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miércoles, 29 de diciembre de 2010

Mourinho y la prensa deportiva


Anoche murió CNN+ España, sustituido por el canal 24 horas de Gran Hermano. Casi a la misma hora en la que se perpetraba el enésimo retrato de la degeneración colectiva -trazado  en este caso por Paolo Vasile, Juan Luis Cebrián y los millones de españoles que han dimitido de su condición de ciudadanos- las radios deportivas echaban humo con la enésima entrega del culebrón Mourinho anda suelto. En Punto Pelota repetían una y otra vez las imágenes del protagonista en un aeropuerto, a cámara lenta y con zoom digital para subrayar el mensaje. Las palabras de los analistas brotaban de forma acelerada en Intereconomía y en otros medios. Que si la había liado parda en Barajas, que si había intentado agredir a varios fotógrafos, que si el Madrid no puede permitirse una imagen así. Bla, bla, bla. En algunas tertulias  las opinones se proyectaban a grito pelado. Como si eso diera más sustancia al argumento. ¿Argumentos? Hace demasiado tiempo que desaparecieron del periodismo deportivo patrio en favor del puro ruido.
Que CNN+ España caiga sobre el suelo cautiva y desarmada y que los comunicadores supuestamente especializados en asuntos futboleros llenen minutos, páginas e imágenes con la interpretación de hasta el último gesto de un entrenador son dos cuestiones íntimamente relacionadas. El espectáculo sustentado en la pura anécdota, en el vacío y en el exabrupto efectista lo contamina todo. Es evidente que la inteligencia es una materia prima en vías de extinción en el paisaje mediático, ese universo emponzoñado en el que las técnicas de la prensa amarilla o rosa -elijan el color que más les apetezca- lo han impregnado todo. Incluido, por supuesto, el honorable mundo del deporte.
Así las cosas, lo cierto es que Jose Mourinho se ha convertido en un valor seguro del mercadeo cotilla al que se entregan nuestros queridos periodistas, esos sujetos que habitan las tertulias del vocerío sin sustancia. Mou es la Belén Esteban del imprevisible esférico. Alguien de quien se puede rajar todo y más. Como personaje no tiene precio. Es antipático, malencarado, fanfarrón. Tiene vitola de triunfador, por lo que verle caer constituye una trama sumamente atractiva. Y apedrearle en su caída lo es mucho más. La única diferencia con la Esteban es que, con todos sus defectos -que ponen en duda, incluso, su idoneidad para ocupar el banquillo que habita-, Mourinho es un profesional. Un tipo formado y estudioso que calcula estrategias, motiva a unos deportistas de elite y toma decisiones en las que se juega su prestigio. La otra... en fin.
Vamos a decirlo sin más rodeos: que Mou llegue fuera del horario previsto a un aeropuerto NO ES NOTICIA. Y convertir el episodio en tal es un escándalo que empobrece el sentido de una profesión bajo mínimos que está contribuyendo al deterioro de la imagen de la institución madridista. Suena mal, pero suena mucho peor que el ruido de fondo esté alimentado por los máximos responsables del club. A la espectacularización rosa del detalle y a la explotación del morbo hay que sumarle el cruce de intereses de unos y de otros. Intereses cómplices, por desgracia. La prueba es concluyente: 


La portada es histórica, no tanto por su mensaje -que también- sino por el hecho de que ponía fin a una grosera campaña de desprestigio que gozó del silencio cómplice de los despachos nobles de Concha Espina. No se trata de remover el asunto, magníficamente glosado en su día por La libreta de Van Gaal. Eso sí, deja poco lugar a la duda que una organización que no defiende a los suyos o que los utiliza como carnaza para la trituradora del amarillismo rampante se condena a sí misma a no ser respetada. 
La prueba es que con Mourinho, al que este blog no quiso como responsable técnico del Madrid, ya hay barra libre. Es cierto, además, que no es buen sistema apagar incendios con gasolina, líquido que el luso emplea con demasiada frecuencia. Pero la única y terrible verdad es que la junta directiva, con su presidente y sus directores generales a la cabeza, está a años luz de detener la espantosa vorágine a la que nos han arrastrado a todos, técnicos, jugadores y aficionados incluidos. 
Que nadie se engañe: siempre hemos sido antipáticos para el antimadridismo. Siempre hemos tenido en nuestras filas a canallas adorables como Juanito o Hugo Sánchez, héroes nada discutidos por la memoria blanca y elegidos como dianas predilectas por los aficionados rivales. Lo único verdaderamente novedoso es el clima verbenero, sensacionalista y desquiciante que rodea a la gigante máquina construida por Florentino. Él ha alimentado al monstruo gritón que hace negocios con el club o que explota su imagen desde lejos tras colgarle el cartel de villano oficial de la película. O que lo masajea sin desmayo con jabón, pues tan rosas son los manipuladores dañiños como los aduladores oficiales del reino.
Lo malo, lo verdaderamente terrible, es que ese monstruo acabará devorando a Mou y al que se ponga por delante. Y si no, al tiempo. 

jueves, 23 de diciembre de 2010

Real Madrid 8 Levante 0. Y sobre campana... ocho

 
Minutos antes de marcharse de vacaciones navideñas la plantilla del Madrid decidió darse un banquete. El escandaloso marcador de la cita copera contra el Levante no fue nada en comparación con la vertiginosa diferencia en el juego. Los locales, muy lejos de la desidia de años precedentes, saltaron al campo como si se tratara de la última oportunidad de sus vidas deportivas. Enfrente sólo -me niego, qué quieren ustedes, al idiota resto de la tilde al que obliga ahora la RAE- estaba el Levante, uno de esos equipos humildes que, cuando pierden la concentración, cobran por todas partes. Compareció cualquier factor positivo que imaginarse pueda en la lluviosa noche invernal del Santiago Bernabéu. La conclusión numérica fue un escándalo que invitaba al orujo y al villancico: y sobre campana, ocho. 
Los factores explicativos empiezan en el banquillo. Mourinho no se anda con especulaciones en el manejo de la plantilla ni con la calculadora de los minutos que sus jugadores llevan sobre las piernas. Probablemente sea el preparador de Primera División que con más respeto está afrontando la que se tiene por tercera competición en grado de importancia. Por eso puso la mejor alineación posible si se tienen en cuenta las lesiones y las bajas por sanción. Eso incluyó un novedoso dúo de centrocampistas, integrado por Xabi Alonso y por Granero, que hicieron aún más sangrante la última actuación liguera de la sociedad Lass-Khedira. A diferencia de lo que sucedió el domingo contra el Sevilla, la mayoritaria posesión de la pelota era fluida, dañina y hasta vistosa. Se sintió tan bien tratado el esférico que buscó una y otra vez el merodeo en el área rival y el beso apasionado de las mallas. 
El primer ósculo tardó poco en llegar. Benzema, en su mejor actuación hasta la fecha, hurtó a los rivales y los encaró como un loco suicida. Tras una bicicleta y un tiro seco batió al pobre Munúa. La acción recordó al Ronaldo gordito, cuyo grado de psicopatía goleadora nunca tendrá el francés, quien, eso sí, añade un grado de participación muy alto en el despliegue ofensivo cuando decide que el plan le mola. Contra el Levante molaba y el delantero se hinchó. Aprovechó otro error de la defensa azulgrana -qué bien suena, maldita sea- para hacer el tercero, asistió a Cristiano para que empujara el cuarto y tuvo un gesto de lo más delicado en el quinto tras la asistencia, no menos sutil, de Di Maria. Si las matemáticas no fallan, el galo sumó su segundo triplete con la elástica del club más laureado del mundo. Y, cosas de la esquizofrenia, recibió cuando le cambiaron una acalorada ovación de los mismos que el domingo le increparon con furioso desahogo. Las pasiones son así.
El resto del espectáculo se movió en un territorio similar de hambre, acierto y complicidad de un enemigo superado desde el arranque de la batalla. Granero le daba soluciones a un Xabi al que le hace falta muy poco para propiciar la superioridad de los suyos desde el prólogo de las jugadas. Di María se lo llevaba todo por delante, veloz, incansable, orgulloso y tan insistente como asistente. Özil y Ronaldo tampoco faltaron a la comilona, con un gol en el que el primero detuvo el tiempo y con otro hattrick del luso, uno de esos comensales que nunca dice 'no' cuando el camarero le ofrece repetir.
Así las cosas, el equipo respondió con juego y con una orgía goleadora al pésimo rollo creado durante y después del encuentro dominguero contra el Sevilla. Este blog aprovechará el parón que se nos viene para pronunciarse al respecto, pues hay tormenta en el seno del madridismo internauta. De momento apetece mucho más entregarse al cántico entusiasta de lo que pareció una cena de empresa, con los invitados entregados a la causa hedonista tras una copa de más. Que permanezca el recuerdo en el disco duro de un club en permanente estado de agitación y en la memoria de unos aficionados esclavizados por la tiranía del instante. Felices fiestas.

lunes, 20 de diciembre de 2010

Real Madrid 1 Sevilla 0. A falta de Xabi, noche de furia

 
Se despidió el Madrid del 2010 liguero con uno de sus frecuentes ataques de cólera, fundamentada en ese estilo épico que le caracteriza cuando el público se siente herido y el equipo se excita con la pasión de la venganza. Con un hombre menos por la injusta expulsión de Carvalho, y tras haber padecido un arbitraje calamitoso y de efecto motivador, los hombres de Mou se llevaron los tres puntos más sufridos en lo que va de temporada. Y el seguidor blanco, tras el pitido final, bien podía sentirse feliz con ellos si no fuera porque salieron a flote algunas conclusiones ciertamente preocupantes.
La más importante de todas ellas ya se ha apuntado en este blog por activa y por pasiva: Xabi Alonso es el jugador más -quizás el único- insustituible de la plantilla. El donostiarra es el habitante del vestuario que carece por completo de relevo, ocupando además un puesto decisivo para que el engranaje funcione. Con el centrocampista tocón en la grada, el aficionado pasó por el durísimo castigo de soportar a la dupla Lass-Khedira sobre la sagrada hierba del Bernabéu. El espectáculo fue calamitoso para la vista. Los dos necesitan tres maniobras, como mínimo, antes de devolver un balón con suficiente criterio. Como el tiempo es oro en este deporte, los rivales se colocan, los flotan y tapan los espacios de los cuatro de arriba, impotentes en sus acciones por muy rápidos y técnicos que sean. 
Por ahí pasa exactamente el resumen de la primera parte, en la que los locales no crearon ninguna ocasión nítida de gol ante la felicidad de un Sevilla poco ambicioso y más bien gris. Cristiano lo intentó desde lejísimos y desde lejísimos lo intentó también Di María, en un balance paupérrimo que hizo las delicias del provocador Palop. A todo esto, los de Nervión dejaban que los minutejos cayeran uno detrás de otro. Tic, tac. Tic, tac. La tortura que sufría la pelota era de tal calibre que a uno le daban ganas de enchufarse el piloto de Boardwalk Empire, la serie creada por Scorsese y Terence Winter. Hasta que emergió la figura de un árbitro dispuesto a poner la única salsa al insípido duelo. 
El segundo tiempo fue, de hecho, todo un monumento al otro fútbol, ése que se alimenta de la bronca y el pique. Los banquillos se habían despedido al inicio del descanso con una ensalada de insultos y empujones y la reanudación trajo un ambiente cargado del que se contagió el público. Clos Gómez añadió más gasolina al fuego al mandar a Carvalho a la calle y al comerse un penalti a Granero. Porque, a todo esto, entró "el Pirata" por Khedira, como entró Pedro León por Benzema, una vez más cuestionado por el socio. Los relevos refrescaron a un bloque empujado desde la grada y dolido con las banderillas colocadas por el trencilla. 
En ese ambiente de tensión exacerbada parece que también se siente cómodo el Madrid de Mou. Emergió, cómo no, la enjuta figura de un descomunal Di María, quien se apropió de la banda izquierda en otra exhibición de sus sorprendentes cualidades físicas. Suyo fue el gol que desató la locura en un episodio que resume el tono del partido: Özil encaró a tres defensas, entró en el área y cedió a Pedro León, cuyo disparo se estrelló contra la mano de Zokora. Mientras todo hijo de vecino reclamaba el penalti, el zurdo argentino hizo una madeja de Palop y le batió por el hueco imposible del primer palo. Bulla, enajenación y pillería. Cualquier cosa menos fútbol elaborado. 
Cuando Clos puso fin a su celebración del dislate con el pitido final quedaron atrás las ocasiones al limbo de Negredo y otras angustias del aficionado. Solo hay una que permanece y es que, en pleno debate sobre la urgencia de un nueve, anoche quedó demostradísimo que lo que de verdad falta es un sustituto para Xabi Alonso. Por eso sorprende, y mucho, que Mourinho diera continuidad a la tormenta  del juego en la sala de prensa, lugar desde el que tiroteó con saña sobre la sombra de Jorge Valdano. El Director General, más bien "portavoz de marrones", lo tiene bien empleado por no haberse marchado cuando le ningunearon desde la planta noble del club. Su entrenador ha decidido que ya toca su cabeza en una bandeja de plata y está por ver si Florentino la entrega. Mal debate, más bien pésimo, a estas alturas de la obra.

domingo, 12 de diciembre de 2010

Zaragoza 1 Real Madrid 3. Triunfo áspero y tarjetero


Ganó el Madrid con suficiencia en su visita al colista y lo hizo en otro partido áspero pues, muy por encima de potenciales, si hay un equipo contra el que está prohibida la placidez es el dirigido por Mourinho. Puso ganas, a ratos demasiada, el Real Zaragoza. Metidos en una espiral de tintes autodestructivos, los de Aguirre protagonizaron un derroche de entrega alentado desde la grada aunque estéril. La diferencia entre los dos conjuntos es tanta que a los visitantes les bastó con no rajarse y con las intervenciones definitivas de Özil, Cristiano y Di María, autores de tres tantos que pudieron ser algunos más. Los puntos y el debut de Morata  en las postrimerías son buenas noticias, si bien las tarjetas vistas por Marcelo y Xabi Alonso constituyen un par de lunares demasiado notorios de cara a la próxima visita del Sevilla al Bernabéu. Dos lunares innecesarios, por cierto. Pero, como diría Jack "el destripador", vayamos por partes.
Salió empanado el Madrid y le pudo costar bastante caro dada la efervescencia de los locales. Un tiro cruzado de Lafita fue el uy más sonoro que durante el arranque pronunció al unísono la Romareda. Pero al Zaragoza se le fue toda la espuma de su pequeña botella en ese tiempo y se quedó sin sustancia ofensiva para el resto. Por contra el Madrid empezó a crecer y se fue adueñando poco a poco del partido hasta rematarlo hacia el final de la primera parte con un golazo por la escuadra de CR7, en la impartición de su enésima lección magistral sobre la praxis del libre directo en la frontal del área. Era el 0-2 que, precedido del tanto de Özil en uno contra uno y sucedido a los dos minutos de la reanudación con una vaselina de Di María, acabó con cualquier sospecha de reparto del botín. Ni siquiera el penalti, transformado por Gabi, supuso más que un momentáneo e inane calentón del conjunto maño. 
Y eso que no tuvo delante al mejor Madrid de la temporada. Hubo una cierta sensación de control, contragolpes vertiginosos que se fueron al limbo y sudor por litros. Faltó sin embargo algo de calidad, si bien tanto Benzema como Lass -pareja de franceses con tendencia al autismo- empiezan a ganarse el puesto. Uno por aumentar sus dosis de celo profesional y por su permanente movilidad, virtudes que disimularon su falta de puntería en dos ocasiones nítidas. El otro por mejorar en casi todo a Khedira, especialmente en la recuperación de la pelota, en el empuje y, quién lo iba a decir, en el pase intencionado a sus compañeros de arriba. 
En el lado más atractivo del escaparate también puede mirarse la actuación de Di María, siempre presto cuando el duelo, como sucedió anoche, se pone muy argentino. Además debutó otra promesa de la cantera en La Romareda, con el sentido simbólico que el detalle posee gracias al recuerdo del gran Raúl. Cerca estuvo Morata, además, de enchufar la primera pelota que tocó, pero Leo Franco se anticipó para frustrar una fiesta que en cualquier caso no hubiera sido del todo completa dadas las tarjetas amarillas que vieron Marcelo y Xabi Alonso. Se quejó Mou con algo de razón en sala de prensa, pues varios jugadores del Zaragoza protestaron o pegaron más que el brasileño y el donostiarra y se fueron de rositas. El agravio comparativo no oculta, sin embargo, tanto la justicia de las sanciones a sus pupilos como la impericia demostrada justo antes de una visita comprometida como la del Sevilla y justo cuando está lesionado Sergio Ramos. Tendrá que hacer el técnico portugués un apaño para despedir el año liguero de la mejor manera posible y con el deber, para el siguiente, de mayor oficio para dominar todos los detalles de una competición que no admite resbalones.

jueves, 9 de diciembre de 2010

Real Madrid 4 Auxerre 0. Benzema cogió su fusil

 
Minuto 86. Después de casi hora y media corriendo sobre la pradera del Bernabéu, con su equipo clasificado como primero de grupo, el partido ya ganado contra un enemigo menor y dos goles en su haber el delantero Karim Benzema decidió presionar al portero del Auxerre tras la cesión de un defensa. El arranque de ambición debió de nublar la mente del guardameta, quien en un pésimo pase le entregó el balón. Con él en los pies, Benzema levantó la vista y con un toque sutil lo mandó en perfecta parábola al fondo de la portería. Era el 4-0 del Madrid y el francés completaba su primer hattrick con la camiseta blanca. ¿Rehabilitación?
Puestos a ser generosos, podríamos subrayar que tres tantos en una competición de tanto relumbrón no los marca cualquiera demasiado a menudo. Tampoco es mentira que el trío de acciones retrata a un atacante versátil, capaz de anotar de cabeza tirándose al suelo en asistencia de Ronaldo o en un arranque de velocidad y de zurdazo seco al segundo palo. Además se asoció con sus compañeros, ofreciéndose y devolviendo al primer toque. Pero también, porque el personaje lo exige, sus críticos tienen razones para ser desconfiados y para recordarle su indolencia cuando su club lo necesita de veras. O para reprocharle que asome su calidad solo en una noche de trámite administrativo o como reacción ocasional a los muchos nombres que suenan para reemplazarle con los fríos del mercado invernal. Que cada lector se quede con la tesis que más le plazca.
La crónica de los hechos tiene que gustarse en la suerte de las anécdotas porque el partido no dio para mucho. Debutó Sarabia, eso sí, otra presunta perla de la cantera que ya veremos dónde y en qué condiciones acaba. La fatalidad se cebó por enésima vez con Dudek, quien tuvo que retirarse lesionado en las postrimerías del primer tiempo, justo después de haber dejado en la retina dos de sus mejores intervenciones como madridista. Y Mahamadou Diarrá portó el brazalete de capitán, circunstancia bastante dolorosa para quien siga creyendo en romanticismos y en gestos simbólicos, que algunos seguimos quedando. Dolor, por cierto, acompañado por la dupla que el africano formó con Lass en el centro del campo, toda una contrariedad para las esencias más exquisitas del balompié.
No obstante, y para ser justos, el menudo centrocampista galo tuvo una conducta ejemplar y hasta se atrevió a dar algún pase excelente. Él, su compatriota Benzema y el hambriento CR7, que sólo descansó tras añadir un nuevo tanto a su zurrón continental, fueron lo más señalado de un conjunto que cumplió sin enamorar. Parte de las mejores sensaciones las dejaron por las bandas Pedro León durante los quince minutos del arranque y Marcelo en un par de dañinas incursiones. Mientras, el Auxerre se arropaba cuanto podía para evitar una goleada de escándalo y contragolpeaba veloz pero inofensivamente. Encima, sus delanteros chocaron primero con Dudek y después con Adán, otro de los canteranos que se asomaron a la velada europea. Detallito por aquí, curiosidad por allá -el primero de Benzema supuso el gol número 300 en la competición-, el partido se diluyó y la Champions salió por la puerta y la dejó entreabierta durante unos meses. Ahora está por ver si detrás espera el abismo de los octavos de final o la superación de un trauma que ya dura demasiado. De momento, toca esperar los designios del bombo el día 17 y medir las fuerzas con la que llegan los comparacientes. Señores de la UEFA, largo nos lo fiáis.

domingo, 5 de diciembre de 2010

Real Madrid 2 Valencia 0. Resaca y Ronaldo

 
Las resacas suelen ser muy desagradables, especialmente cuando las borracheras que las preceden las disfrutan otros. El Madrid pareció pagar anoche parte de la factura del fiestón azulgrana del lunes con una primera parte espesa y poco iluminada que hacía más visible la senda de la duda. Después del descanso, sin embargo, despertaron los hombres de Mourinho y se llevaron un duelo fiel al guión de las visitas valencianas al Bernabéu, con sus piques sobre el césped, sus árbitros desquiciantes para todos los comparecientes y sus gritos de "nos vamos a París" en recuerdo de la "octava". Ingredientes a los que hay que sumar a Cristiano Ronaldo, autor de las dos puñaladas que retrataban el marcador al final del partido de la resaca
Lo jugó el conjunto madridista mientras el Barcelona seguía despachando fuera de horario su trámite pamplonés, disputado, a diferencia de otros clubes que se desplazaron mucho antes y mucho más lejos dada la huelga de los controladores descontrolados, cuando le dio la real gana. Con el ambiente enrarecido por el sainete azulgrana, el madridismo demostró en los 45 minutos iniciales madurez y paciencia, rasgos que le hacen mucha falta a la entidad. Virtudes tan poco frecuentes en la parroquia de Concha Espina salieron a flote el día que su entrenador apostó por lo que muchos piensan que quiso hacer, sin atreverse, en el Nou Camp: saltar al campo con tres mediocentros, todos distintos en ataque pero muy educados en el cumplimiento de los deberes defensivos.
El Madrid del trivote ofreció un fútbol mediocre y permitió la comodidad de un Valencia que dio sensación de amenaza durante algunas fases. Su rival no dominaba las artes del juego que pasan por la zona ancha y echaba de menos una referencia arriba, ya que además de con el trío musculado  los blancos arrancaron sin delantero centro. El campo se volvió muy grande y el equipo se hizo muy largo. Muy de cuando en cuando, aparecían Özil o Di María y surgía la sospecha momentánea del gol. Así las cosas, un mano a mano que Khedira no supo resolver fue la única ocasión de verdadero riesgo que los locales generaron antes del receso. Corto botín al que había que sumar la congoja –que no riesgo en forma de oportunidades nítidas– provocada por Soldado, Joaquín y Mata, molestos merodeadores de las inmediaciones de Casillas.
La segunda parte fue, sin duda, otra cosa. Influyó en el cambio de inercia la entrada de Benzema, más por la racionalidad con la que pasaron a ocuparse los espacios que por su aportación individual. Quien aprovechó el nuevo orden, por enésima vez, fue Cristiano Ronaldo. Primero culminó en veloz carrera y con la zurda una asistencia maravillosa de Özil, lo más parecido a Magic Johnson –'el padrino madridista', habitual de este blog, dixit– que se ha visto en la Castellana desde Laudrup. Al rato, el portugués protagonizó una cabalgada eléctrica que comenzó en la línea divisoria y culminó en el balcón del área chica con un derechazo mortal.
Muerto el suspense uno podía dedicarse a reflexionar sobre otros aspectos puntuales del envite, como por ejemplo Pérez Lasa. El árbitro expulsó injustamente a Albelda tras perdonarle el camino al vestuario a su compañero Bruno, quien sí lo mereció. Preso de un permanente ataque de mala conciencia, el trencilla miró para otro lado cuando Di María sufrió un penalti clamoroso al que habría tenido que aliñar con el color rojo de la tarjeta. Y repartió faltas con la calculadora de la compensación siempre en la mano.
Todo el mundo acabó descontento con el juez y todo el mundo tenía argumentos para justificar su desagrado. Lo cierto, sin embargo, es que la victoria fue justa sin presumir. El Madrid de la última media hora superó a su rival con el estilo que le hizo temible antes de la traumática visita al Nou Camp. Llegó con precisión y velocidad al marco valenciano, donde se empeñó en desaprovechar oportunidades como la de Di María, solo ante la portería y con todo el tiempo del mundo para ejecutar. Hubo otras que también se fueron al limbo y que hubieran ahorrado misterio a una afición, madura y paciente, en plena reconstrucción de sus ilusiones.