Cientos de millones de euros después, tras el regreso de un Presidente de chequera fácil, con Valdano, Pardeza, Butragueño y no sé sabe cuánta gente más en carísima nómina de la estructura deportiva del club y con el supuesto mejor entrenador del mundo en el banquillo el megaproyecto merengue dispone de un solo centrocampista con la talla suficiente para llevar la camiseta blanca. Es lo que hay. Xabi Alonso, en estado griposo, estuvo una hora de reloj viendo desde la banda cómo sus colegas perpetraban una exhibición de incapacidad balompédica. Otra más en su ausencia. Cualquiera mira la alineación y si no está el donostiarra se teme lo peor. Lo teme legítamente. Por ejemplo, que un animoso pero limitadísimo equipo te mande a siete puntos de diferencia con el Barcelona. La Liga de dos es Liga de uno.
Pensar en este título es todo un atrevimiento propio sólo de locos o de cachondos mentales. De mediar una lesión duradera del mediocentro donostiarra casi sería para olvidarse también de los demás y para centrarse en todas las movidas extradeportivas, algo que el seguidor tiene asegurado mientras la institución siga en las manos en las que está. De hecho, hay días en los que centrarse en lo puramente deportivo escuece de forma insportable. Y es que ayer hubo algo peor que decir prácticamente adiós a una competición y fue la manera de hacerlo, entre balonazos al campo enemigo, como en los torneos de barrio o en los campeonatos de tuercebotas cuarentones. Así perdió el Madrid.
A eso de las siete de la tarde, hora española, millones de personas en todo el mundo buscaban la belleza en las páginas de una novela de Paul Auster, en los sonidos de un disco de los Rolling, en los fotogramas de una película de Clint Eastwood o en compañía de alguien agradable en algún bar agradable y con una agradable copa entre las manos. En ese mismo instante unos cuantos adictos al fútbol en general y al Real Madrid en particular comenzaban un calvario de noventa minutos que eran como contemplar un muro grueso y pintado de gris. Durante ese eterno pasaje el equipo más caro del mundo no pudo sacar el balón jugado desde su área y se entregó a una apología del patadón en cuanto el animoso rival le apretaba, lo cual sucedía con insistencia.
El dueto Lass-Khedira es sencillamente infumable para cualquier sensibilidad medianamente desarrollada. Su nulidad para hacer funcionar la maquinaria ofensiva es tan escandolosa que casi provoca úlceras. Eso sí, como delante estaba lo que estaba y a falta de un dueño claro del duelo, estuvieron los de Mou cerca de adelantarse en el marcador durante la primera parte. De vez en cuando, la inercia azarosa del juego daba con la pelota en terreno rojillo y en los pies de Özil o de Benzema, que al menos dieron un toque de movilidad al grupo. El francés, de hecho, estuvo a punto de colarle a Ricardo un trallazo seco pero el guardameta sacó el pie izquierdo a tiempo. A pesar de todos los pesares, que no fueron pocos, en otras dos ocasiones debió inaugurar el electrónico CR7, últimamente muy ofuscado ante el marco. En algo raro fue pensando el portugués cuando se plantó solo en el área pamplonica y ni siquiera llegó a rematar. Y no mucho más ágil estuvo a tres metros de los palos y a falta de un suspiro para el descanso, momento en el que estrelló un tiro sin precisión sobre el cuerpo del portero de Osasuna.
Con todo, pudo reaunudarse el negocio con peores expectativas si Pandiani hubiera acertado con su cabeza en un centro medido de Camuñas que le dejaba en clara ventaja ante Casillas. En el fondo dio igual. A la hora de juego, un inmenso Aranda -criado en la Ciudad Deportiva- habilitó a Camuñas -criado en la Ciudad Deportiva- para que le metiera a su exequipo un balazo entre ceja y ceja. Sólo entonces reaccionó Mourinho, que se había pasado sesenta minutos mirando con pasividad lo que sucede cuando Xabi Alonso no está sobre el césped. Sólo entonces le dio salida su técnico junto a Kaká -ay, si ese dinero se hubiera puesto en otro sitio- y a Adebayor, aunque nada remediaría el desaguisado. Es más, el punto y final pudo anticiparse en dos claros contraataques de un equipo que se comportó con el oficio callejero de quien se sabe inferior y que contó con la colaboración entregada de una grada que apenas se creía el sueño que estaba viviendo.
Un sueño que para los madridistas fue toda una pesadilla. A medida que se acercaba el trágico desenlace se hacían más visibles los costurones de una plantilla descompensada, atiborrada de mediapuntas insustanciales y de efectivos innecesarios. Todo el rascacielos depende de si un jugador estornuda al tiempo que Valdano no da por pérdida la competición. Ya se escribió la semana pasada aquí mismo: madridistas, el que sepa rezar, que rece para que no falte Xabi, porque sin él, y con unos responsables de la parcela deportiva como los que tiene este Madrid, cuesta un mundo imaginarle algún final feliz a este curso.