El clásico más descafeinado que se recuerda también lo ganó el Madrid. Se disputó a una hora extraña, la de la siesta. Mediaban, además, la resaca del vibrante partido copero y la inminente y angustiosa visita a Manchester en el objetivo principal de la temporada en tres días. Pero ni un once de circunstancias, ni la lejanía en la clasificación, ni la falta de necesidad competitiva impidieron la victoria blanca. Otra más y ante un enemigo que está sonado y que parece buscar las cuerdas. Bastó la fórmula consistente en una aplicación estricta y algo reservona durante una hora y la agitación añadida por Cristiano desde que compareció para disputar poco más de un tercio de partido. El plantel dirigido por Mourinho ha dado definitivamente con la tecla anticulé y en cualquier versión. Y el triunfo es otra bocanada, gigantesca, de optimismo.
Lo más reseñable acaeció hacia el final. Con empate a un gol saltó al tapete CR7 y lo que era una combate nulo se transformó en superioridad merengue. La inoperancia blaugrana quedó de manifiesto y el luso lanzó varias de sus puñaladas predilectas. Los centrales sufrieron sus embestidas, aunque el que gozó de una ocasión notoria fue el canterano Morata, solo ante Valdés tras un pase perfecto de Pepe. La pelota se empotró contra el cuerpo del guardameta, que poco después vio a Ramos elevarse sobre Piqué, que se comió otro balón por alto que terminó en gol. Era el 2-1 definitivo.
La ventaja no cambió el viento de la tarde y Cristiano lanzó dos faltas magistrales, una de las cuales casi revienta la cruceta. Mientras, el aventajado líder se enredeba en un fútbol espeso y estéril, del que solo salió en el último minuto para trenzar una combinación que acabó con Adriano en el suelo y con sus compañeros comiéndose a Pérez Lasa. Hubo contacto de Sergio Ramos dentro del área, aunque también una exageración de tal calibre en la caída que el colegiado se sintió engañado. Lo que vino después, con el final ya decretado, fue la olvidada estampa de un enjambre culé asediando a un árbitro. La anacrónica escena era tan fea que Valdés acabó viendo la tarjeta roja, justo cuando cualquiera con memoria podía ponerse a recordar lo que afirmaba hace no tanto Xavi sobre la forma de perder que tenían "los del Madrid". En fin, cosas de la memoria selectiva.
Tanta electricidad al final no impedía recordar lo descafeinada que había sido la primera mitad. Mou le restó estimulantes al clásico con una alineación tan de circunstancias que incluía a Morata, Callejón y Kaká, a Pepe de mediocentro y a Essien de lateral zurdo. La apuesta, comprensiblemente conservadora, dejaba a Cristiano en el banquillo. No había dudas sobre el grado de importancia que le concedían los de casa al envite tras el subidón del Nou Camp y a pocos días de encarar en Inglaterra 90 minutos vitales para lo que resta de temporada.
En el otro lado, sin embargo, Roura sacaba toda la dinamita disponible, a excepción de Xavi y de Cesc, con Thiago en la medular y con Villa supuestamente arriba, pues ya se sabe que los atacantes de ese equipo están concebidos para no eclipsar ni por asomo la voracidad de Messi. Los demás, todos. Incluido el astro argentino. Cierto es que al Barça le queda otro fin de semana para relajar a los suyos de cara a la batalla contra el Milan, por lo que gozaba de un margen superior. Pues ni con esas fue superior durante la mayor parte del combate.
De hecho, se adelantó el Madrid y lo hizo pronto. Morata encaró por la izquierda y puso un centro a Benzema, que esta vez dejó la velocidad para la hierba y empujó la pelota a la red. El lance reforzó la disposición madridista, muy arropado atrás, con nueve jugadores en dos líneas y el comienzo de la presión lejos de Valdés. Un calco de lo sucedido, infelizmente, en otros tiempos. Muy poco propio de un escenario como el Bernabéu, sin duda, si bien en esta ocasión cabía la coartada de un once tan evidentemente improvisado y, por tanto, inferior sobre el papel.
Así que el Barcelona se dedicó a tocar, casi siempre en territorios irrelevantes y sin la menor profundidad. La única vez que la tuvo marcó Messi, que coqueteó con el fuera de juego sin incurrir en él y que encaró a Ramos para lanzar un tiro raso por el primer palo. Por segunda jornada consecutiva, Diego López dejó abierta esa grieta en su marco y el balón se coló por ella. Celebró el argentino la diana, arropado en el halago por un Jordi Alba, que dirigió al respetable un gesto de muy dudoso criterio moral.
No hubo mucho más antes del descanso: otro disparo de Messi, esta vez con la derecha, que atajó López; y un cabezazo de Morata, solo pero escorado, al lateral de la red de Valdés. De hecho, el relato general se agota aquí, pues son más interesantes las conclusiones que la descripción de unos hechos que mayoritariamente cayeron del lado del sopor.
A saber. El Barça da síntomas de una enfermedad crónica cuya gravedad parece ir a más día a día. Y el Madrid acumuló una dosis adicional de ánimos para la batalla de Manchester. Pasar la eliminatoria de Champions sería una lanzadera de confianza con apariencia muy relevante. Da la impresión de que la historia del curso se escribe, para unos y para otros, de aquí en quince días. De momento, el prólogo lo hemos leído con gran placer.
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@michihuerta