Traductor-translate

English French German Spain Italian Dutch Russian Portuguese Japanese Korean Arabic Chinese Simplified

Widget ofrecido por www.ayudaparamiweb.com

sábado, 26 de noviembre de 2011

Real Madrid 4 Atlético de Madrid 1. Bronca, fealdad y goleada

 
"Quiero un partido cerrado, bronco y feo". Pocas veces unas declaraciones anuncian de forma más precisa lo que está por venir. De una manera muy poco edificante, el técnico del Atleti, Gregorio Manzano, se despachó en las vísperas del derbi con un aviso que en otras circunstancias o bocas hubieran sonado escandalosas. Sus jugadores, sin embargo, decidieron que su entrenador se había quedado corto y pasaron a palabras mayores. El supuesto partido de fútbol fue durante la mayor parte del tiempo una maraña, una red tupida de piernas interpuestas cuando no de embestidas infames. Pero la actitud macarra solo le sirvió a los pupilos de Gregorio para que no diera la impresión de que una máquina pesada les aplastaba. En el fondo dio igual, pues volvieron al Manzanares con una goleada más y con la imagen hecha jirones.
Saltaron los rojiblancos al Bernabéu en un estado de hiperexcitación estimulada que abroncó el duelo y lo transformó en una cadena constante de interrupciones. Algunas de ellas sobrepasaron cualquier límite admisible, especialmente una de Perea a Cristiano Ronaldo que explicó con nitidez el significado de la palabra 'violencia'. En ese lance el marcador indicaba un empate a uno y el Atleti ya jugaba con diez. Su inferioridad no se debía, sin embargo, a las oposiciones preparadas por los visitantes en forma de entradas por detrás, agarrones o similares. En la única jugada ofensiva debidamente trenzada del Madrid, Benzema se quedó solo ante Courtois y fue derribado por el portero después de dribarlo.
Mateu Lahoz, evidente cómplice del "bronco y feo" plan que Manzano había explicado ante las cámaras, señaló el punto de penalti y expulsó al joven belga. Cristiano igualó la ventaja que un excepcional Adrián le había dado a los suyos tras irse de Pepe y mandar un tiro seco y certero junto al palo derecho de Casillas. Fútbol, lo que se dice fútbol, se había visto muy poco, por no decir nada. Que Diego se centrara casi exclusivamente en tapar a Xabi Alonso explica buena parte de lo sucedido. Los locales tenían serias dificultades en la elaboración, con Pepe sacando la pelota en largo como prólogo de demasiadas maniobras. Así las cosas, las ocasiones apenas llegaron antes de que las camisetas blancas enfilaran el túnel de vestuario. 
La reanudación trajo el cambio de escenario que a menudo supone la suerte del gol. CR7 se fue en velocidad de Godín y se la puso a Di María para que rematara a puerta vacía y a placer. Por debajo en el marcador y con diez sobre el campo el Atleti inistió en la bronca y la fealdad. A nadie se le escapa, sin embargo, que semejantes principios son estériles cuando vas perdiendo. Además, se demostró que las patadas tampoco evitan esas jugadas grotescas con la típica denominación de origen rojiblanca: los defensas no sacaron un balón llovido del cielo e Higuaín se metió entre ellos para recortar y anotar otro tanto sin oposición bajo el marco mientras varios de sus rivales miraban patéticamente desde el suelo. 
Todavía tuvieron tiempo Asunçao y Domínguez para seguir repartiendo estopa a diestro y siniestro. Ninguno de los dos pudo evitar, sin embargo, una pared de Ronaldo con Higuaín que acabó con el argentino derribado por Godín. El central se fue también, con justicia, a la calle. Cristiano anotó el cuarto y el Madrid se fijó el único objetivo de no acabar con la enfermería llena. Lo logró a duras penas, pues todavía faltaba algún arreón feo y postrero de un equipo que renunció a nada que no fuera enredar. Y uno se imagina a Manzano en sus tiempos de profesor de instituto y, todavía con el eco de sus declaraciones metido en el oído, se explica cómo anda el sistema educativo en España. Pues eso.

martes, 22 de noviembre de 2011

Real Madrid 6 Dinamo de Zagreb 2. Grupo salvaje

 
Sahin. Sahin y Xabi Alonso. Por separado y juntos. A falta de suspense, pues el Madrid ya tenía virtualmente resuelta su clasificación europea como líder del grupo, la noticia sobrevolaba el centro del campo y tenía por protagonistas a sus ocupantes. Pero este Madrid no está para lo particular, ni siquiera por parejas. Funciona el todo, el organismo completo, el bloque. Todas las piezas están al servicio de la obra entendida en su globalidad. Pronto, de inmediato, se olvidaron los detalles y se puso en escena un superlativo ejercicio de ambición, compromiso y solidaridad. Lo mejor no fue el set que le hizo a los croatas. Lo mejor fue, una vez más, la actitud.
El árbitro dio la orden de salida y los jugadores dirigidos por Mourinho, que en principio no ponían mucho en juego, se comportaban como si sus vidas corrieran grave riesgo. Fruto de esa necesidad autoimpuesta, el equipo pareció una botella de champán recién sacada de una centrifugadora. Todavía con el eco del pitido inicial en los oídos de los espectadores, Benzema desvirgó al Dinamo de Zagreb al final de una sinfonía de pases horizontales que acabó con la pelota en su pie derecho y con la rúbrica del 1-0. El cántico ritual a la memoria de Juanito del minuto 7 ya estaba arropado por el 2-0, cobrado por un Callejón asistido generosa y precisamente por Benzema. Y no se había llegado a la redonda cifra de los diez cuando Higuaín se había incorporado a la fiesta con un recorte magnífico y un toque genial. Visto lo visto, casi hubo que esperar una eternidad para que llegara el cuarto. Fue a los veinte minutos y lo certificó Özil, suelto y elegante en todo lo que hizo. El portero rechazó una pelota y el germano-turco detuvo el tiempo dentro del área con un estilo que recordó al mejor Butragueño. Serenidad y gol. 4-0.
El descanso sirvió para que Mourinho les pusiera la alfombra a los meritorios. Entraron Albiol, Altintop y Granero, con el consiguiente ahorro para Ramos, Özil y Xabi. Sahin se quedó solo al mando del timón. Solo quedaba por ver si la segunda unidad era capaz de desempeñarse con la misma motivación dada la eterna diferencia que reflejaba el luminoso. De momento, Callejón despejó cualquier duda y anotó su segundo chicharro y el quinto de la noche en una acción en la que alardeó de desmarque, paciencia y remate. Al poco, encima, el canterano se inventó una vaselina excepcional que el guardameta sacó milagrosamente con la yema de los dedos. 
Todos quisieron. Ése parece el gran secreto de este Madrid solvente y concentrado, cualidades que sumadas al indiscutible talento individual componen un cóctel embriagador. Talento les sobra desde luego a Higuaín y a Benzema. Además, los dos poseen unas habilidades que casan bien. De la suma nació el sexto, anotado por el delantero francés al aprovechar un pase con el tacón de su colega argentino. Como si tuviera la sensación de que al pastel le faltara una guinda, Karim se adornó a continuación con un globito a sí mismo y al que dio continuidad con una espectacular chilena que estrelló contra el poste. Que antes los croatas hubieran anotado el gol del honor -e incluso que después maquillaran el repaso con un segundo tanto- era una anecdotilla sin importancia: el Bernabéu estalló en una ovación cerradísima a la ocurrencia acrobática, borracha de calidad, que tuvo quien hace no tanto era protestado en todo lo que intentaba. Así, y en la noche de Sahin -correcto, sin más, a falta de coger ritmo en las piernas-, sobresalió la entrega de un grupo que se comportó de forma salvaje y que parece infundir terror en la ribera del Manzanares.

domingo, 20 de noviembre de 2011

Valencia 2 Real Madrid 3. Reflexión, palos y puntos


La reflexión es una actividad racional. Vinculas una neurona con otra, te emerge la idea y alcanzas la conclusión. Por lo general, la reflexión es la génesis que determina en la especie humana un acto posterior. De ahí que, al parecer, sea oportuno dedicarle una jornada en la víspera de las elecciones. Pues bien, el día antes del reinado de la urna y la papeleta el Real Madrid y el Valencia se entregaron en Mestalla a un ejercicio brutal de irreflexión. Piques, goles, errores, protestas, celebraciones exageradas. El fútbol apasiona por lo que tiene de imprevisible y el duelo de Mestalla fue un puro descontrol. No apto para cardíacos, según reza el tópico. Y en el que el Madrid se llevó tres puntos fundamentales, por ahondar en el lugar común. 
La olla coció de verdad entre el 45 y el 90. Tras el 0-1 del descanso, los valencianistas debieron de recibir una orden taxativa en su vestuario: ni rendiciones ni prisioneros. Transformaron los locales el segundo tiempo en una batalla legítimamente incruenta, apasionante, casi inhumana en su exigencia. Hubo hasta postre. Con 2-3, botó el Valencia una falta rematada violentamente contra el larguero de Casillas. Solo unos centímetros evitaron la pérdida de dos puntos y mayores apreturas en el liderato. Pero antes hubo mucha tela para cortar, tanta que cualquier seguidor pudo perder varios kilos sin apenas moverse del sofá. 
La primera parte fue movida aunque palideció ante la casi insoportable agitación de su continuará. El Madrid, vestido de un rojo excitante, se apoderó de inicio del balón y contuvo a su enemigo. Estuvo enérgico en la presión y eficaz en el dominio. Mourinho había sorprendido con un once que incluía a tres mediocentros, algo que restó protagonismo a Xabi Alonso y se lo duplicó, en largo sobre todo, a Khedira. El dominio, sin embargo, no se tradujo en un número holgado de ocasiones y solo Benzema aprovechó la suya para ejecutar una acción sobresaliente tras el saque sorpresa de una falta por parte de Xabi. El francés bajó el esférico, se lo puso en el pie izquierdo y lo mandó con violencia a las mallas. 
Que el tiempo es un ente relativo quedó confirmado, por otro lado, en la reanudación. Pocas veces 45 minutos pueden parecer tan eternos. El partido se puso para hombres -disculpe el lector la exageración masculina- y nadie se ahorró una gota de sudor en el envite. El Valencia apretó y lo hizo con un coraje que se movía en un dudoso límite, siempre con la cooperación necesaria de una afición empeñada en su alergia al madridismo. 
Todo se tornó en un monumento al otro fútbol. Tal fue la generosidad de los 22 jugadores que morían sobre el césped que ni siquiera el 0-2, marcado por Sergio Ramos de un cabezazo certero a la salida de un saque de esquina, cortó la electricidad. Soldado abrevió pronto las distancias al aprovechar el rechace de un paradón de Casillas. Es más, de nuevo el Madrid pareció firmar el finiquito cuando CR7 dejó sin perdón una salida mal medida de Alves y subió el 1-3 al marcador digital. Al poco, Soldado volvió a apretarlo todo gracias a la dejadez de Marcelo en un balón que llegó a centrar Pablo desde la línea de fondo. La presión sanguínea subió y las visitas a urgencias pudieron dispararse en multitud de centros hospitalarios españoles. 
Al final, la pelota murió con el partido en el travesaño del portero del Real Madrid. Si los campeonatos se ganan también por pequeños matices éste es candidato a convertirse en uno sobre el que volver la mirada cuando se repasen en junio los instantes decisivos. Los atletas vestidos de rojo celebraban el pitido final mientras los valencianistas se enredaban con un árbitro que les había concedido casi todas las tarjetas amarillas y buena parte de las incesantes reclamaciones de las que fue objeto. Ahí no radicaba, ni de lejos, la explicación al resultado. Si acaso, habría que buscarla en la diferencia de calidad de dos contendientes que se mofaron de la jornada de reflexión, transformada en Mestalla en una monumental exhibición de instinto primitivo cuyo resultado sabe a gloria.

domingo, 6 de noviembre de 2011

Real Madrid 7 Osasuna 1. Aperitivo brutal

 
Lo primero es lo primero: las doce. A esa hora dominical en la que muchos creyentes se entregan al ritual de la misa, las familias echan pipas a las palomas en los parques y los jóvenes marchosos todavía descansan en los ebrios brazos de Morfeo, el Real Madrid y el Osasuna saltaron a la pradera del Bernabéu para jugar un partido de fútbol. El plano general desde uno de los fondos era espectacular. La grada presentaba un reventón de aires clásicos, seguramente por la presencia semiplena de los abonados. Se veía bastante chavalería y no se veía una butaca azul sin dueño. El sol del mediodía repartía luces y sombras con mucho contraste. Y el ambiente era como más blanco, lúdico y sano. 
Las doce. A esa hora saltaron los jugadores del Real Madrid a la pradera del Bernabéu con unas camisetas que rezaban la leyenda "Forza Cassano", en apoyo al antiguo compañero que está pasando por un susto terrible. Como este club y sus integrantes son para el discurso dominante la quintaesencia del mal seguro que había algo turbio y oscuro detrás. Y con toda probabilidad lo habría también en el gesto de CR7, quien con la Bota de Oro en la mano se dio una carrerita de espaldas para que sus colegas salieran en la foto. Alguna intención muy retorcida tendría el portugués, sin duda, pues según parece la generosidad no existe en su credo y sus socios no le soportan.
Eso sí, disimular lo deben de hacer un rato largo. Tras el empuje inicial y cuando el evento se ponía anodino Di María le puso a Cristiano un centro medido que la cabeza del delantero pasaportó a la red. Una piña blanca lo celebró con entusiasmo. En fin. ¿Y lo demás? Lo demás fue, sobre todo, Di María. A falta de Özil, perdido durante demasiado tiempo, bueno fue el argentino. Además del 1-0 a Ronaldo,  le facilitó a Pepe, en un centro muy similar, el 2-1. En esa acción el Madrid reaccionaba, por cierto, a un enredo provocado por el árbitro y alimentado por la dejadez de la defensa y la viveza del ataque rojillo. Con Pepe queriendo entrar en el campo y el trencilla dando explicaciones, el Osasuna sacó una falta en un ver e Ibrahima empató, aunque muy momentáneamente. El instante apenas pudo ser más escaso y pronto llegaron el tanto de Pepe y otro a mayores de Higuaín, que mandó una rosca notable a la escuadra tras un hábil recorte. 
¿Y quién había dado el último pase también en esa acción? Una vez más, y con esa iban diez asistencias, Di María. El extremo fue protagonista en todo, por desgracia, y salió del campo con una más que probable y severa rotura de fibras. La lesión provocó un pasaje de titubeo, pues al once merengue le costó asimilar la entrada de Benzema para sumarse a Higuaín y a CR7. Pero en cuanto lo logró comenzó el atracón. 
La una. Ya se había metido el reloj, bien metido, en la una de la tarde. El domingo y a esas horas saben a gloria la cerveza y el aperitivo. El Madrid no se conformó con una tapita de engaño y pidió una ronda tras otra. Para empezar, Özil llegó antes que Satústregui a un balón que había viajado a la velocidad de la luz durante un contragolpe. Penalti y expulsión.  Ronaldo firmó el 4-1 y no tardó en ponerle la rúbrica al quinto tras cabecear un buen centro de Arbeloa. El sexto y el séptimo los firmó Benzema, ambos con la zurda. El segundo de su cuenta fue especialmente habilidoso al dejar correr el esférico para meter un punterazo que mandó la pelota a las mallas en el instante justo. 
A esas alturas de la cita mañanera ya había debutado Sahin, que era lo que faltaba para completar la fiesta. Apuntó buenas maneras y compartió la medular con Xabi Alonso, con el que está por ver si forma una buena pareja. A todo esto, el donostiarra estuvo sencillamente monumental. Dio al menos media docena de pases kilométricos y milimétricos, según se ponga la perspectiva en la distancia o en la precisión. Su capacidad en ese lance tan hermoso y poco habitual del juego es asombrosa y justifica el pago de la entrada. También la justifica, aunque sea una faceta menos vistosa, el estilo defensivo del conjunto, que hizo de Casillas un testigo pasivo de las circunstancias que rodearon a una goleada estruendosa. El reloj encaraba las dos de la tarde. El público aplaudía y, seguramente, se marchara a casa para comer ligero. El atracón en el horario de las cañas había sido brutal. Que haya más.

miércoles, 2 de noviembre de 2011

Olympique de Lyon 0 Real Madrid 2. Oh la la!

 
Oh la la! es una expresión que revela sorpresa. Posee ese aroma de la lengua francesa que se mueve entre la sonoridad elegante y el amaneramiento ridículo. Sorpresa. Oh la la!, por fin ganó el Madrid en Lyon. Oh la la!, Sergio Ramos es irremplazable como central. Oh la la!, Lass puede jugar, con suma corrección, en cualquiera de los dos laterales. Y oh, la, la!, Cristiano Ronaldo ya es goleador centenario de una institución gloriosa. 
La expresión también denota júbilo y el equipo dirigido por Mourinho tiene motivos para una contenida celebración. Su esperada victoria ante un correoso Olympique despeja el horizonte de la primera plaza del grupo y permite administrar esfuerzos y concentrarlos en una Liga que se presume muy exigente. El 0-2 constituye además otro golpe de autoridad, pues se produjo en un escenario por lo general exigente, de esos que aprietan. Salieron los blancos bien parados de los arreones franceses y se llevaron con merecimiento tres puntos, aunque costara algunos litros de sudor.
Compareció el once con algunas novedades y apenas se resintió por ello. Dominó durante la primera parte sin necesidad de imprimir el diabólico ritmo de citas todavía frescas en el recuerdo. Controlaba los hechos el Madrid sin grandes aspavientos cuando CR7 mandó un misil de vuelo semirasante contra el marco de Lloris. El golazo de libre directo sirvió para adueñarse más de los tempos de un partido que no quedó resuelto antes del descanso porque Di María tiene la pierna derecha solo para apoyarse y porque Özil estuvo blandito en la definición. 
No obstante, la imagen de algunos madridistas como Benzema o el mismo Lass fue óptima. El delantero no mojó pero hizo alarde de su sobresaliente visión de juego. Cuando se marchó al banquillo entre aplausos lo hizo con el deber más que cumplido. Antes y después de ese cambio sus compañeros demostraron también mucho compromiso, especialmente en las no siempre vistosas artes del repliegue. El Olympique embestía con una mezcla de músculo y voluntad, pero las maniobras defensivas de los visitantes les cerraban todas las puertas. Y cuando quedaban entreabiertas aparecía un ángel vestido de amarillo apellidado Casillas. 
Así las cosas, el árbitro se tragó un penalti clamoroso por mano en el área del Lyon y, preso de una conciencia turbia, se apresuró a señalarlo poco después en una acción bastante más discutible sobre CR7. El portugués lo transformó y acabó con cualquier duda sobre si lleva 100 goles vestido de blanco o no. Los lleva y la cifra es brutal. A todo esto, y con las dudas del triunfo en tierras galas ya resuelto, sus colegas se dieron el lujo de dormitar un rato. Con Lass en la banda izquierda y con Albiol en la derecha la retaguardia propició varias ocasiones que el Olympique no llegó a concretar. El marcador sin embargo quedaría a cero. Si las cuentas no fallan, cuatro partidos sin encajar un gol continental. Y eso merece, sin duda, un último y rotundo oh, la, la!