Y supercampeón fue el Madrid. Con todo mérito si se repasan las ocasiones de la vuelta pero con un sabor agridulce en lo que se refiere al juego, de altísimos quilates durante cuarenta minutos en los que trató al Barcelona como un niño caprichoso y sádico destroza a sus muñecos. Todo le salió bien durante ese tiempo, incluida una superioridad numérica cuando quedaba un mundo. Todo salvo el resultado, que de pronto se apretó y sembró el horizonte de dudas. Así que en la segunda mitad se vio a un equipo especulativo, atrincherado, fundido físicamente. Pequeño hasta el punto de fiar los últimos lances al puro azar, en el que pudieron marcar tanto unos como otros. Esta vez, salió cara.
En el inicio parecía escocido el propietario del título de Liga por la derrota en Getafe y sometió al campeón de Copa, aturdido por la lesión durante el calentamiento de Alves, a un castigo inesperado. De salida presionaron los de Chamartín a sus oponentes en la mismísima área, les arrebataron el balón y se plantaron una y otra vez ante Valdés. Fue un 'baño' en toda regla, un meneo tan descomunal que el 2-1 al descanso pasó a ser una noticia catastrófica. Debieron los blancos tomarse el refrigerio con la eliminatoria zanjada gracias una goleada de escándalo y a que tenían un efectivo más por la justa expulsión de Adriano. Pero no. Dilapidaron media docena de oportunidades y concedieron una falta lejanísima que Messi embocó con una puntería estratosférica.
Parte de la responsabilidad de la mínima ventaja la tuvo Higuaín. Nada más arrancar disparó de forma inocente a pocos metros de Valdés, que salvó el tanto con el pie. Fue el aperitivo del único acierto del punta, cuando un despeje de Pepe lo continuó Mascherano con una pifia que cedió al Pipa el resarcimiento. El delantero argentino desperdició otro mano a mano después, al disparar contra el muñeco cuando su equipo ya ganaba 2-0 y lo tenía todo de cara. CR7 había aprovechado una indecisión de Piqué para llevarse la pelota de espuela, levantar la cabeza y marcar. Y, por si fuera poco, Adriano había desfilado a la grada por agarrar al portugués siendo el último defensor.
A la bacanal solo había que ponerle la enmienda de la indefinición. A las ya reseñadas de Higuaín -más otra que le sacó Mascherano- habría que sumarles otra de Khedira y una, menos clara, de Di María. El Barcelona naufragaba y no parecía ni la sombra de un equipo aspirante. Al menos hasta que Xabi concedió un libre directo innecesario que Messi enchufó con una precisión y potencia difíciles de creer.
Fue un duro mazazo y el Madrid volvió a las andadas de otros clásicos. Se replegó, entregó el esférico y aguardó a la contra de manera descarada. Contra once y contra el Barça tiene un pase. Contra diez, es mucho más discutible. El partido pasó a ser un rondo culé, sin aparente peligro pero muy inquietante por la indiscutible calidad de algunos de sus jugadores. Mientras daba la impresión de que no pasaba nada, pudo llegar el disgusto en dos nítidas llegadas de Pedro, que se comportaba como una bala en comparación a sus defensores. En esa tesitura se engrandeció Casillas, como lo hizo también CR7 en lides que no son las suyas. Se pegó dos arreones en la presión y espoleó así a una grada que andaba adormecida.
Quizás por el subidón, Khedira se puso el mundo por montera, cosió la pelota al pie y percutió contra la línea defensiva con una potencia descomunal. Su derechazo final lo sacó Valdés, que por entonces tenía mucho menos trabajo y respiraba más tranquilo. Enfrente tenía a unos jugadores desconcertados o presos del agotamiento. Mourinho no hacía cambios y en el aspecto físico se imponían los barcelonistas.
El último cuarto de hora se convirtió en una ruleta rusa, ya con Callejón, Benzema y Modric, que debutó con excelentes formas, sobre el tapete. A los nervios finales contribuyó otra vez Higuaín, que se durmió en el enésimo uno contra uno y vio cómo Mascherano entorpecía su intento mandándolo al poste. La siguiente la tuvo Modric. Eso, en un lado, pues sin solución de continuidad Montoya se arrugó, solito, ante Iker. Y en el último suspiro, Messi mandó fuera por poco las aspiraciones de los suyos, que llegaron con vida hasta el último aliento. Había pasado una eternidad desde los mejores pasajes madridistas y solo la conquista del trofeo devolvió el júbilo al supercampeón de las dos caras. Con eso, que no es poco dada la depresión previa al partido, habrá que quedarse.
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@michihuerta
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