuanto a ocasiones se refiere. Merodeó, eso sí es verdad, las inmediaciones de Casillas, exigido en un zurdazo seco de Eliseu. Hubo pasajes de agobio malacitano aunque poco riesgo real. Y quedaron para la retina algunas perlas de Isco, futbolero en toda regla, uno de esos tipos que le generan mágicas expectativas al paladar más refinado.
Así las cosas, la reanudación trajo mucho misterio y nervio dado lo apretado de la eliminatoria. Al menos fue así hasta que llegó el tremendo regalo de Willy Caballero, que protagonizó una pifia monumental a disparo raso y débil de Benzema. El delantero francés casi acababa de entrar en el campo y disfruta uno de esos periodos en los que si acude al casino revienta la banca. 0-1 y se acabó. Antes de eso, Özil ya había demostrado que su fragilidad e intermitencia no es obstáculo para superar de lejos el rendimiento de Kaká. Le dio al equipo criterio y pausa. Posesión y unas dosis, aunque tampoco excesivas, de desequilibrio. Además, y todavía con el incierto empate, CR7 no marcó de cabeza y a tres metros de la portería por culpa de Willy Caballero, sublime antes de su estruendoso naufragio. 
Poco hubiera quedado de reseñable si no hubiera sido porque Arbeloa, ya tarjeteado, terminó viendo la roja por una chiquillada que no venía a cuento. A esas alturas, en las postrimerías, todo lo que sucedía se interpretaba con la gigantesca lupa del clásico que se nos viene. Otro más. El Madrid tendrá que afrontarlo sin Arbeloa y seguramente sin Khedira, lo cual obliga a algún enjuague raro del tipo Coentrao en el lateral derecho si es que Sahin sigue en su misterioso ostracismo. Todavía se estaba jugando un partido, pero los arreones finales del Málaga no supusieron ningún sufrimiento porque cualquier madridista andaba ya pensando en abrocharse el cinturón.

sábado, 7 de enero de 2012

Real Madrid 5 Granada 1. Manita y preocupaciones


Se le leía la ilusión en la mirada a los miles de granadinos que habitaban las gradas. Desde los tiempos en blanco y negro su equipo no visitaba el estadio más mítico del fútbol europeo. Se les notaba el placer, casi infantil, en los ojos. Unos ojos que tuvieron que ver cómo su guardameta recogía el balón de la red hasta por cinco veces. Ganó el líder por goleada pero terminó contagiando unas sensaciones extrañas en su parroquia, apabullada en su casa por 5.000 voces y entretenida en silbar a su jugador franquicia, que acumula unas estadísticas tan descomunales como incomprendidas. A un observador imparcial y externo le parecería, sin duda, que el madridismo tiene al enemigo en casa. Pero vayamos por partes.
El primer tiempo del Granada lo definió el ánimo y el del Madrid la intermitencia. Arrancaron enchufados Xabi Alonso, Özil y Benzema, mientras que Marcelo y CR7 creaban frecuentes dolores de cabeza por la banda izquierda. No duró demasiado. Los visitantes se acumulaban en la frontal de su área con una eficaz mezcla de rigor y empuje atlético. Y cuando rompían la primera línea de presión llegaban a las inmediaciones de Casillas con excesiva facilidad. En ese sentido, los blancos mostraron una preocupante descoordinación entre líneas y la zaga terminó defendiendo varias acciones en igualdad numérica respecto a los desafiantes y veloces delanteros de la escuadra andaluza. 
Pero las cosas son como son. Al descanso daba la impresión de que el Granada estaba haciendo el partido de su vida y de que el Madrid seguía sin pillarle tampoco el ritmo a la Liga. El resultado, sin embargo, era de 2 a 1. El gol inicial lo hizo Benzema, que culminó una negociación previa entre CR7 y Özil, con un pase en semivaselina de uno y un taconazo venenoso del otro. Prueba de que el once andaba un poco desenchufado es que solo tres minutos después el marcador ya reflejaba un empate. Uche le hizo un lío a Marcelo y le puso un centro medido a Rico, que despertó el éxtasis de sus seguidores. La energía positiva puso además al Granada en la antesala de una victoria provisional, cuando la zaga madridista defendió andando una aproximación finiquitada por Rico y que salvó Casillas de forma milagrosa. Así las cosas, cuando más molesto se estaba volviendo el duelo y tras jugarse la roja en lamentable simulación de Nyom, Ramos le dio la ventaja a los suyos a la salida de un saque de esquina. Dos zurdazos, uno de Uche y otro de Benzema, serían las únicas invitaciones al gol que restarían antes del refrigerio.
Lo verdaderamente duro para los visitantes fue el 3-1, obra de Higuaín nada más reanudarse el encuentro. Tanto esfuerzo y tanto compromiso se fueron a pique al mínimo despiste, aprovechado por un argentino que sólo se hizo visible para matar dentro del área cuando los demás se descentraron. Y en breve, la puntilla: Özil mandó un pase teledirigido al pie de Benzema, que encaró al portero y certificó su doblete. Una vez más, la pegada brutal de los hombres de Mou destrozaba a un oponente que había puesto todo lo que tenía. 
El partido entró en una creciente agonía. El Granada no se quebró y el Madrid se dejó llevar.  Lo único noticioso que quedaba por suceder era una lesión, una llamativa ausencia y un cabreo. Poco después de su segundo gol, Benzema se dejó caer al suelo y se quejó de un golpe en el tobillo. Su peso en el equipo y la escasez de delanteros puros dispararon todas las alarmas. Otro asunto reseñable fue lo de Sahin. Con el duelo definido y con la necesidad de que acumule minutos de competición, el mediocentro turco no pisó, una vez más, el césped de La Castellana. Es como para ir extrañándose. Además, faltaba el elocuente gesto de CR7, autor del quinto y propietario de un soberano cabreo. El portugués, pitado de nuevo por buena parte de la afición, regresó andando y serio a su campo. Mucho ojo porque da la impresión de que su paciencia se agota... y con razón si uno mira el inhumano rendimiento que demuestran sus incontestables cifras. En esas preocupaciones, de gran hondura a poco que uno se entregue a ellas, se podía entretener el madridista mientras los seguidores granadinos seguían haciéndose sentir a pesar de la goleada y ante la mudez del socio capitalino. Cada loco con su tema, que se dice en estos casos.

miércoles, 4 de enero de 2012

Real Madrid 3 Málaga 2. Resaca y borrachera


Cuando el equipo y la grada entran en ebullición el Bernabéu es uno de los lugares más excitantes del planeta. Casi siempre sucede como fruto de la pura necesidad. El Madrid se mete en un lío, el rival se porta con sabiduría y el árbitro enreda un poquito. Con poco margen de tiempo, al entrenador le da por meter en el césped a los mejores. Cae el primero. El seguidor se lo cree. Y se culmina la remontada. Así ha ocurrido en múltiples ocasiones y así sucedió en la ida de los cuartos, con un Málaga ganador al descanso por 0-2 y con la triple entrada en la segunda mitad de Khedira, Özil y Benzema. Acertó Mou porque los tres protagonizaron un espectáculo memorable. Y el Madrid cambió el orden natural: de la resaca pasó a la borrachera. 
El reinicio de la temporada fue durante 45 minutos un cóctel letal. Todos los ingredientes se confabularon para crearle al madridismo una jaqueca temible, adquirida casi sin notarlo, sin duda la peor variante de tan ladino malestar. Bastaron dos escenas de dimisión de la defensa blanca en sendos saques de esquina. Uno añadiría que se defendió el asunto a la antigua usanza si no fuera porque así ha sido hasta antesdeayer, concretamente hasta la llegada de Mourinho. Sergio Sánchez y Demichelis casi gozaron de tiempo y espacio como para posar en la foto cuando goleaban. Casillas colaboraba con especial empeño en el segundo tanto al salir a despejar de forma ronrojante. En fin, mejor no recrearse en la descripción de los detalles. 
Además de la gravísima y doble dejadez, el once blanco se cortocircuitó por algunos flancos habituales. Lass entró en juego todo lo que no participó Xabi Alonso, con los nefastos réditos de siempre. Con el francés lanzando la presunta ofensiva, Kaká se enceló en conducir, conducir y conducir. Nada. A todo eso, Higuaín permaneció inédito y se echó en falta la participación asociativa  de Benzema. Solo faltaba que Texeira diera una lección magistral de equivocaciones en el reparto de las faltas, una de las cuales se enquistó hasta el desenlace de Demichelis. Todo pintaba fatal.
De espaldas a la cámara, Khedira, Özil y Benzema saltaban espoleados al tapete. Lass pasaba a la banda derecha y reemplazaba a Arbeloa. Callejón y Kaká se quedaban en el vestuario. Y el  Madrid pasaba a comportarse como si quedaran 45 minutos de eliminatoria en lugar de 135. No es que le saliera bien, es que tuvo media hora de una levantisca que a punto estuvo de llevarse por delante hasta el último pelo de los jugadores malacitanos. 
Primero las claves y después los goles: Khedira liberó a Xabi, que recuperó el idilio con la pelota. El alemán se sumó a las rupturas en vertical y añadió factor sorpresa. Al mismo tiempo, Benzema ponía sus prestaciones individuales y multiplicaba a sus colegas moviéndose por todos lados y tirando toda suerte de paredes. Özil ponía la calidad que no supo poner su colega brasileño. Hasta Higuaín salió del letargo. Todo empezó a pintar mucho mejor. 
Colaboró también el equipo visitante, eso es verdad. En primer lugar, no supo despejar una pelota que se llevó Khedira por empeño y potencia, cualidades que adornó con un disparo implacable. Solo un minuto después Sergio Sánchez le hizo un obsequio a Higuaín, que el argentino agradeció empatando el duelo. En solo un minuto, el Madrid se agigantó y el Málaga se convirtió en un gurruño. Siguiendo el símil del título, que para eso se lo curra la neurona de la metáfora, los madridistas le pusieron a su gente una copa tras otra. La victoria solo era cuestión de tiempo y la logró Benzema tras una maravillosa asistencia con la espuela de Higuaín. Por momentos, el graderío entró en éxtasis. Se acumularon las ocasiones y el 4-2 estuvo muy cerca de subir al marcador. No sucedió por centímetros, sobre todo los que evitaron que la tijera goleadora de Cristiano en el 46 no fuera válida por fuera de juego. Quizás hubiera sido demasiado. Con todo, una alegría embriagadora se llevó consigo el madridismo, al menos hasta la resolución definitiva de La Rosaleda. Que haya más rondas por aquellos lares.