Hay gestos que lo cambian todo. Acciones inesperadas y audaces en las que alguien arriesga la vida para abrir las puertas de la gloria. El tema va más allá del objetivo cumplido, pues lo que queda para siempre es la rúbrica. Sergio Ramos fue el autor de uno de esos arrebatos históricos en las semifinales contra Portugal y despejó el camino para una clasificación que ya no podía resistirse. Tras su penalti a lo Panenka lo lógico es que Alves se empotrara contra un larguero que escupiera la pelota y que Cesc se diera contra un poste que embocara la suya. Antes Casillas había sumado su parte del trabajo atajando una pronta ventaja portuguesa en la tanda. El azar premió a la selección española por muchos motivos pero especialmente por uno de esas ocurrencias insólitas que lo cambian todo.
Hasta entonces el combinado nacional le había dado a su parroquia más de lo mismo: noventa minutos sin profundidad, morosos en ataque aunque poco sufridos en defensa. Solo la prórroga destapó un juego más vertical y ambicioso, dañino sin duda y merecedor del gol. Hubo que esperar al 105 para que Jordi Alba le pusiera un centro medido a Iniesta, que casi celebraba el tanto cuando Rui Patricio sacó una mano colosal. En el largo rato precedente no hubo un solo uy. Igual que ante Francia -un equipo mucho más frágil que el portugués- los chicos liderados por Del Bosque se entretenían en la asociación estéril. Ni siquiera llegaron a dominar el balón como en otras ocasiones. Si uno prescinde de la pasión y se centra en el análisis la conclusión no puede ser otra que la ausencia permanente de peligro. Y eso que ayer se jugó de partida con un nueve nato gracias a la alineación de Negredo, que estuvo peleón y poco más.
Por suerte y por desgracia, según te vaya en el invento, el deporte de alta competición está tejido también con otros mimbres. El empuje o la familiaridad con la tensión, por ejemplo. Portugal tiene lo primero aunque anda cortita de lo segundo. Fue capaz de anular las virtudes de un rival que impone mucho por la estrella que porta sobre el pecho pero apenas puso en liza las propias. Cristiano, su máximo estandarte, apareció poco porque escasas fueron las veces en las que le buscaron sus compañeros para las salidas al galope. Cuando sí ocurrió se dio de bruces con el oficio de la defensa hispánica, que a falta de un virtuosismo perdido ha ganado mucho en el manejo de las claves pragmáticas cuando se deciden los envites.
Poco más se puede reseñar. Bueno, la tensión sí. Hubo por doquier, con entradas al límite y varios piques en los que se vieron envueltos atletas con las dos elásticas. Ese punto de rivalidad nunca traspasó lo admisible y se vio en ambos bandos, lo cual habla también positivamente del carácter de los vigentes campeones del Mundo y de Europa. Un carácter que solo se transformó en superioridad cuando, metidos en la prórroga, la falta de fuerzas convocó a la calidad. Ahí emergieron Pedro y Navas, jugadores de refresco y dos puñales que restaron anchura y sumaron verticalidad.
Mereció más España en esa fase, si bien nos hubiera escamoteado una de las escenas de nuestra vida. Sergio Ramos, con los penaltis empatados, agarró con decisión la pelota y la colocó sobre el punto fatídico. Millones de personas aguardaban la fatalidad del sevillano y muchos de ellos preparaban el ingenio para hacerle el prestigio jirones. Este país es muy cruel con el que lo intenta y fracasa. Está mucho más vigente la crítica del que jamás se pega el arrimón que la entereza del que se juega el pellejo. Afortunadamente, quedan tipos con arrestos que, sin haber visto jamás a John Wayne o a Humphrey Bogart, saben que a veces toca hacer lo que casi nadie quiere hacer. Con una mezcla de arrojo y de necesaria inconsciencia, Ramos acarició el esférico a lo Panenka y lo alojó en el centro del marco luso. De no haber acertado se hubiera convertido en el referente de todas las bromas crueles de su patria por los siglos de los siglos. Y acertó. Solo se ha visto una cosa igual en el panorama nacional y el propietario es el caballo que la estatua de Pizarro tiene en la Plaza Mayor de Trujillo. A veces las puertas de la gloria también se abren así. Esta España sabe ganar por pelotas.
Felicidades Michi, como siempre has estado "sembrao".
ResponderEliminarPara algunos que no hayan estado en la plaza mayor de Trujillo y contemplado la estatua ecuestre de Pizarro, diré que el caballo está dotado de unos COJONES ASI DE GRANDES, como los Sergio Ramos Ramos tirando ayer el penalty, que grande eres Ramos. Espero que circule ahora por las redes sociales este penalty, como en su día hicieron con el que falló contra el Bayer.
AUPA ESPAÑA, a por la tercera.
Decir que Sergio Ramos tiene cojones es una injusticia, porque Ramos es, sin duda, uno de los mejores centrales del mundo, y uno de los mejores laterales derechos del mundo. Y tiene toque, colocación, fuerza, concentración y, ahora sí, cojones. Pero con los cojones no se gana, eso de la furia española se demostró que era una estafa.
ResponderEliminarLo que me admira de Ramos, de este Ramos de la selección, es lo bien que hace los rondos con Piqué, Arbeloa, Alba, Alonso, Busquets... Al final del partido con Portugal, Arbeloa robó un balón en el córner y se pusieron a sacarlo entre él, Ramos y Piqué como si no les fuera la cosa.
Yo los partidos de España los veo con menos tensión que los del Madrid, no me emocionan, no "me pongo nervioso", y, por lo tanto, puedo verlos con más objetividad. Y no estoy de acuerdo con lo que dice Michi. No creo que la culpa por la falta de llegada fuera de España, sino del trabajo defensivo de Portugal. Estuvieron todo el partido corriendo como locos y llegando a los límites de fuerza del ser humano, en el prórroga ya no les quedaban y apareció España, además de los brillantes cambios de Del Bosque.
Por último, me extrañó la poca presencia de Cristiano. Lo de la ronda de penaltis me dejó preocupado. Pensé que tenía miedo, que no tiene lo que tiene Ramos. Pero después de leer ayer a Solari en el país, creo con él que quiso tirar el quinto penalti para salir en la foto. No sé si es peor una cosa que la otra.