El derbi madrileño asistió a un hecho histórico, la victoria del Atleti un mundo después. Pero dejó escrito, sobre todo, lo que parece un punto de inflexión. Se dejó el Madrid media Liga tras quedarse a cinco puntos de los líderes y con una visita pendiente, y en menos de un mes, al Nou Camp. Eso en lo objetivable, pues en las sensaciones el retrato es mucho peor: el once dirigido por Ancelotti dejó patente su terrible falta de personalidad tras haber perdido todas las virtudes forjadas en los últimos años y después de desempolvar del desván los viejos vicios del pasado. Con muy poco, cualquiera pone en aprietos a este débil conjunto. Y el Atlético de Simeone, a pesar de sus limitaciones, es una escuadra que sabe competir como la que más.
El Real Madrid de la era post-Mou no posee ni un ápice de intensidad ni de vértigo, ese aire eléctrico que se
fundamentaba en veloces salidas y precisión vertical. Para agravar los síntomas cultiva numerosas lagunas de concentranción en momentos puntuales que propician
goles en contra u ocasiones nítidas para los rivales. El tanto que decantó los tres puntos llegó en una de esas, con una pérdida de Di María que acabó con los centrales contemplando la definición a placer de Diego Costa. No obstante, pudieron llegar un par de ellos más que hubieran coloreado el marcador con cifras más impactantes.
El primer tiempo prolongó los peores síntomas del inicio de temporada. El Madrid se comportó con una sosería insufrible en una apología constante de la vulgaridad. El tono general fue descafeinado y sin personalidad, con toques cortos y estériles que se mezclaban con balonazos infames de los centrales hacia arriba. No crearon los blancos peligro de ninguna clase, lo más un par de cabezazos de Benzema. Al Atleti, mientras tanto, le hizo falta muy poco para maniatar al eterno enemigo y reducirlo a la nada. Con un par de líneas bien juntas y solidarias cortocircuitaron todo, empezando por un Illarramendi al que el derbi le pasó por encima en su labor constructora.
Si arriba la espesura desesperaba al más paciente, atrás un par de saques de esquina estuvieron a un paso de dejar finiquitado el trámite. En uno de ellos Isco se desentendió de sus funciones y permitió un remate franco de Tiago que se marchó fuera. El lance no tuvo una consecuencia inmediata pero sirvió para resumir el sentido simbólico de todo lo descentrado que andan los merengues.
No definió el Atleti ni en ese momento ni en la segunda mitad. Tampoco lo echaría en falta para llevarse el cofre del triunfo. Entre Diego López y el travesaño impidieron de forma milagrosa la puñalada que pusiera fin a la agonía. En el otro lado, las entradas de Modric y Bale tampoco mejoraron las prestaciones en la vanguardia, zona en la que se creó por casi toda aproximación peligrosa una pelota empalada por Morata a poco del final que rechazó Courtois. El canterano había entrado para reemplazar a un desdibujado Isco, decisión que le costó a Ancelotti su estreno como técnico pitado desde la grada de Chamartín.
Da, por cierto, toda la impresión de que sus oídos volverán a escuchar la melodía quejosa. Su proyecto, en caso de tenerlo, está a años luz de lo que se supone debe ser un equipo grande y con aspiraciones. La Liga bipolar, de momento, se le ha puesto casi imposible en los números y deprimente en las impresiones, con puntos inmerecidos obtenidos en casa del Villarreal y el Elche, dos recién ascendidos. Solo falta
recuperar la tradición de un Segunda B que nos pinte la cara en la Copa
para culminar el viaje a una zona oscura que se creía enterrada. Qué depresión.
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