Este Madrid tiene mérito. Sin nada en juego más que el orgullo asociado a la camiseta y la vergüenza propia le está poniendo un carácter excepcional a la recta final de la temporada. Uno no recuerda un desenlace sin emoción en el que se viera tanto compromiso como el que se ha dado sobre el verde de Mestalla, el Sánchez Pizjuán y, ayer, el Madrigal. De nuevo cuajó en una plaza exigente un partido completo y de calidad, enérgico y talentoso, pleno de ambición. Practicó un fútbol sobresaliente durante la primera parte y redondeó la cita con dos excelentes goles, a balón parado, de Cristiano Ronaldo. El portugués igualó la marca de 38 dianas de Zarra y de Hugo Sánchez, que pueden bajar un escalón en el Pichichi histórico si el 7 blanco suma otro en el postre contra el Almería. Y comprobado que anda canino de gloria, casi es obligatorio darlo por seguro.
Mientras llega o no llega el número 39 -y el 40, que sería una cifra redonda y brutal-, tanto CR7 como sus compañeros saltaron a la cancha como si el fin del mundo fuera a llegar hoy mismo. La alineación prometía calidad en el manejo de la pelota y vocación ofensiva y la promesa se hizo realidad desde el arranque. Con un centro del campo habitado por Xabi Alonso y Granero, auxiliados por un dinámico Kaká y un Marcelo en posición más adelantada de lo habitual, el vistoso Villarreal se dedicó a perseguir lo que para sus jugadores eran diabólicas sombras. El balón era objeto del monopolio merengue y viajaba sobre la hierba a velocidad de vértigo. El Madrid le hacía a su rival un destrozo entre líneas y, por si fuera poco, le presionaba en superioridad en cuanto intentaba salir de su terreno.
Por todos esos motivos, lo que se vio durante 45 minutos fue un baño sin paliativos. La superioridad se hizo palpable en el gol que inauguró el marcador y que culminaba un contragolpe liderado por Benzema. El delantero francés estuvo magnífico en todas esas facetas que él sabe añadir al brillo del colectivo, especialmente la facilidad para ofrecerse y establecer asociaciones con sus colegas. De ser ciertas las teorías sobre su venta estaríamos ante una injusticia y ante un error de cálculo, pues hay pocos atacantes en el mundo que hagan jugar tanto al conjunto. Fue Marcelo quien se benefició esta vez de la conducción del francés con una llegada atlética aunque resuelta con elegancia de seda. A su vaselina habría que sumarle poco después el primer misil teledirigido de CR7, que tenía el punto de mira perfectamente afinado. La prueba fue que no dejó pasar la clónica ocasión del 93, minuto en el que se olvidó de la dureza de los músculos para enviar otro tomahawk a la portería de Diego López.
Así se cerraba un 1-3 en un campo exigente que es la casa de unos chicos que tejen un juego muy agradable para la retina. Se comportó también el Villarreal con mucho empeño, hasta el punto de que saltaron chispas entre los jugadores durante varios minutos. La segunda parte fue de hecho más bien amarilla, gracias a las virtudes propias y a la pérdida de intensidad de un Madrid que había hecho un esfuerzo notable. Acortó distancias Cani y el marco de Casillas se vio asediado por momentos. En el espectáculo colaboraba con su sorda pero imponente labor un centrocampista magnífico del que casi nadie habla a pesar de que ofrecería en cualquier club unas prestaciones muy especiales: se llama Bruno y juega justo por delante de la defensa para sacar limpia la pelota y sumar mucho equilibrio a los suyos. Uno no entiende que ningún club de relumbrón, y especialmente el Madrid, no se haya fijado decididamente en él. De momento, bastó con verle en una cita que se antojaba irrelevante y que la personalidad orgullosa de un puñado de deportistas convirtió en un enfrentamiento eléctrico y memorable.
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