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martes, 26 de febrero de 2013

FC Barcelona 1 Real Madrid 3. Finalista con recital


Intentaron convencer al mundo de que solo existía una manera de jugar bien al fútbol. Y no. Hay otras. Ésa es la principal grandeza de este deporte. La posesión, la pausa elaborada y los pases etenernos, con las gotas de calidad de turno arriba, no garantiza la gloria perpetua. Lo demostró el Madrid en la vuelta copera del Camp Nou, donde dio un recital de otra manera de entender el balompié. Rocoso, sólido y rápido. Dañino. Vibrante. Ejemplar en defensa y definitivo en ataque. Gracias a un planteamiento ejemplar de un entrenador al que hay que darle lo suyo, porque le toca. Con la guinda, además, de un jugador espectacular, histórico. Cristiano se pasó el Balón de Oro por el arco del triunfo. Y el Madrid accedió a otra final de la Copa del Rey de una manera grande. Muy grande. 
Sí, golearon los madridistas a los azulgranas en la olla a presión del Nou Camp. De nuevo maniataron a sus rivales, aunque esta vez los redujeron a la condición de peleles ingenuos. Nada funcionó en el Barça porque la tela de araña dispuesta por Mourinho fue una trampa mortal. Messi jamás actuó con ventaja y solo apareció para lanzar un libre directo raso que lamió el palo. No hizo más. Da la impresión de que al Barcelona no le importa en absoluto el enemigo que tiene delante. Va sobrado. Tanto que alienta todas las virtudes blancas, en especial una: se llama Cristiano, que volvió a disfrutar de grandes espacios y que brilló con una potencia y calidad portentosa. 
El horizonte lo despejó ese portugués con una acción individual en la que Piqué compró su engaño. Protestó con todas sus fuerzas el penalti, que sin embargo era notorio. Lo embocó Cristiano, que no dudó. La ventaja con la que jugaron los visitantes se convirtió en un colchón de seguridad muy confortable. Los locales, sin embargo, se enredaron con el arbitraje y con una colección importante de simulaciones, quizás para seguir la corriente del impresentable ventilador de las hienas. Pero nada cambió. Undiano no picó en ninguno de los engaños o de los lances polémicos. Y los culés siguieron dándose contra un muro y sufriendo cada vez que la pelota iba en las botas de los blancos. 
Y eso que no hubo muchas ocasiones de gol. De hecho, la siguiente nítida la tuvo Cristiano y la volvió a meter. En realidad quien dispuso de ella fue Di María, que hizo un esfuerzo brutal en las dos direcciones durante todo el duelo. En una contra se fue de Puyol, al que recortó brillantemente dentro el área. Su posterior tiro lo rechazó Pinto pero Cristiano estaba allí. Siempre está. Él, sí. Marcó el 0-2 y mató la eliminatoria. 
Pero quedaban más alegrías en la noche catalana. Faltaba el doctorado de Varane. Se licenció en la ida y defendió la tesis en la vuelta. Se anticipó siempre a los atancantes barcelonistas, sacó la pelota jugada, supo medir cada cruce. Una brutalidad de central, a su edad. Encima volvió a marcar, de nuevo de cabeza, para rubricar el golazo de La Castellana, aquél que dio tanta vida. 0-3. Un placer indiscriptible. 
Nada mejoraba, por cierto, en el Barcelona, ni siquiera con la entrada del reclamado Villa. Piqué se sumó a un ataque desesperado y, por momentos, fue el Madrid quien combinó a su antojo. Sonaban unos olés en la grada que sabían a gloria bendita. Era tan grato el sabor que el tanto de Jordi Alba no olía nada. Los aficionados culés desfilaban desconsolados. Habían descubierto otro estilo futbolero, también brillante, diseñado por un técnico que les impone respeto y por un jugadorazo que está muy por encima de los reconocimientos individuales. Es lo que hubo. Y como empieza a ser reiterado en el Nou Camp, parece que es lo que hay.
A la final.

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sábado, 23 de febrero de 2013

Deportivo 1 Real Madrid 2. Jekyll y Hyde


Visitaba el vigente campeón al colista y volvía a dejar las malas noticias habituales en lo que va de temporada: una actitud desencantada ante un trámite de escaso vuelo. No hay estadio que no sea un dolor de muelas, un padecimiento atroz. El problema es que suele ocurrir por deméritos propios, casi por tedio. Volvió el protagonismo de Hyde, el lado malo que tanto brizna verde está pisando durante el curso en los campos de por ahí. Esta vez quedó el consuelo de que reaccionó a tiempo Jekyll, la personalidad más aparente y equilibrada de este equipo. Gracias a ella ganó el Madrid en casa del último. Menos mal.
Solo desde que saltaron al césped los suplentes Cristiano, Özil y Khedira cuando se habían consumido diez minutos de la segunda mitad,  el asunto mejoró de tono. Los visitantes dieron entonces su mejor cara en una velada para la esquizofrenia. A Ronaldo se la han dedicado toda suerte de injustas críticas desde que llegó pero el respeto que genera admite muy pocas comparaciones. Y los dos alemanes están tan por encima de los tipos a los que sustituyeron -Modric y Essien- que la supuesta hondura de la plantilla hay que tomarla como un mito infundado. 
Tampoco es que diera el once un recital futbolero en la última media hora, pero el equipo era otro sin la menor  duda. Ronaldo demostró que el miedo que provoca es natural cuando se fue en un palmo y Aranzubía sacó con el pie su disparo. Un minuto después cabeceó fuera por muy poco. El gol se le negaba y, por cierto, hubiera sido el segundo para su equipo, pues Kaká ya había acertado con las redes gallegas en un disparo desde fuera del área. El empate abrió una fase de evidente acoso que reflejó la diferencia auténtica de potencial. 
El nuevo escenario trajo consigo la probabilidad de la victoria, que se convirtió en hecho cuando Kaká dio un certero pase a Cristiano y éste le puso el esférico con un lacito a Higuaín para que lo empujara. Se llevaban los blancos los tres puntos, algo que parecía a años luz de distancia durante los eternos minutos en los que se habían dedicado a arrastrar por el suelo un prestigio histórico. Con lo que ha costado conseguirlo. 
Y es que el espectáculo durante la primera mitad había sido sencillamente impresentable, un bochorno sin paliativos, un insulto al madridismo. Tocó el "yo" chungo, tan frecuente este curso para sufrimiento de todos. Quizás la sensación de vergüenza fuera mayor dada la reiteración con la que se da tan triste espectáculo lejos de La Castellana. Revela una dejadez estructural. Y la dejadez continuada exige una mirada al máximo responsable de ese vestuario, José Mourinho. 
Alineó un once raro y reservón, cosa comprensible ante las dos finales que se le vienen encima. Lo que podría tomarse por excusa se convierte, sin embargo, en un legítimo reproche cuando se observa un detalle concreto: Valerón se merendó solito a Modric y Essien, las dos incorporaciones que el entrenador y único responsable de la parcela deportiva decidió para su vestuario en la presente temporada. El dúo evidenció todas las carencias futbolísticas imaginables. Fue incapaz de generar juego y se perdió en desplazamientos que o eran intrascendentes o eran suicidas. Y todavía fue mayor su impotencia a la hora de contener las salidas deportivistas, de una facilidad pasmosa,  como si estuvieran jugando una pachanguita contra los colegas cachondos del barrio. 
A nadie extrañó que el equipo gallego acumulara hasta cuatro oportunidades nítidas. Pizzi se dio un atracón contra Pepe y Carvalho, que estuvieron a la altura de los mediocentros. Es decir, muy deficientes. Por el lateral derecho seguía abundando la mediocridad que lleva poniendo Arbeloa durante toda la temporada. Sólo faltaba el mimbre de Diego López, titubeante e inseguro. El guardameta se comió un disparo seco de Riki por el primer palo y contribuyó al 1-0. 
El guarismo, sin embargo, era lo más edificante de la noche cuando llegó el refrigerio. Marcelo había sacado una pelota sobre la línea de gol a tiro de Pizzi y hubo otro par de llegadas peligrosas al área de Diego. Eso, atrás. En la vanguardia la inoperancia era más o menos de idéntico nivel. El único bagaje blanco consistió en los 45 iniciales en un libre directo de Di María y en una ventajosa incursión de Kaká, que definió de forma pésima. 
Hasta que se vio acompañado de Cristiano y e Özil el brasileño llevaba otra noche impotente para el recuerdo de su lánguido paso por el Madrid. Otros como Callejón, Higuaín y Di María, andaron igual de perdidos durante cerca de una hora. Demasiado tiempo para que todo saliera mal, algo impropio de un bloque que se respete a sí mismo.
Un respeto que, desde luego, lo tiene perdido el madridismo en algo que debería ser simplemente accesorio: el asunto arbitral. El catalán Álvarez Izquierdo se sumó a la gigantesca nómina de jueces que dejan en inferioridad a los merengues, esta vez por una chiquillada de Di María que se repite en todos los campos de todas las categorías de todos los duelos de todo el planeta. "El Fideo" cometió el terrible pecado de retrasar una pelota en un libre directo y después se tomó unos segundos para dar distancia al tiro libre. Parece, no obstante, que el escudo arrastrado por la molicie de algunos futbolistas es todavía más mancillado por quienes deben impartir justicia. El tal Izquierdo, por cierto, sumó a la escandalosa roja la omisión de un penalti evidente por manos en el área coruñesa. Su actuación fue otro motivo más para cerrar el partido con el único sabor agradable de una remontada meritoria y de los tres puntos. Menos es nada.

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@michihuerta

lunes, 18 de febrero de 2013

Real Madrid 2 Rayo Vallecano 0. Apuntes sobre el complejo


En los patios de los colegios de toda España hay un chaval acomplejado que aguanta el dolor a la espera de que la vida le dé la oportunidad de cobrárselo todo junto. Pasado el tiempo, y en cuanto conquista la cuota que sea de poder o se les inviste de cierta autoridad, se hace notar. Lo necesita. Tieso como una vela y con el rictus solemne paseará su justiciera actitud. Se convierte, en fin, en un Paradas Romero de la vida.
El aquí firmante apenas pudo ver el partido por sus obligaciones cinéfilas y la cosa eterna de los Goya. O sea, que estas líneas son unos sueltitos sobre lo que apenas vio con el rabillo del ojo. Mucho no hubo, parece ser, en el Bernabéu, sobre todo porque un tipo bajito decidió que él estaba por encima de las decenas de miles de parroquianos que poblaban las gradas, los millones que había frente al televisor y los 22 que se jugaban los tres puntos sobre el césped. Paradas, como en la funesta noche de Villarreal de hace un año, decidió que para protagonista, él. Con un par. 
Expulsó el presunto juez a Sergio Ramos en dos acciones consecutivas y con un mundo por delante. La primera amarilla fue mucho más que discutible. La segunda no, pero el tal Romero decidió llevarse la contraria a sí mismo cuando en el minuto 75 se la disculpó a Lass por una acción muy similar. Es lo que pasa cuando alguien quiere salir en los papeles como el individuo valiente que en el fondo no es. 
Menos mal que para entonces el Madrid había resuelto el trámite con un par de tremendos zarpazos. Salieron los de blanco con la sexta velocidad metida y Morata y el propio Sergio Ramos no perdonaron en las acometidas iniciales. En ese breve intervalo brilló Kaká, que sorprendentemente regresó al once inicial. También estuvo entonado Morata, que dejó al titubeante Benzema en el banquillo. El delantero canterano tampoco iba a robarle el protagonismo absoluto al hombrecillo que cobró su dinerito por, en principio, repartir justicia, así que tuvo que abandonar el campo demasiado pronto para que Mou recompusiera el orden táctico dada la enésima inferioridad.
Así que a partir de ahí nos quedamos sin partido. Uno miraba de soslayo el partido mientras veía desfilar un carrusel de errores de parecido calibre en la ceremonia de los Goya. Resultaba difícil decidir qué era peor. Los minutos pasaban lentamente, con una pesadez insoportable. Habrá mejores noches, sin duda. En el cine, en el fútbol y en la vida. A poco que no toque sufrir a estrellas como Paradas con ganas de secuestrar cada foco que le rodea. 

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miércoles, 13 de febrero de 2013

Real Madrid 1 Manchester United 1. Al borde del precipicio


Lo confió casi todo el Madrid a la ansiada "Décima" y la noche en la que se jugaba media vida reprodujo las carencias de la temporada. Con un lateral derecho inoperante, delanteros en discutible estado de forma, incapacidad para abrir espacios a una defensa cerrada y, sobre todo, con una debilidad terrible en los balones aéreos logró un empate con goles en su propio campo. Los blancos no fueron capaces de imponer la teórica superioridad de su plantel y los acontecimientos revelaron un nivel más bien parejo con el United. Lo peor es que el equipo está colgando del precipicio también en Champions y, de este modo, por detrás en las dos únicas vidas que le quedan. Asusta pensar en la posibilidad de que al curso 2012-2013 le quedan solo un par de partidos. Y mucho.
Empataron Real Madrid y Manchester aunque pudieron ganar los dos. Lo intentaron más los de casa, sobre todo porque sus rivales decidieron echar el cierre a su marco en la segunda mitad. Como tantas otras escuadras, le sobró con acumular dos líneas defensivas frente a la frontal de su área. Durante más de media hora las ofensivas de los de casa se empotraron contra un muro y no abrieron apenas fisuras en él. Las conducciones verticales de Khedira y los disparos lejanos eran las únicas y grises bazas para el gol. Y la sobria actuación de De Gea era la guinda que le bastaba a los ingleses para no caer en el Bernabéu. 
Con 1-1 en el marcador, el guardameta español le sacó una pelota con el pie a Coentrao y blocó los disparos de Cristiano y Di María, que se pasaron media noche chutando desde lejos. El portugués también lo intentó en sus típicos lanzamientos de faltas, uno de los cuales describió una curva venenosa que casi acaba dentro. Pero ese fue todo el balance ofensivo de la segunda mitad, francamente pobre para quien se tiene por aspirante. 
Durante ese tiempo el United trabajó para llevarse las tablas pero estuvo a punto de llevarse un premio más gordo. Sus ataques fueron tan contados como teñidos de peligro. De hecho, Van Persie pudo marcar dos veces en un minuto, aunque entre Diego López, el larguero y Xabi Alonso evitaron la doble oportunidad. Y ya en el tiempo añadido, el portero merengue le sacó al artillero una mano que pudo empeorar gravemente el resultado.
Los 45 minutos del arranque habían sido un poco distintos, pues Ferguson colocó su defensa un poco más adelantada. De todas formas su plan, con Wayne Rooney concentrado en tareas defensivas, era obvio: contener las contras blancas y aprovechar alguna de las ocasiones que la rutina pudiera generar, especialmente a balón parado. En uno de ellos llegó el gol de siempre. La pelota voló, un defensa no saltó y un portero -que esta vez no era Casillas- se quedó a media salida. La reiteración en el error es pertinaz e impropia de un bloque que debería aspirar a todo. 
Menos mal que a las carencias habituales le acompañó la virtud de siempre: Cristiano Ronaldo. No tardó el portugués en igualar la ventaja británica con un salto portentoso y un cabezazo certero. Lo celebró de forma mínima, por respeto a su pasado, si bien siguió inténtandolo con ganas. El problema es que las arremetidas siempre viajaban desde lejos ya que dentro del área el bosque de piernas resultaba impenetrable. En territorio tan frondoso se metió Di María, que pidió un penalti de Jones que bien pudo cobrarse Brych.
El árbitro, por cierto, no permitió la salida de un córner del United cuando apenas se había cumplido el tiempo añadido. Se quejaron los ingleses, que evidentemente no protestaron la injusta señalización del saque de esquina que acabó con el tanto de Welbeck. La única verdad es que para explicar lo sucedido no había que mirar al juez sino a las limitaciones que se llevan arrastrando desde que empezó todo esto. Ni Modric ni Higuaín, por cierto, sumaron más de lo que habían puesto sus compañeros reemplazados, Di María y Benzema. Las prestaciones fueron discretas por mucho que la entrega pareciera innegable. Una vez más. Y así hasta asomarnos al precipicio de dos partidos que podrían acabar con un largo y estéril futuro en pleno mes de marzo. Solo pensarlo genera una presión insoportable.

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sábado, 9 de febrero de 2013

Real Madrid 4 Sevilla 1. Cristiano, otra vez


Respondió el Madrid al infame vídeo de las hienas con una actuación sobresaliente y dejó magníficas sensaciones de cara al partido más decisivo en lo que va de temporada. El miércoles se juega la vida esta plantilla con la visita del United, cita subrayada con color rojo en el calendario. Aunque la Liga está liquidada de forma vergonzante, los pupilos de Mou demostraron ante el Sevilla que en la Castellana conservan el orgullo competitivo del que carecen a domicilio, donde suelen entregarse a la desidia. La goleada al Sevilla, con triplete incluido de Cristiano Ronaldo, así lo prueba. 
Se divirtió la gente en una noche que prometía más igualdad tras la recuperación de sensaciones que han disfrutado los sevillinistas desde la llegada de Emery. La promesa, sin embargo, no se cumplió. Los locales controlaron todas las fases del duelo, que solventaron con la misma suficiencia con la que suele comportarse su jugador franquicia, un Ronaldo que sumó otro balón a su gigantesca colección goleadora. Le dio igual al luso que no estuviera Xabi Alonso como uno de sus socios habituales, reservado para la hora de la verdad de la semana que viene. Volvió a desempeñar sus funciones Modric, que estuvo más entonado que en otras citas a pesar de que su físico no le da para adueñarse de la parcela central. También resultó indiferente. Con Higuaín, Benzema y Kaká sobre el verde se acumuló una verticalidad dañina a la que se sumó la inspiración del astro luso. El resultado fue una victoria de guarismos ruidosos. 
El gol que abrió la lata lo firmó Benzema después de una contra que finalizó Ronaldo con un centro malintencionado y rechazado, malamente, por Navarro. La pelota cayó en los pies del delantero francés sobre la línea de gol, que traspasó sin oposición. Poco después comenzó el show ronaldista. En una incursión por la derecha se colocó el esférico sobre el pie izquierdo y golpeó desde lejos con una precisión y potencia que fue la pura perfección del gesto técnico. 
Con el 2-0 se llegó al descanso. El Sevilla no había inquietado apenas el marco merengue ni lo haría después con especial énfasis. El poco peligro que rondó el área de Diego López fue conjurado por éste con la sobriedad que le caracteriza. Además, CR7 abrió la segunda mitad con otra diana certificada con la zurda. Maravilla su capacidad para acertar en casi todas las suertes imaginables, aunque una de las más satisfactorias es, sin duda, la contra fugaz. En una de ellas cruzó todo el campo desde su propia área con el balón en la bota, lo cedió a Higuaín en el momento justo y aprovechó el centro del argentino para rematar la jugada introduciéndose en las mallas enemigas.
Se había dado Cristiano un carrerón inmenso, pletórico de potencia y velocidad. No fue raro que la gente lo despidiera con una ovación cerrada cuando Mou le disculpó media hora de cara a lo del Manchester. Con el cambio, además, se acabó el trámite. El 4-0 abrió paso a una fase de espesura, llena de interrupciones aliñadas con las tarjetas rojas que vieron Higuaín y Maduro para dejar a sus respectivas escuadras con diez. El tanto final de Manu del Moral fue el de una honrilla irrelevante, una anécdota menor.
En realidad sólo quedaban como datos reseñables para los blancos la participación de Morata y Callejón, amén del regreso de Pepe después de su inactividad de un mes. Jugó de mediocentro y está por ver que cuente con la confianza y el rodaje como para recibir a los peligrosos delanteros del United en solo cuatro días. La duda quedará resuelta pronto, pues ya huele a velada grande. Y se afrontará con un último recuerdo sobresaliente y la sensación de que Cristiano está afinado.

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