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domingo, 29 de abril de 2012

Real Madrid 3 Sevilla F.C. 0. En lo bueno


"En lo bueno y en lo malo", rezaba en letras gigantescas una pancarta que colgaba del Fondo Sur del Bernabéu. Lucía el estadio gris como el clima, lánguido por el escozor de una eliminación europea con la que no se contaba. Parecía que los de casa no estaban en la antesala de la consecución de la Liga, un torneo mayor, de enjundia, que justifica una temporada por mucho que haya quien quiera convertirlo en una nulidad. El Madrid se jugaba mucho ante el Sevilla, más de lo que la propia parroquia daba a entender. Tocaba cita con un triunfo prácticamente definitivo para acabar la 2011-2012 con una gozosa visita a la Cibeles, por mucho que las circunstancias de hace unos días prometieran más. Pues ganó el líder 3-0 para certificar la conquista de 'lo bueno'. 
Tuvo un mérito indudable la victoria dominical y mañanera. En solo una semana parece haber pasado un mundo, toda una vida. Se ganó en el Nou Camp, cayeron fulminados en Europa los dos favoritos y eternos enemigos y anunció su marcha Pep. Demasiadas emociones y hechos de enjundia, sí, pero sobre todo una exigencia física y mental casi inhumana. Como en la 'Casa Blanca' parece que el mundo fuera a acabarse a cada minuto que pasa, eso sin duda pasa factura a sus jugadores, que saltaron al césped con el once que para muchos es de gala: Granero dejó fuera a Khedira y Marcelo sentó en el banquillo a Coentrao. El resto, los habituales. 
Con ellos se encontró una circulación más fluida cuando las piernas y las neuronas respondieron. El depósito está en reserva, aunque el combustible sobra para doblegar a una escuadra que no parece ni sombra de lo que fue. Y eso que durante buena parte del duelo se intercambiaron golpes en formas de cristalinas llegadas a los dos marcos. En ese reparto decidió, una vez más, CR7, que abrió la cuenta goleadora con un formidable recorte con la siniestra y un remate seco con la diestra. Al descanso el guarismo parecía imposible, sobre todo por un remate del portugués a la madera en un libre indirecto dentro del área, por un árbitro que miró hacia otro lado cuando le hicieron un penalti a Benzema -también pitó una dudosa falta que acabó en gol de Fazio nada más empezar- y por un trío de descaradas oportunidades de los visitantes. Primero Reyes, después Navas -de lejos el mejor de los suyos- y por último Negredo la pifiaron. 
Sus errores fueron oxígeno bendito para los blancos. Las estampas de cansancio eran evidentes en varios de los jugadores cada vez que el balón no estaba en juego. Así las cosas, el Sevilla exigió una vez más a Casillas con un intento pueril de Negredo desde la frontal y con su pie menos educado. Las circunstancias, sin embargo, estaban del lado merengue por pura tendencia justiciera en la competición de la regularidad. Di María, muy impreciso desde su reaparación hace semanas, dio un pase discreto que se paseó por una defensa andaluza que acabó mirando cómo Benzema resolvía el envite. Anotó el francés, otro que anda fatigado... y pareció respirar la afición. 
Del alivió a uno de los pocos arranques extasiados mediaron unos pocos minutos. Durante un contragolpe de vértigo, Sergio Ramos se incorporó a la oleada y le puso un centro medido a Benzema, que cabeceó a placer el definitivo 3 a 0. Solo entonces las gradas tomaron conciencia del significado de los hechos, olvidaron provisionalmente 'lo malo' y celebraron lo sucedido al grito de "campeones, campeones". La felicidad coincidía, por cierto, con las airadas protestas de los sevillistas, encolerizados porque uno de sus jugadores estaba tendido en el suelo cuando el Madrid decidió ir a por todas. 
El lance fue pecata minuta, ganas de enojarse con los detalles por pura incapacidad. Lo mismo puede decirse del cabreo por las filigranas de Cristiano, que se enredó en varios controles y maniobras circenses con el cuerpo y pegado a la banda izquierda. Llama mucho la atención esa sensibilidad a flor de piel con acciones legales y sin ánimo de hacer daño que derrochan algunos. Recordar ahora las agresiones a Casillas, los recogepelotas hábilmente adiestrados para retirar las pruebas del delito o los lanzamientos a destiempo de balones desde los fondos quizás sería ventajista, si bien alguno podría apelar a la memoria antes de impartir la enésima lección moral que, según parece, el Madrid está obligado a recibir de cualquiera al que le preste. 
Como el partido estaba sentenciado, la Liga casi y todavía estaba cercano el dolor de origen alemán, los asistentes miraron con frialdad los sucesos, cada vez más apagados. Lo más relevante de lo que restaba consistió, de hecho, en que ni Higuaín ni Kaká calentaron en la banda. Y acabaron el partido Khedira y Albiol como pareja de mediocentros. Quien quiera mirar y sacar punta lo tiene bien fácil para ir atando cabos sobre la futura composición de una plantilla que va a sufrir alteraciones importantes para la 2012-2013. Eso, no obstante, todavía queda lejos. De momento, le toca al madridismo disfrutar con toda pasión y merecimiento de 'lo bueno'. La Cibeles ya está engalanada.

Aviso crónica Real Madrid-Sevilla

Hoy Nacido para el Madrid asiste al partido Real Madrid-Sevilla en el mismísimo Santiago Bernabéu. Después tendrá que cumplir con compromisos familiares y madridistas. La crónica se publicará en cuanto sea posible.
Muchas gracias por vuestra comprensión y ¡Hala Madrid!

jueves, 26 de abril de 2012

Real Madrid 2 Bayern de Múnich 1. La suerte para el que se la trabaja


Dilapidó el Madrid una oportunidad de oro para conquistar la 'Décima', que se le va circunstancialmente en una tanda de penaltis y en general porque ha sido menos que el Bayern durante la mayor parte de la eliminatoria. Los indicios eran otros, pues antes de encarar las semifinales se antojaba un plantel superior en casi todas las facetas del juego. Sin embargo, en muy pocas fases de los 210 minutos disputados sometió a su rival. Casi siempre parecieron más los germanos, más sólidos pero, sobre todo, más ambiciosos. Apenas durante el arranque de la vuelta en la Castellana tuvieron los blancos ese carácter que privilegia el deseo de ganar sobre el temor a perder. Cayó quien más especuló y venció quien con más decisión buscó la otra portería. Así de sencillo. 
De tal forma que en la lotería de las penas máximas los locales pusieron el miedo y los visitantes las muchas papeletas que habían adquirido. El único que estuvo a la altura del temple que se exige en esos casos fue Iker, que sacó dos pelotas. Ni con esas estuvieron sus colegas cerca de verse acariciados por la diosa Fortuna. Fallaron Cristiano, Kaká y Ramos, tirando por la borda unos sueños europeos que, sin embargo, se habían ido rompiendo en mil pedazos durante un duelo infinito que arrancó una mala noche de Múnich y durante el que los blancos han estado muy por debajo de lo que se espera de ellos.
La primera mitad fue un monumento a las enfermedades cardíacas. El sobresalto fue permanente en uno y otro lado, como si los dos púgiles quisieran llevar al límite de la capacidad emocional a sus respectivos parroquianos. De arranque le tocó sufrir a los alemanes. Enfrente tenían a un conjunto racial que aprovechaba la inercia de la pasión. Solo le llevó dos minutos y medio al Madrid la creación de una oportunidad gracias a un pase largo de Xabi que controló Di María, quien desbordó en velocidad por dentro para cedérsela a un Khedira que no tuvo la puntería suficiente. Solo fue el aviso del golpe inicial, que los blancos estaban obesionados en propinar. Marcelo le dio un pase a Di María y este convirtió el centro en un disparo que chocó contra una mano demasiado suelta. Penalti. Y CR7 transformó el 1-0. 
Lejos de asentar los ánimos, el gol desató una tempestad que incluyó una ocasión de Robben a puerta vacía que mandó por encima del larguero. Sin solución de continuidad, Gómez probó desde fuera y Khedira evitó milagrosamente que el rechace se convirtiera en el empate. Los germanos le querían dar la vuelta a la situación pero entonces volvió a aparecer Cristiano, cómo no, a asistencia de Özil. El portugués paró la pelota, levantó la cabeza y batió con la derecha a Neuer. El éxtasis llegaba a las gradas aunque quedaba un mundo por delante y la disposición sobre el terreno de juego no pintaba nada bien. 
Lo que ocurrió a continuación fue un dominio aplastante de los rojos. El bloque de Mou presentó excesivas fisuras y se sometió a una exigencia que abrió la puerta de la fragilidad. El aspecto empeoró cuando Pepe derribó en carrera a Mario Gómez dentro del área y Robben convirtió una pena máxima que Casillas tocó con los dedos. La eliminatoria quedaba empatada cuando todavía no se había llegado a la media hora de duelo. Y el Bayern siguió apretando. Delante se topó con una oposición tan nimia que con tres combinaciones podía dejar solo a su delantero centro, que no tuvo su noche rematadora hasta que se sacó la espina durante los penalties del final. Por otro lado, y prueba de la angustia que atenazaba a los de casa, Robben ejecutó un saque de banda ante una parsimonia generalizada que exigió un cruce milagroso de Pepe.
La segunda mitad fue tensa aunque vino cargada de menos sustos. Las llegadas bajaron de intensidad y los alemanes se contagiaron del temor a echar por la borda toda una temporada planificada para la finalísima en su propio feudo. Los hombres dirigidos por Mourinho, mientras tanto, demostraban una incapacidad notable para sacar la pelota jugada desde atrás y solo vivían de algún robo muy ocasional que pudiera pillar descolocado a sus enemigos. La espesura era manifiesta y apenas un disparo de Benzema alteró los biorritmos germánicos. 
En semejante tesitura llegó la prórroga. Curiosamente ahí se entonó un poco el Madrid, si bien algunos de sus efectivos terminaron de naufragar estrepitosamente. Hay pocas dudas de que ese fue el caso de Kaká, que entró de refresco y que gozó del privilegio de recibir una pelota franca dentro del área, darse la vuelta y buscar a algún colega. La resolución de la jugada fue impropia del dinero que costó, solo justificable en grandes citas como la que es motivo de estas líneas. Tuvo otra Granero, que entró muy tarde en el campo y que prefirió invitar al árbitro a picar con un penalti salvador cuando tenía fuera del marco a Neuer. No logró más que la amarilla y la prolongación de unos nervios que señalaban el camino a la perdición. Los once metros de distancia obsequiaron al que más cortejó al azar. Y dio al traste con una de las opciones históricas más evidentes para sumar otra Copa de Europa. Un adiós muy amargo.

sábado, 21 de abril de 2012

Barcelona 1 Real Madrid 2. Raza de campeón

 

Irá el Madrid a Cibeles y hará el trayecto con una felicidad ganada en buena lid, fruto de una temporada liguera brillantísima y, sobre todo, de un golpe de efecto brutal: doblegó a ese equipo al que muchos consideran el mejor de la historia en su castillo. Un héroe con una armadura perfectamente cincelada y convicción de campeón, eso pareció y eso fue la escuadra liderada por un Mourinho que le ganó, y muy de largo, el duelo táctico a Guardiola.
Se comportaron sus hombres como un bloque pétreo, concentrado y con las notas justas de clase. Insistió el jefe del vestuario en lo políticamente incorrecto, con dos laterales bajo sospecha como Arbeloa y Coentrao, que estuvieron sobresalientes. El rigor, la ambición y la calidad se combinaron de forma pluscuamperfecta desde la pizarra de un técnico que arrugó al eterno enemigo en su propia casa. Todo eso, claro, y la guinda de CR7, un monumento al fútbol que el madridismo tiene el lujo de disfrutar. Lleva tres visitas consecutivas marcando en el Nou Camp, así que si alguien quiere seguir reprochándole que se esconde en las grandes citas solo tiene que volver a escolarizarse y aprender a sumar. Ese portugués dio un brinco hasta el último escalón para rozar con las manos el número 32 de Liga.
A pesar de las especulaciones, Mou permaneció fiel a lo que considera su once ideal. Compareció con él también en el Nou Camp y, de salida, no le fue nada mal. Tras el pitido inicial, apretó el equipo al dominador Barcelona en su mismísma casa. Parecían los culés temerosos ante la audacia de su visitante, que se comportaba con visible ambición a pesar de valerle el empate. Fruto de ello, se vivió durante quince minutos más en el campo de los locales que en el de los visitantes. No fue extraño que avisara Cristiano con un testarazo a la salida de un saque de esquina, aunque la pelota rebotó en Puyol y terminó rozada por las yemas de Valdés. 
Otro balón parado premió, no obstante, al líder. Pepe lo remató y Valdés reaccionó, si bien lo dejó en un territorio peligroso. Allí Puyol se anduvo incomprensiblemente por las ramas y Khedira metió el pie lo justo para hacer un gol histórico, tan feo como valioso. Era el 108 en Liga de su escuadra, marca absoluta. Y no pareció sentarle bien al Barça, que sufrió al rato un contraataque en inferioridad del que se salvó porque Di María estuvo demasiado ansioso durante todo el partido. 
Ahí se acabó durante un paréntesis, sin embargo, la inercia del duelo. Los blancos se acularon, seguramente fruto de la comodidad del resultado y de la necesidad culé, que convirtió la preocupación en paciencia. Le costó sin embargo desbordar al Barça y los hechos son los hechos: solo sumó una ocasión realmente clara en el minuto 27 y consecuencia de una genialidad de Messi, que le dio un pase escandaloso a Xabi, que se quedó solo. Rozó lo justo Casillas para desviar la trayectoria de una pelota que parecía el empate. A partir de ahí siguió el dominio del Barcelona, aunque no se sufriría más sobresalto que una injustísima tarjeta a Pepe. 
Padeció muy poco el Madrid y a la vuelta del vestuario las circunstancias no variarían. Los minutos pasaban entre amarillas mal repartidas y un evidente cortocircuito blaugrana. El partido fluía como un río plácido, pero el agua se precipitó de pronto en una catarata de emociones. Los culés empataron tras una cadena de fatalidades que incluyó disparos, piernas interpuestas y una bola que parecía la de una máquina infernal de recreativo. Acabó dentro de la red y la placidez se fue al pairo. Pues es ahí, en situaciones de ese corte, cuando los deportistas sin madera noble se caen. No es el caso de estos jugadores merengues guiados por Mou. De pronto, y en un ver, Özil catapultó a Cristiano, que hizo un alarde de paciencia, precisión y velocidad para arrancar el grito más unánime y liberador de un madridismo que ya se merecía un momento así.
El 1-2 fue un mazazo irrevocable para el vigente campeón y una sacudida de electricidad vigorizante para el que le va a suceder en la cima. Entró Granero por Di María y le dio un sentido notable a la posesión blanca, lo que parecía propiciar un triunfo más holgado. Pudo llegar en un pase de Higuaín, que entró en las postrimerías, y que Cristiano mandó alto. Dio igual. Los tres puntos y los siete de diferencia no se escaparían. Messi y los suyos entregaron las armas y Cristiano y sus colegas se abrazaron en pleno éxtasis sobre el césped. A Mou ni se le vio. No hubo mácula ninguna en la fiesta, porque hasta el último detalle, en fondo y forma, fue impecable. Ganó el mejor el clásico y ganará el mejor la Liga. Y el mejor ya es, sin duda, este Real Madrid.

viernes, 20 de abril de 2012

Mourinho en la encrucijada


Hay películas que terminan con la muerte del protagonista y muchas son memorables. Cualquiera que encuentre parte de sus placeres en el mundo del arte sabe que la derrota puede ser tan hermosa como la victoria, por gloriosa que sea ésta. Suele ocurrir cuando brillan la audacia, el pundonor y el arrojo. Hay veces en las que hincas la rodilla y el reproche no cabe por improcedente e injusto. No conseguir tu objetivo en ocasiones queda en un segundo plano. De hecho, según cómo se produzca, puede haber tanto orgullo detrás que te cueste olvidar cierto regusto dulzón. 
Que nadie se equivoque. El autor de este blog desea que el Real Madrid doblegue al Barcelona en el importante clásico del Nou Camp -decisivo solo lo será si el líder conquista los tres puntos- tanto como cualquiera. Incluso firmaba ahora mismo un documento que asegurara la victoria teniendo una actuación mediocre. Pero, de idéntica forma, uno está convencido de que el camino más probable del éxito consiste en la fidelidad a los códigos de conducta que te definen. 
Mourinho se encuentra en una encrucijada que tiene que ver, básicamente, con el estilo. Como hace tiempo que el relato sobre cualquier realidad solo admite el blanco y el negro como opciones posibles, solo ha hecho falta un resbalón en Múnich para que los detractores del técnico se le lanzaran a la yugular. Como si no existieran los 107 goles a favor en Liga, una fiabilidad incontestable en lo mucho que se lleva de Champions y una eliminación inmerecida -con exhibición incluida en el Nou Camp- en la Copa, los cuchillos se han clavado fieramente en su vientre. 
Tampoco es menos cierto que sus entregados adeptos le perdonan todo y que no le reconocen error alguno. Y Mou es falible. Lo es, generalmente, cuando sospecha que a su equipo le sobra con un empate o cuando siente que su oponente le iguala o supera en potencial. En esas contadas ocasiones tiende a vaciar al grupo de las señas de identidad respetadas casi siempre, incluso en escenarios tan hostiles y exigentes como Mestalla, el Pizjuán o el Calderón. En cualquiera de esos lugares, sus hombres buscan sin atisbo de duda el segundo gol después del primero, el tercero después del segundo... y así hasta donde se llegue. La plantilla está diseñada, casi al completo, para eso.
La inercia de Mourinho a especular es quizás su único lunar como entrenador. No se trata, además, de una simple elección de jugadores, sino de algo más estructural. El once que saltó al terreno de juego en la vuelta copera no era el ideal para mucha gente y, sin embargo, se comportó con una ambición que paralizó a la que algunos consideran la mejor escuadra que han visto los milenios. Jugó aquella noche el Madrid a mandar, sin inventos extraños ni efectivos ocupando espacios que no son los naturales. Las camisetas blancas salieron a ganar y empataron. Es evidente que ahora, en el clásico liguero, podría valer el empate, aunque después cualquier resultado sea posible. El dilema radica en saber qué sendero eliges para intentar llegar a la meta: el que te define o el que se adapta a las condiciones del enemigo y al vaivén de la necesidad puntual. 
Y ahí, en el corazón de ese dilema, Mou se la juega.

martes, 17 de abril de 2012

Bayern de Munich 2 Real Madrid 1. Castigo a la cicatería


Elegió el Madrid una mala manera de perder en Munich. Caer en Alemania es algo tan habitual que seguro que no hay seguidor que no sueñe con sacarse la espina de una maldita vez. Unas semifinales de Champions y una de las plantillas más imponentes de la historia eran factores excelentes para lograrlo. Ni por esas. Salió derrotado el equipo del Allianz Arena de una manera rotundamente merecida y fruto de un empequeñecimiento voluntario. Después de haber remado para lograr un empate a goles, cedió el dominio del juego al rival, Mourinho hizo unos cambios discutibles y todos parecieron felices con las tablas. El Bayern, prisionero del orgullo de su condición histórica, no se conformó nunca y recibió un justo premio en el último minuto. Un premio directamente proporcional al castigo que sufrieron los blancos, ganado desde luego a pulso y al que añadió una colección inútil de tarjetas que comprometen el futuro. 
Y eso que saltaron al campo los once de gala, que en las citas importantes incluye siempre al mediocre Coentrao. Sería aceptable la insistente apuesta de Mou ante enemigos de la talla de Robben si el lateral portugués defendiera mejor Marcelo. El caso, sin embargo, es que está lejos de hacerlo. Inoperante en ataque y dubitativo casi siempre en el corte y en el despeje, suele, además, medir mal en múltiples ocasiones. Fruto de su constante nerviosismo llegó el definitivo 2-1 de Gómez, que remató en el primer palo una jugada que llegó por el flanco del frágil luso. En fin, mejor no insistir en el tema.
Parecía de salida, no obstante, que los acontecimientos iban a transcurrir de una manera más lúdica. Nada más empezar Özil vio un desmarque de Benzema, pero el disparo del delantero encontró la respuesta de Neuer. Fue un espejismo. Pronto se demostró que el plan no iba a funcionar, al menos en el territorio del estilo. Las bandas madridistas eran muy cortas dadas las limitaciones de Arbeloa y de Coentrao, mientras Xabi Alonso y Khedira eran incapaces de darse la vuelta con la pelota controlada. El Bayern, por contra, apretaba en la medular y salía en unos latigazos de vértigo por medio de Robben y Ribery. Por momentos, al Madrid le administraron su propia medicina. 
Y llegó el gol. Como en tantas ocasiones sucedió a balón parado, un lunar inaceptable para quien pretende ser campeón de todo. Una defensa parsimoniosa y mirona... y Ribery aprovechó un rechace. Lo cierto es que hubo un fuera de juego posicional de Luiz Gustavo, aunque se necesitaron varias repeticiones para detectarlo. El caso es que la herida pudo hacerse más profunda unos minutos después en un contragolpe de Mario Gómez, aunque una bonita estirada de Casillas evitó la sangría.
No había sido la primera parte un dechado de virtudes de ninguno de los dos. La buena noticia es que en la reanudación el Madrid encontró sus mejores minutos. En estado de necesidad, dominó un poco más gracias a la momentánea resurrección de Xabi, aunque tampoco aguantara demasiado el nivel. El donostiarra lleva tiempo fundido y lo peor es que no es el único que da muestras de una baja forma alarmante. Otros como Di María y Özil están en idéntica y preocupante situación o al menos sobre el cuidado césped alemán pareció confirmarse tan lastimosa circunstancia. 
Al menos, Özil consiguió acabar felizmente una rocambolesca jugada que podría valer todo su azar en oro si se da la vuelta a la eliminatoria. Cristiano, muy gris durante la velada, remató mansamente un uno contra uno pero Benzema confió en la segunda jugada y puso un centro peligroso que el propio portugués convirtió en una asistencia. El mediapunta alemán, que pasaba por allí, embocó la pelota y pareció prometer la posibilidad de una victoria histórica en el último tercio, aunque solo fuera por la inercia moral y por el temperamento goleador de esta escuadra en esta temporada.
No fue así. El once se achicó y el entrenador contribuyó a ello. Quizás su único lunar táctico consista en esa tendencia a la especulación cuando llegan los minutos comprometidos en las citas más exigentes. El caso es que no suele salirle bien. Tampoco esta vez cuando decidió el ingreso de Marcelo por Özil -que lo hubiera hecho por Coentrao hubiera parecido un dispendio de manirroto- o cuando retiró del terreno a Di María para dar entrada a Granero. Acabó el partido el Madrid con un grupo absolutamente insólito y próximo a lo surreal, con dos laterales en la banda izquierda y un trivote inédito formado por el canterano,  Khedira -impotente en todos sus desplazamientos largos- y Xabi. 
La disposición sonaba demasiado experimental para el morlaco que había enfrente. Las camisetas rojas siguieron empujando e hicieron suficientes méritos para ganar. En primer lugar, casi invita Sergio Ramos con una cesión involuntaria a Gómez, que mandó la pelota a las nubes. El grandullón con raíces españolas lo intentó una vez más de cabeza antes de que Coentrao pagara la última. Esta vez marcó Mario, cuando ya no había posibilidad de una reacción porque el reloj se iba a parar en un suspiro. Solo quedaba tiempo para que Marcelo hicieran oposiciones a una expulsión que se quedó en amarilla.
Ni en lo disciplinario acertaron los visitantes. Se marcharon amonestados Ramos, Xabi, Coentrao, Di María e Higuaín en acciones que, en la mayor parte de los casos, se antojaron más que evitables. La mayor parte de las conclusiones fueron malas en la fiesta bávara. De hecho, solo puede extraerse una buena: quedan noventa minutos en el Bernabéu para quitarse la amargura con un resultado accesible y para convocar, de nuevo, a la historia. Y el sábado se verá con qué ánimo añadido se encara esa hora y media de excitación en la Castellana.

sábado, 14 de abril de 2012

Real Madrid 3 Sporting de Gijón 1. Espesura, agonía y triunfo


Ha entrado la Liga en el último acto y ahí lo que abunda es la tensión dramática. El gran relato de la temporada entra en un territorio abonado por la angustia incluso cuando te visita un enemigo que prácticamente está ya en Segunda. Ganó el líder los tres puntos ante el Sporting de Clemente pero le llevó tres cuartas partes de partido. Hasta ese momento, cuando casi corría ya la media hora del segundo tiempo, el Madrid nunca fue por delante en el marcador. Logró ventaja gracias a la nueva aparición de Cristiano, que puso la cabeza de forma ejemplar a un centro medido de Di María. Solo entonces llegó el alivio, bendita recompensa para un sufrimiento demasiado largo y consecuencia, además, de la inoperancia en el juego colectivo que tenía su origen en las decisiones de partida. Veamos.
Compareció el Madrid con un once fallido para lo que le esperaba delante. Javier Clemente dispuso  dos líneas defensivas apostadas en la frontal, una primera de cinco defensas y otra pocos metros por delante de cuatro supuestos centrocampistas que, desde luego, no eran tales. Su planteamiento era evidente: defender por acumulación. Al primitivismo táctico del de Barakaldo contestó Mourinho con una alineación que incluía a Sahin y a Khedira como mediocentros y a Callejón como interior derecho. La combinación de las decisiones de los dos técnicos creó una tormenta perfecta de la mediocridad, pues los blancos se atascaron en ataques espesos y carentes tanto de velocidad como, sobre todo, de imaginación. 
Se podía pensar que, al menos, no sufrirían los de casa achuchón alguno dada la distancia tan abismal existente entre los jugadores del Sporting y el marco de Casillas. Pero para llevarle la contraria a tan razonable hipótesis estaba Arbeloa, que atraviesa una racha infame de juego. Primero se entretuvo con la pelota e invitó al robo de Sangoy, que acabó haciéndose un lío cuando lo tenía todo para marcar. Después demostró que la banda derecha que habitaba junto a Callejón era lo más parecido a una broma pesada dejando una autopista al cielo para los asturianos. El susto acabó en penalti por mano de Ramos y en gol de De las Cuevas. Se había gastado media hora y el Madrid no solo perdía sino que había derrochado largos minutos en la nadería más absoluta. 
Menos mal que el banquillo visitante echó sal en la herida tirando un balón al campo en plena acción atacante del rival. Los blancos y la grada sintieron el escozor, que se agudizó cuando el árbitro perdonó de forma clamorosa la segunda amarilla a Canella. El ambiente se tornó flamígero y bajo su influjo llegó el empate, anotado por Higuaín de cabeza en el único despiste de la zaga sportinguista. El argentino tiene algo especial para irrumpir en los territorios agónicos y lo volvió a demostrar con una transfusión de necesaria sangre al organismo de su equipo.  
El regreso del descanso trajo cambios. Entraron Di María y Benzema en lugar de Sahin y Callejón. A veces Mourinho desprecia tanto la elaboración en el centro del campo que optó por jugarse la Liga con Khedira como único organizador. El alemán tenía muchos compañeros por delante de pero escasa imaginación para hacerla circular en condiciones. A pesar de la concentración de dinamita que había arriba las ocasiones no llegaban y los minutos pasaban a una velocidad de vértigo. El Madrid, de hecho, parecía asomarse a un precipicio. 
E irrumpió Cristiano. Di María le dio otra asistencia y el portugués remató certeramente y fuera del alcance de Juan Pablo. El plan del Sporting ya no le servía, desde luego. Y el líder respiró en ese instante y, poco después, con mucha más hondura cuando Pérez Montero expulsó a Canella, aunque lo sentenciara con cuarenta minutos de retraso. Al poco, Benzema sepultó con el 3-1 cualquier posibilidad de un trágico incidente en el último aliento. Se acabó definitivamente la mala digestión de la fabada asturiana. Ahora llegan el Bayern y el Barcelona, anticipos durante una semana de vértigo del clímax final, que se adivina no apto para cardíacos. De momento, el corazón ya pasó una prueba inesperada por culpa de una actuación discreta y que sembró demasiados nervios. Menos mal que la victoria, más que el juego, traza un horizonte esperanzador.

jueves, 12 de abril de 2012

Atlético de Madrid 1 Real Madrid 4. Cristiano nunca aparece


Evidentemente el título de la crónica es pura ironía. Dicen sus críticos de la prensa que Cristiano nunca aparece en las citas importantes y que la mayor parte de sus goles solo sirven para engordar estadísticas. Pues en el Calderón, cuando más apremiaban las circunstancias y en un entorno profundamente hostil, el portugués puso luz al camino de la imprescindible victoria no solo con sus tantos, otros tres, sino con los momentos que eligió para anotarlos y con la impresionante manera en que los logró. Un libre directo y un disparo brutal desde el pico del área, con 0-0 y 1-1 en el electrónico respectivamente, fueron el pasaporte a un triunfo que llegó en el momento de la temporada en el que los tropiezos están terminantemente prohibidos. Cristiano emergió como un gigante cuando más lo necesitaba el madridismo.
Pero vayamos por partes. Saltó el Madrid con dos modificaciones impotantes sobre su once tipo. Y no muy prometedoras, por cierto. Coentrao ocupó el lateral izquierdo en lugar de Marcelo, descartado por unas molestias en la espalda. Y Kaká dejó a Özil en el banquillo, seguramente como consecuencia de los muchos minutos acumulados y de una propuesta de verticalidad por parte de Mourinho. Si era lo que quería, desde luego lo tuvo. Su equipo fue incapaz de controlar la dinámica de los hechos durante toda la primera parte y se entregó a la enconada espesura que le propuso su rival. Neutralizada de momento la diferencia del talento, el asunto se puso áspero, intenso y enmarañado, un contexto en el que se veía mucho más felices a los atléticos. 
La pelota, generalmente maltratada durante la primera parte, solo encontraba descanso en las botas de Diego, que puso las únicas notas de clase y elegancia en el tapete durante los 45 minutos iniciales. Sus compañeros iban a otra cosa, con un coraje admirable y ese rigor que Simeone ha sabido imprimirle a sus hombres. El Madrid no le perdía la cara a semejante planteamiento pero se quedó muy lejos de dominar por varios motivos. Para empezar, carecía de profundidad en las bandas con unos laterales cortitos. Además, Alonso vivía agobiado y tenía que retrasarse en exceso para entrar en contacto con el objeto redondo. Quien sí lo hacía era Khedira, para quien el esférico en los pies es un cuerpo extraño. Y Di María fallaba en todo lo que intentaba, que era mucho más de lo que debía como consecuencia de unos excesos individualistas que lastraban las ofensivas blancas. 
Así las cosas, apareció Cristiano, ese que al que algunos especialistas atribuyen inoperancia en las citas grandes y al que acusan de ejercer un monopolio inaceptable a la hora de sacar las faltas. Pues bien, lanzó una desde larguísima distancia y con un efecto endiablado que se coló por el palo del portero. Fue un golazo sin paliativos y un gesto que desniveló provisionalmente la balanza. Tuvo otra oportunidad minutos después aunque sacada por Courtois, que esa vez cerró correctamente el hueco. No hubo mucho más balance atacante hasta el receso, momento en el que el madridismo pudo recrearse en las repeticiones de la cobarde agresión que sufrió Pepe por parte de Godín y que debió acabar con una expulsión que el árbitro disculpó. También reclamaron los blancos un penalti sobre Cristiano, mucho más complicado de confirmar. 
Al regreso, el Madrid tenía, además de un mayor control de la pelota, algunos deberes complementarios: que Casillas y Coentrao, por ejemplo, se despojaran del constante ataque de nervios en el que parecían instalados, uno a cada salida por alto y otro a cada despeje. O que Luis Felipe dejara de disfrutar de una autopista vacía cada vez que se le antojara subir. En la duda de si se resolverían esos problemas empató el Atleti. Arbeloa le cedió metros y segundos a Adrián, dos regalos excelentes para alguien de su calidad. El delantero, recuperado milagrosamente de una supuesta gripe, puso un centro medido a Falcao, que se metió entre Ramos y Coentrao para ejecutar de cabeza a Casillas. 
Pues bien, justo cuando más excitado estaba el Calderón y más creían los colchoneros en los tres puntos irrumpió en escena Cristiano para buscarse un hueco con un par de bicicletas y para enviar un certero misil a las mallas. El Atleti, inasequible al desaliento, lo siguió intentando por medio de sus dos puntas. Godín, sin embargo, estaba por la labor de liquidar el suspense y empujó innecesariamente a Higuaín en un penalti tan claro como innecesario. Lo transformó Ronaldo para sumar su diana número 40 -madre del amor hermoso- en el campeonato. Cuestión zanjada. El Madrid pidió la cuenta pero Callejón, que había entrado hacía unos minutos, invitó al digestivo con el 1-4 en un contragolpe. Lo cierto es que la cena había sido peleona y para estómagos muy preparados. Y se había regado con el mejor vino imaginable, un reserva exquisito con aroma lusitano, cuerpo y espíritu de superclase. Porque, en dos situaciones al límite, apareció Cristiano.

lunes, 9 de abril de 2012

Real Madrid 0 Valencia 0. Ansiedad y menos Liga


Lleva este Madrid de las marcas goleadoras un número infinito de goles y fue a olvidar su capacidad anotadora el día que más la precisaba. Empató el líder en casa en una noche de infarto y se dejó cualquier margen de seguridad en una Liga que casi todo el mundo celebraba cuando no procedía. El equipo de Mourinho fue prisionero de la ansiedad y, aunque sumó un número notable de claras oportunidades para ganar, también pudo ser víctima de un accidente mucho más grave. El empate, al menos, deja en dos partidos la posibilidad de error que todavía puede cometer. Triste consuelo, desde luego, en una noche en la que faltó dominio, control y racionalidad. 
Estuvo permanentemente el resultado en un alero. Todo recordaba a esa imagen recurrente de Match Point, la película del maestro Woody Allen, en la que una pelota de tenis que golpea contra la cinta de una red se queda suspendida sobre el aire y en un plano congelado. El azar decide y, cuando eso sucede, puedes ganar, perder o empatar. Al final decidieron las maderas, una por cada escuadra, y los porteros, especialmente un Guaita excepcional y que hizo paradas de todos los colores imaginables, incluidos a los rechaces. 
El arranque parecía el de siempre, aunque con una variación en el once sobre las últimas exhibiciones ligueras: entró Khedira por Granero, un tipo frágil pero que viene bien cuando Xabi Alonso se topa con una trampa como la diseñada por Emery. El alemán no está para distribuir ni para asentar el juego de los suyos y volvió a confirmarlo una vez más. Así las cosas, los blancos disputaron la primera parte como si el mundo fuera a saltar por los aires en solo diez minutos. Y así siguió, esclavo de la ansiedad, en el resto de la cita y cuando menos convenía. 
Enumerar las oportunidades en los dos marcos agota los espacios de cualquier entrada de cualquier blog. Cristiano estrelló en el palo un tremendo disparo desde fuera el área. El luso perdonó en el estertor de la jugada una asociación previa entre Özil y Benzema. El propio CR7, en el minuto uno de la segunda mitad, disparó raso para que Guaita sacara la pelota con la punta de los dedos. Di Maria golpeó con fuerza y efecto para que el guardameta hiciera otro paradón. El portero, por dos veces en el lance, le sacó sendos remates a un solitario Benzema. Y, ya en las postrimerías, Di María remató con inocencia una llegada hasta el punto de penalti tras excelente cesión de Kaká. Eso, por cierto, centrándonos en las más evidentes, pues hubo otras y alguna que seguro se le escapa a la memoria de este cronista.
Claro que, en el otro lado, los valencianistas se plantaban ante las mallas merengues con frecuencia y claridad. Delante no tenían, ni de lejos, a ese bloque presionante y compacto de las mejores veladas sino a uno medio quebrado. Solo así se explica que de un saque de puerta y un toque de cabeza de Soldado se generara una notoria incursión de Jordi Alba que Casillas resolvió en última instancia. Pudieron, además, los visitantes llevarse el premio gordo si Tino Costa no se hubiera topado con la cruceta en un brutal zapatazo desde su casa. O si Casillas no hubiera sacado su libreto de reflejos salvadores en un par de momentos más. O si Mathieu hubiera tenido más afinado su punto de mira en un zurdazo seco, o Pablo Hernández en un contragolpe...
En fin, que la pelota seguía en el aire, flotando en un plano congelado. El personal asistía al misterio con el corazón acelerado y muchas ganas de reclamarle a un Clos Gómez que se movió por el césped muy por debajo del espectáculo. Hubo acciones polémicas aunque hicieron falta varias repeticiones para aclararse. Lo único cierto es que la temporada ha entrado en una fase de inquietud que pone a prueba el carácter de un equipo campeón. Y este Madrid, aunque algunos lo daban por tal, todavía no lo es y se ha complicado muchísimo la vida a sí mismo. El margen de error casi se ha liquidado. Ahora toca sufrir.

miércoles, 4 de abril de 2012

Real Madrid 5 APOEL 2. Trámite a golazo limpio


Ha habido ediciones del Trofeo Santiago Bernabéu más rigurosas y tensas que el Real Madrid-APOEL de cuartos final de toda una Copa de Europa. No es demérito de nadie, ojo. Es la explicación natural de una ida en la que los blancos certificaron su pase a las semifinales e hicieron de la vuelta un trámite para turistas. A pesar de todo, acabó el asunto de la vuelta en goleada, otra más, aunque el partido desde luego no pasará a la historia. El recuerdo sólo conservará, si acaso, la estética de los goles merengues, de una belleza variopinta y excepcional. 
El que abrió la cuenta lo firmó CR7, que cometió la vulgaridad de anotarlo con la rodilla. Marcelo, de lejos el jugador más inspirado durante el tiempo que estuvo sobre el césped, puso el centro. El lateral brasileño fue persistente en sus habilidosos juegos de pies, tan alegres como vistosos. Un rato después, Kaká perfeccionó una rosca que había ensayado antes y que se le había marchado fuera por centímetros. A la segunda intentona la coló desde fuera del área por toda la escuadra. Su disparo fue perfecto por su dañina curva, preciosista en su trayectoria. Pero el mediapunta quiso más y terminó estrellando otra pelota en la base del poste. Lo cierto es que casi siempre que juega deja alguna perla.
Muy por encima de la continuidad en el juego, la actitud del Real Madrid fue irreprochable hasta que llegó el descanso. La aparente ausencia de implicación del arranque se convirtió en una excitación asesina, propia de un tiburón, cuando hizo sangre con los goles. La reanudación, sin embargo, supuso un cambio brusco en el tono. La sosería se apoderó de la lluviosa noche, hasta el punto de que lo más espectacular parecía que iban a ser los dos dientes voladores de Paulo Jorge, rudo defensa del APOEL que necesita con urgencia un dentista por un violento choque con un colega de la zaga. Por si faltaba algo, Mourinho se dedicó a rotar y a hacer probaturas en la situación más propicia para ello que imaginarse pueda por la inexistencia de riesgo. Albiol ocupó el mediocentro y Altintop el lateral zurdo. Callejón, que también entró, sí ocupó su sitio. 
Con semejante diseño, el que peor lo pasó fue el turco. Silbado por una grada que debería demostrar más generosidad, propició el 2-1 con un despiste de colocación y provocó el penalti que permitió a Solari (junior) maquillar el marcador con un 4-2. Entre medias, CR7 botó el enésimo tiro libre de la temporada... y lo embocó por las telerañas de la meta chipriota gracias a un misilazo espectacular. Callejón se había sumado al festival anotador con una incursión en la zona de peligro que adornó con un recorte y un remate certero. Pero lo mejor estaba por venir. Antes del final Di María recuperó una pelota, encaró a la defensa y se inventó una vaselina sutil que llevó el balón hasta la red a cámara lenta y de manera sublime. 
En una de las repeticiones se pudo ver a un aficionado en el fondo norte echarse las manos a la cabeza. Es lo que tienen los genios, que siempre nos sorprenden a los pobres mortales con sus ocurrencias. Por ellas y por convertirlas en realidad, claro. Eso al menos sí se lo pudo llevar el aficionado a su casa mientras acaricia el sueño de lo que viene. Si el APOEL, al que hay tributar con las convenientes dosis de respeto, ha supuesto un aperitivo ligero, las semifinales traen consigo un cartel con ganadería de las duras. El Bayern aguarda en Munich para recuperar un duelo que es tan histórico como áspero. Llegan las emociones fuertes, amigos.