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sábado, 23 de febrero de 2013

Deportivo 1 Real Madrid 2. Jekyll y Hyde


Visitaba el vigente campeón al colista y volvía a dejar las malas noticias habituales en lo que va de temporada: una actitud desencantada ante un trámite de escaso vuelo. No hay estadio que no sea un dolor de muelas, un padecimiento atroz. El problema es que suele ocurrir por deméritos propios, casi por tedio. Volvió el protagonismo de Hyde, el lado malo que tanto brizna verde está pisando durante el curso en los campos de por ahí. Esta vez quedó el consuelo de que reaccionó a tiempo Jekyll, la personalidad más aparente y equilibrada de este equipo. Gracias a ella ganó el Madrid en casa del último. Menos mal.
Solo desde que saltaron al césped los suplentes Cristiano, Özil y Khedira cuando se habían consumido diez minutos de la segunda mitad,  el asunto mejoró de tono. Los visitantes dieron entonces su mejor cara en una velada para la esquizofrenia. A Ronaldo se la han dedicado toda suerte de injustas críticas desde que llegó pero el respeto que genera admite muy pocas comparaciones. Y los dos alemanes están tan por encima de los tipos a los que sustituyeron -Modric y Essien- que la supuesta hondura de la plantilla hay que tomarla como un mito infundado. 
Tampoco es que diera el once un recital futbolero en la última media hora, pero el equipo era otro sin la menor  duda. Ronaldo demostró que el miedo que provoca es natural cuando se fue en un palmo y Aranzubía sacó con el pie su disparo. Un minuto después cabeceó fuera por muy poco. El gol se le negaba y, por cierto, hubiera sido el segundo para su equipo, pues Kaká ya había acertado con las redes gallegas en un disparo desde fuera del área. El empate abrió una fase de evidente acoso que reflejó la diferencia auténtica de potencial. 
El nuevo escenario trajo consigo la probabilidad de la victoria, que se convirtió en hecho cuando Kaká dio un certero pase a Cristiano y éste le puso el esférico con un lacito a Higuaín para que lo empujara. Se llevaban los blancos los tres puntos, algo que parecía a años luz de distancia durante los eternos minutos en los que se habían dedicado a arrastrar por el suelo un prestigio histórico. Con lo que ha costado conseguirlo. 
Y es que el espectáculo durante la primera mitad había sido sencillamente impresentable, un bochorno sin paliativos, un insulto al madridismo. Tocó el "yo" chungo, tan frecuente este curso para sufrimiento de todos. Quizás la sensación de vergüenza fuera mayor dada la reiteración con la que se da tan triste espectáculo lejos de La Castellana. Revela una dejadez estructural. Y la dejadez continuada exige una mirada al máximo responsable de ese vestuario, José Mourinho. 
Alineó un once raro y reservón, cosa comprensible ante las dos finales que se le vienen encima. Lo que podría tomarse por excusa se convierte, sin embargo, en un legítimo reproche cuando se observa un detalle concreto: Valerón se merendó solito a Modric y Essien, las dos incorporaciones que el entrenador y único responsable de la parcela deportiva decidió para su vestuario en la presente temporada. El dúo evidenció todas las carencias futbolísticas imaginables. Fue incapaz de generar juego y se perdió en desplazamientos que o eran intrascendentes o eran suicidas. Y todavía fue mayor su impotencia a la hora de contener las salidas deportivistas, de una facilidad pasmosa,  como si estuvieran jugando una pachanguita contra los colegas cachondos del barrio. 
A nadie extrañó que el equipo gallego acumulara hasta cuatro oportunidades nítidas. Pizzi se dio un atracón contra Pepe y Carvalho, que estuvieron a la altura de los mediocentros. Es decir, muy deficientes. Por el lateral derecho seguía abundando la mediocridad que lleva poniendo Arbeloa durante toda la temporada. Sólo faltaba el mimbre de Diego López, titubeante e inseguro. El guardameta se comió un disparo seco de Riki por el primer palo y contribuyó al 1-0. 
El guarismo, sin embargo, era lo más edificante de la noche cuando llegó el refrigerio. Marcelo había sacado una pelota sobre la línea de gol a tiro de Pizzi y hubo otro par de llegadas peligrosas al área de Diego. Eso, atrás. En la vanguardia la inoperancia era más o menos de idéntico nivel. El único bagaje blanco consistió en los 45 iniciales en un libre directo de Di María y en una ventajosa incursión de Kaká, que definió de forma pésima. 
Hasta que se vio acompañado de Cristiano y e Özil el brasileño llevaba otra noche impotente para el recuerdo de su lánguido paso por el Madrid. Otros como Callejón, Higuaín y Di María, andaron igual de perdidos durante cerca de una hora. Demasiado tiempo para que todo saliera mal, algo impropio de un bloque que se respete a sí mismo.
Un respeto que, desde luego, lo tiene perdido el madridismo en algo que debería ser simplemente accesorio: el asunto arbitral. El catalán Álvarez Izquierdo se sumó a la gigantesca nómina de jueces que dejan en inferioridad a los merengues, esta vez por una chiquillada de Di María que se repite en todos los campos de todas las categorías de todos los duelos de todo el planeta. "El Fideo" cometió el terrible pecado de retrasar una pelota en un libre directo y después se tomó unos segundos para dar distancia al tiro libre. Parece, no obstante, que el escudo arrastrado por la molicie de algunos futbolistas es todavía más mancillado por quienes deben impartir justicia. El tal Izquierdo, por cierto, sumó a la escandalosa roja la omisión de un penalti evidente por manos en el área coruñesa. Su actuación fue otro motivo más para cerrar el partido con el único sabor agradable de una remontada meritoria y de los tres puntos. Menos es nada.

www.nacidoparaelmadrid.com
@michihuerta

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