"En lo bueno y en lo malo", rezaba en letras gigantescas una pancarta que colgaba del Fondo Sur del Bernabéu. Lucía el estadio gris como el clima, lánguido por el escozor de una eliminación europea con la que no se contaba. Parecía que los de casa no estaban en la antesala de la consecución de la Liga, un torneo mayor, de enjundia, que justifica una temporada por mucho que haya quien quiera convertirlo en una nulidad. El Madrid se jugaba mucho ante el Sevilla, más de lo que la propia parroquia daba a entender. Tocaba cita con un triunfo prácticamente definitivo para acabar la 2011-2012 con una gozosa visita a la Cibeles, por mucho que las circunstancias de hace unos días prometieran más. Pues ganó el líder 3-0 para certificar la conquista de 'lo bueno'.
Tuvo un mérito indudable la victoria dominical y mañanera. En solo una semana parece haber pasado un mundo, toda una vida. Se ganó en el Nou Camp, cayeron fulminados en Europa los dos favoritos y eternos enemigos y anunció su marcha Pep. Demasiadas emociones y hechos de enjundia, sí, pero sobre todo una exigencia física y mental casi inhumana. Como en la 'Casa Blanca' parece que el mundo fuera a acabarse a cada minuto que pasa, eso sin duda pasa factura a sus jugadores, que saltaron al césped con el once que para muchos es de gala: Granero dejó fuera a Khedira y Marcelo sentó en el banquillo a Coentrao. El resto, los habituales.
Con ellos se encontró una circulación más fluida cuando las piernas y las neuronas respondieron. El depósito está en reserva, aunque el combustible sobra para doblegar a una escuadra que no parece ni sombra de lo que fue. Y eso que durante buena parte del duelo se intercambiaron golpes en formas de cristalinas llegadas a los dos marcos. En ese reparto decidió, una vez más, CR7, que abrió la cuenta goleadora con un formidable recorte con la siniestra y un remate seco con la diestra. Al descanso el guarismo parecía imposible, sobre todo por un remate del portugués a la madera en un libre indirecto dentro del área, por un árbitro que miró hacia otro lado cuando le hicieron un penalti a Benzema -también pitó una dudosa falta que acabó en gol de Fazio nada más empezar- y por un trío de descaradas oportunidades de los visitantes. Primero Reyes, después Navas -de lejos el mejor de los suyos- y por último Negredo la pifiaron.
Sus errores fueron oxígeno bendito para los blancos. Las estampas de cansancio eran evidentes en varios de los jugadores cada vez que el balón no estaba en juego. Así las cosas, el Sevilla exigió una vez más a Casillas con un intento pueril de Negredo desde la frontal y con su pie menos educado. Las circunstancias, sin embargo, estaban del lado merengue por pura tendencia justiciera en la competición de la regularidad. Di María, muy impreciso desde su reaparación hace semanas, dio un pase discreto que se paseó por una defensa andaluza que acabó mirando cómo Benzema resolvía el envite. Anotó el francés, otro que anda fatigado... y pareció respirar la afición.
Del alivió a uno de los pocos arranques extasiados mediaron unos pocos minutos. Durante un contragolpe de vértigo, Sergio Ramos se incorporó a la oleada y le puso un centro medido a Benzema, que cabeceó a placer el definitivo 3 a 0. Solo entonces las gradas tomaron conciencia del significado de los hechos, olvidaron provisionalmente 'lo malo' y celebraron lo sucedido al grito de "campeones, campeones". La felicidad coincidía, por cierto, con las airadas protestas de los sevillistas, encolerizados porque uno de sus jugadores estaba tendido en el suelo cuando el Madrid decidió ir a por todas.
El lance fue pecata minuta, ganas de enojarse con los detalles por pura incapacidad. Lo mismo puede decirse del cabreo por las filigranas de Cristiano, que se enredó en varios controles y maniobras circenses con el cuerpo y pegado a la banda izquierda. Llama mucho la atención esa sensibilidad a flor de piel con acciones legales y sin ánimo de hacer daño que derrochan algunos. Recordar ahora las agresiones a Casillas, los recogepelotas hábilmente adiestrados para retirar las pruebas del delito o los lanzamientos a destiempo de balones desde los fondos quizás sería ventajista, si bien alguno podría apelar a la memoria antes de impartir la enésima lección moral que, según parece, el Madrid está obligado a recibir de cualquiera al que le preste.
Como el partido estaba sentenciado, la Liga casi y todavía estaba cercano el dolor de origen alemán, los asistentes miraron con frialdad los sucesos, cada vez más apagados. Lo más relevante de lo que restaba consistió, de hecho, en que ni Higuaín ni Kaká calentaron en la banda. Y acabaron el partido Khedira y Albiol como pareja de mediocentros. Quien quiera mirar y sacar punta lo tiene bien fácil para ir atando cabos sobre la futura composición de una plantilla que va a sufrir alteraciones importantes para la 2012-2013. Eso, no obstante, todavía queda lejos. De momento, le toca al madridismo disfrutar con toda pasión y merecimiento de 'lo bueno'. La Cibeles ya está engalanada.