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lunes, 23 de mayo de 2011

Real Madrid 8 Almería 1. Feliz punto y seguido


¿Tiene sentido el género periodístico de la crónica 48 horas después de que sucedan los hechos glosados? Evidentemente, no. Inaugurada la campaña oficial de bodas 2011 con un fiestorro familiar y geográficamente lejano, el abajo firmante tuvo que disfrutar con indudable retraso de la goleada al descendido Almería en una actuación que quiso ser resumen de lo sucedido en los últimos meses y, sobre todo, punto y seguido de los que vengan después del verano. El Madrid se tomó no sólo con tremenda vergüenza propia y orgullo lo que tendría que haber sido una rúbrica apañada sino que hizo todo lo posible por dejar un excelente recuerdo en su parroquia de cara a las ilusiones renovadas del próximo curso.

CR7 logró sus objetivos personales y sus compañeros disfrutaron con la conquista como si fuera propia. Es una excelente noticia que se bata una marca monumental y que todos la gocen en su justa medida. Incluido, claro está, el público, que salió notoriamente contento del Bernabéu. Por lo demás, y a modo de esquema elaborado a destiempo, éstas son las conclusiones que confirmó la visita del Almería: 

1. El equipo tiene un poderío ofensivo extraordinario. Más de 100 goles certifican una pegada brutal. 
2. Özil ha sido la mejor adquisición, por calidad-precio, que se ha visto en la Castellana en décadas. Verle acarariciar la pelota e inventarse asistencias justifica la pasión desmedida por este deporte a veces canalla. 
3. Benzema ha crecido de forma asombrosa, invita a creer en un techo de gran altura y se ha ganado el derecho a seguir. Verle vestido con otra camiseta la próxima temporada sería incomprensible para muchos. Su partido del sábado fue destacadísimo... una vez más. 
4. Kaká: vale lo dicho en el punto 3, pero al revés. Ya desarrollaremos la opinión en futuras entradas sobre la planificación de la 2011-2012. 
5. La cantera sólo está para el postre de los banquetes goleadores y poco más.

Apuntes esbozados apresuradamente que piden a gritos un desarrollo más calmado y al que nos entregaremos en próximos días... si el periodo de banquetes lo permite. 

(Gracias por vuestra comprensión a los habituales de "Nacido para el Madrid").

lunes, 16 de mayo de 2011

Villarreal 1 Real Madrid 3. Orgullo y Cristiano


Este Madrid tiene mérito. Sin nada en juego más que el orgullo asociado a la camiseta y la vergüenza propia le está poniendo un carácter excepcional a la recta final de la temporada. Uno no recuerda un desenlace sin emoción en el que se viera tanto compromiso como el que se ha dado sobre el verde de  Mestalla, el Sánchez Pizjuán y, ayer, el Madrigal. De nuevo cuajó en una plaza exigente un partido completo y de calidad, enérgico y talentoso, pleno de ambición. Practicó un fútbol sobresaliente durante la primera parte y redondeó la cita con dos excelentes goles, a balón parado, de Cristiano Ronaldo. El portugués igualó la  marca de 38 dianas de Zarra y de Hugo Sánchez, que pueden bajar un escalón en el Pichichi histórico si el 7 blanco suma otro en el postre contra el Almería. Y comprobado que anda canino de gloria, casi es obligatorio darlo por seguro.
Mientras llega o no llega el número 39 -y el 40, que sería una cifra redonda y brutal-, tanto CR7 como sus compañeros saltaron a la cancha como si el fin del mundo fuera a llegar hoy mismo. La alineación prometía calidad en el manejo de la pelota y vocación ofensiva y la promesa se hizo realidad desde el arranque. Con un centro del campo habitado por Xabi Alonso y Granero, auxiliados por un dinámico Kaká y un Marcelo en posición más adelantada de lo habitual, el vistoso Villarreal se dedicó a perseguir lo que para sus jugadores eran diabólicas sombras. El balón era objeto del monopolio merengue y viajaba sobre la hierba a velocidad de vértigo. El Madrid le hacía a su rival un destrozo entre líneas y, por si fuera poco, le presionaba en superioridad en cuanto intentaba salir de su terreno.
Por todos esos motivos, lo que se vio durante 45 minutos fue un baño sin paliativos. La superioridad se hizo palpable en el gol que inauguró el marcador y que culminaba un contragolpe liderado por Benzema. El delantero francés estuvo magnífico en todas esas facetas que él sabe añadir al brillo del colectivo, especialmente la facilidad para ofrecerse y establecer asociaciones con sus colegas. De ser ciertas las teorías sobre su venta estaríamos ante una injusticia y ante un error de cálculo, pues hay pocos atacantes en el mundo que hagan jugar tanto al conjunto. Fue Marcelo quien se benefició esta vez de la conducción del francés con una llegada atlética aunque resuelta con elegancia de seda. A su vaselina habría que sumarle poco después el primer misil teledirigido de CR7, que tenía el punto de mira perfectamente afinado. La prueba fue que no dejó pasar la clónica ocasión del 93, minuto en el que se olvidó de la dureza de los músculos para enviar otro tomahawk a la portería de Diego López. 
Así se cerraba un 1-3 en un campo exigente que es la casa de unos chicos que tejen un juego muy agradable para la retina. Se comportó también el Villarreal con mucho empeño, hasta el punto de que saltaron chispas entre los jugadores durante varios minutos. La segunda parte fue de hecho más bien amarilla, gracias a las virtudes propias y a la pérdida de intensidad de un Madrid que había hecho un esfuerzo notable. Acortó distancias Cani y el marco de Casillas se vio asediado por momentos. En el espectáculo colaboraba con su sorda pero imponente labor un centrocampista magnífico del que casi nadie habla a pesar de que ofrecería en cualquier club unas prestaciones muy especiales: se llama Bruno y juega justo por delante de la defensa para sacar limpia la pelota y sumar mucho equilibrio a los suyos. Uno no entiende que ningún club de relumbrón, y especialmente el Madrid, no se haya fijado decididamente en él. De momento, bastó con verle en una cita que se antojaba irrelevante y que la personalidad orgullosa de un puñado de deportistas convirtió en un enfrentamiento eléctrico y memorable.

miércoles, 11 de mayo de 2011

Real Madrid 4 Getafe 0. Los números de la bestia

 
Es lo que tiene el fútbol: siempre hay un detalle, una curiosidad, un gancho al que atarse. Cuando lo principal queda resuelto aparece lo accesorio, que por lo general es estadístico. El Barcelona cuenta las horas para festejar su tercer título de Liga consecutivo mientras el madridismo se entretiene en resolver las dudas que genera la voracidad bestial de un tipo llamado Cristiano Ronaldo. Anoche, contra un débil y angustiado Getafe que pareció pasar el mal trago con aire despistado, el portugués materializó tres de los cuatro goles que acabó reflejando el luminoso de la Castellana. Así se resume el partido: los compañeros de CR7 hicieron de una misión personal una obra colectiva y pusieron su solidaridad al servicio de un premio de consolación. Menos es nada, desde luego. 
Llama la atención y conviene subrayar, sin embargo, cómo en contra de las teorías de cierto periodismo cotilla y criticón, la plantilla busca a Cristiano para engordar el aire mítico de su figura. Es un detalle que a cualquier seguidor debería parecerle excelente síntoma de unión en el grupo por muchas versiones verduleras que se le quieran vender desde el purismo hipócrita de no sabe bien qué. Una satisfacción a la que colabora el protagonista mismo de los hechos, coleccionista de unos números descomunales que hacen temblar las históricas cifras de Hugo Sánchez y de Zarra. Lleva 36 dianas y todavía le quedan -nos quedan- 180 minutos de suspense que nos obligarán a seguir con atención el desenlace de una película lamentablemente terminada desde hace demasiado tiempo. 
Poco más puede añadirse sobre el trámite de anoche. El Madrid hizo un primer tiempo intermitente y la intermitencia es fácil de resumir: cuando Özil entraba en contacto con la pelota el equipo se convertía en un grupo talentoso y sofisticado. Cuando el turco-alemán pasaba un rato en el anonimato el estilo se hacía previsible y rutinario. De sus generosas botas surgieron las dos primeras asistencias a la bestia, una de ellas prodigiosa por el cariño con el que el exterior de la bota trazó una curva del esférico con destino a la frente de Cristiano. La otra, ya en el segundo tiempo, fue pura pausa y visión. Si Özil hubiera nacido en algún pueblo andaluz y con una muleta en la mano la tauromaquia habría ganado un artista para la eternidad. Sin duda. 
El público terminó pasándolo hasta bien a partir del 2-0. Entraron Benzema y Adebayor para añadir talento, movilidad y sonrisas. El francés es un lujo de jugador y se ha ganado con justicia una serie de derechos reñidos con su suplencia en Champions. Los quince minutos que le dio Mou en un duelo sin emociones fueron correspondidos con un empeño rematado con una diana de delantero que ya aúna calidad con eficacia. El togolés, sin embargo, se mostró feliz y limitado. Merece cariño por la ternura que desprenden sus gestos, especialmente dadivosos con CR7. Pero da la impresión de que está acabando de forma digna su provisional paso por el Bernabéu. 
Más detalles: jugó Adán en la portería y le sustituyó el canterano Tomás Mejías para debutar en plaza grande; Xabi Alonso se ubicó durante varios minutos por delante de Lass y demostró que ahí añade prestaciones muy dañinas a su juego preciso y privilegiado; Di María volvió a comportarse como un profesional aplicado y dejó un caño extraordinario para la retina; Parejo, en las filas azulonas, fue el único de los suyos que demostró ser un pelotero al que conviene no pasar por alto; y Míchel hacía en el banquillo visitante una mueca de desesperación y media sonrisa que ojalá se convierta en alegría desahogada el próximo domingo. Y nada más, sólo el recuerdo de los 36 goles y la incertidumbre de cuántos serán al final.

domingo, 8 de mayo de 2011

Sevilla 2 Real Madrid 6. Ambición hasta el final

 
El deporte sin tensión competitiva es como un huevo sin sal: algo insípido y casi contradictorio que carece de atractivo. Por eso se adivinaba en la noche sevillana un trámite de malas vibraciones para el madridismo. El propietario del Sánchez Pizjuán, un bloque correoso y tendente a la sobreexcitación, se jugaba tres puntos importantes. Su invitado, sin embargo, llegaba en declinante camino de regreso a casa. Después de atravesar el tramo más intenso de temporada que se recuerda en décadas el Madrid saltaba al césped sin más en juego que retrasar el inevitable alirón del Barcelona. Muy poco, casi nada, como para animarse. Y en ese escenario, francamente propicio para los locales, se desató una fiesta redondeada con media docena de goles, una sinfonía de preciso juego ofensivo durante 45 minutos y cuatro dianas de un infatigable cazador llamado Cristiano Ronaldo.
Prueba futbolística de que Mourinho debe continuar en la jefatura del vestuario blanco -al margen de las consideraciones extradeportivas y de algunos errores puntuales en lo competitivo que habrá que rectificar- es el carácter que ha sacado el equipo en citas en las que el absentismo se antojaba disculpable. Desde luego la de Nervión era una de ellas. Sobre su hierba se plantó una alineación en la que convivían Özil, Kaká, CR7 y Benzemá, con Xabi Alonso y Lass por detrás. La acumulación de talento, sumada a ausencias decisivas enfrente como la de Rakitic, le dio la posesión de la pelota a los visitantes, aunque con muy exiguos espacios por delante. Dio igual. El objeto redondo viajó a gran velocidad a través del calzado de un ballet que era todo precisión. Por si fuera poco, cada saque de esquina era una endodoncia sin anestesia para la zaga sevillista. A la salida de uno abrió el set Sergio Ramos. Poco después avisó Ronaldo en otro con un testarazo al poste. Ese fue el aperitivo que se tomó el delantero luso antes de su banquete de cuatro platos, el primero de los cuales llegó tras una dejada de cabeza de Pepe. Kaká cerró el 0-3 previo al descanso en un excelente disparo desde una ventajosa posición habilitada por un tal Özil. 
Özil, que partió desde la derecha pero que se movió con amplios márgenes de libertad, impartió una lección magistral y en voz baja de lo que es y de lo que, en parte, no ha podido demostrar en la eliminatoria de Champions: un tremendo pelotero cuya prodigiosa inventiva está perfectamente conectada a sus menudos pies. En el quinto habilitó a Cristiano en el momento justo con un pase vertical que le dejaba en estricta soledad ante Varas. Y en el sexto se inventó un pase de distancia infinita y a la línea de fondo para Benzema, quien estuvo a la altura del prólogo de la acción para dejarle el epílogo a huevo a un CR7 que conseguía el sexto para los suyos y el cuarto para sus estadísticas privadas. Por cierto, 34 goles en Liga y medio centenar entre todas las competiciones y a falta de tres jornadas. ¿Hace falta decir algo más? Caerá bien, mal o regular. Parecerá un genio o el tipo más chulo que jamás vio la luz del día pero las cincuenta dianas redondean una cifra monstruosa, descomunal, de otro planeta. Es pura matemática y, por lo tanto, algo indiscutible. Y lo demás son juicios de valor para interminables discusiones tan necesarias en la barra de un bar como una caña bien tirada y un pincho de paella dominical.
No le hizo falta al Madrid, por cierto, estar a un nivel formidable en la segunda parte para alimentar a la bestia que lleva ahora el mítico 7. El Sevilla también puso su granito de arena, como cuando Negredo le dio una involuntaria asistencia a "ese portugués" para que marcara a placer el 1-4. De esa manera, el ex canterano demostraba que era el único sevillista enchufado en el partido, para lo bueno -los dos goles locales llevaron su firma- y para lo malo, al menos en la desafortunada acción que agradeció Ronaldo. En general, Gregorio Manzano, tan dado en ocasiones a impartir lecciones de táctica y buenas maneras balompédicas, fue incapaz de imprimirle ni siquiera personalidad a sus hombres, los únicos que realmente se jugaban algo tangible en el envite. Mientras tanto, Mou asumió un papel más discreto y apenas se le sintió en la exhibición de unos pupilos que, según parece, van a rubricar la temporada con una buena imagen que sirva de amable recuerdo para la que se avecina. Que así sea.

martes, 3 de mayo de 2011

Barcelona 1 Real Madrid 1. Fin del viaje

 
El Barcelona es un maravilloso equipo de fútbol. Quien lo niegue está ciego o, lo que es peor, elige no ver. Domina facetas muy útiles y hermosas del juego, entre ellas el toque en cualquier zona del campo, la veloz búsqueda de espacios de delanteros y lateral derecho, la visión de sus centrocampistas y la presión sobre el rival. Tiene la precisión mecánica de un reloj suizo. Es inobjetable. Esa plantilla atesora demasiadas virtudes para que no resultara una quimera plantearse la posibilidad de una remontada épica e histórica en el Nou Camp tras las los famosos y funestos hechos del duelo del Bernabéu de hace una semana. Mucho más cuando sopla a su favor el viento de la apasionada parroquia y de un arbitraje diseñado a medida por la UEFA, institución gobernada por unos tipos que no perdonan. Político y sibilino, De Bleeckere contribuyó con su granito de arena a la fiesta generalizada. Los trapecistas del Barcelona son maravillosos pero no estaría de más que algún día dejaran de saltar sin red. 
Es más que probable, casi seguro, que seguiría cosechando éxitos muy importantes. Sin ir más lejos, quizás ha sido ligeramente superior al Madrid en la eliminatoria, si bien el carrusel de clásicos ha servido para demostrar que la distancia entre los dos gigantes ha disminuido. En una semifinal tan equilibrada se han dado dos factores que han decantado la resolución. Uno, a qué insistir más, lo de Pepe y Stark. El otro, que no se ha subrayado lo suficiente, los sesenta minutos con los que Mourinho obsequió a un rival que jugaba en el Bernabéu con el recuerdo inmediato de la final de Copa,  con una defensa de circunstancias y con la baja de un Iniesta que lució en el regreso muchas de sus virtudes. Nunca sabremos qué hubiera sucedido si no se hubieran dado esas dos claves, aunque uno tiende a pensar en una historia diferente y mucho más alegre. 
En la noche del arrebato mitológico, el Madrid compareció con un doble pivote, un mediapunta, un delantero centro y dos hombres por las bandas. No le tocaba otra y comenzó a defender un poco más arriba de la mitad de la cancha barcelonista. En contra de lo pronosticado no fue bailado, ni cosido, ni humillado por la quintaesencia del arte que tenía delante. Es más, con el 1-0 en contra, anotado por Pedro tras un vertiginoso ataque propiciado por una de las pocas presiones a destiempo de los blancos, apareció la casta de un equipo con madera de campeón. No fue desarbolado e incluso le imprimió desasosiego a la lluviosa noche catalana con el empate de Marcelo. Pudo encanallarse el equipo con la coartada de un gol polémicamente anulado a Higuaín -la falta cobrada a Cristiano fue un gag de muy mal gusto- y con el absoluto pasotismo del presunto juez cada vez que una camiseta blanca, especialmente si se llevaba el 7 a la espalda, caía en la frontal del área de Valdés. No se entregaron los madridistas a la tentación de dejarse llevar por la impotencia, ni se rompió el bloque, ni sufrió el desmadejamiento que se le presuponía a un escenario de esa naturaleza.
Todas esas circunstancias sucedieron tras una primera parte en la que las ocasiones, contadas, las puso el Barça. Los visitantes sólo se asomaron con la promesa del riesgo en un contragolpe de CR7, culminado con un pase al que no llegó Di María. A pesar de mostrar una actitud mucho más pujante que en la ida, faltó sin embargo velocidad y precisión en el desplazamiento del esférico. En medio de una exigencia física de alto calibre, Kaká e Higuaín se vieron superados por el partido. El brasileño, diluido, entró muy poco en juego mientras el aterciopelado Özil contemplaba los hechos desde el banquillo después de haber completado una temporada sobresaliente. El delantero argentino, por su parte, llegaba siempre tarde y se le veía torpón sin los espacios libres en los que tanto suele lucir. La puesta en escena, con todo,  era correcta, lucidita en general aunque nada grandiosa. Prueba de ello es que Casillas fue de lejos el mejor de los once durante un tramo. Apareció siempre que se le exigió, sobre todo en un disparo a contrapié de Villa y en un par de lanzamientos secos de Messi.
No hubo muchas más ocasiones en la reanudación, si bien mejoró considerablemente la cara del Madrid con la entrada de Özil por Kaká, quien gastó su última bala en el club  cuando jamás debería restarle minutos a su compañero turco-alemán en una cita de semejante calibre. Subió de nivel también Di María y se precipitó Mourinho -sí, ¿quién pretende incomunicar a nadie en la era del Ipad y los smartphones?- con la entrada de un Adebayor fuera de sitio y ni siquiera gigante en la misión de bajar los balonazos de sus defensas. Quizás sea ventajista explicarlo después, pero el duelo, con un enemigo algo mermado en lo físico, reclamaba la capacidad asociativa de Benzema, que además se ha ganado con justicia una oportunidad de esta índole. Ay, el ventajismo del analista, claro está, siempre basado en hipótesis y en teorías especulativas e indemostrables. Pero lo único certificable son los hechos: el viaje europeo del Madrid ha terminado en semifinales y el Barcelona estará en Wembley, con su útil red a cuestas.

El clásico IV. Pecadores y pecados: los jugadores y las directivas


(continuación de la entrada anterior)

3. Los jugadores. Del ardor guerrero al funesto arte de la simulación acusatoria
Pepe se excedió. Ese pie a esa altura y en esa zona del terreno de juego no venía a cuento alguno. Me refiero, claro está, a la célebre entrada a Alves que decantó la marcha de la eliminatoria y que sirvió para lanzar una llama al interior de un depósito de gasolina. El riesgo lo pagó el defensa reconvertido en tapón de la medular con una expulsión injusta, pues ningún antecedente resulta aplicable cuando ya se han pagado las culpas del pasado con ejemplares y justas condenas. Algunas acciones posteriores fueron, sin embargo, injustificables: el pisotón de Marcelo a Pedro y un feo manotazo de Adebayor debieron ser castigados con rigor. De la agresividad pasaron a la agresión y eso no merece disculpa. Mal.

En el otro lado, los 'buenos oficiales' del planeta fútbol insistieron en una estrategia premeditada pues, al parecer, no les parecía suficiente con su excelso manejo de la pelota para doblegar al Madrid. Ya parece viejo hablar de ello, pero las exageradas actuaciones de algunos jugadores barcelonistas –con Pedro y el reincidente Busquets a la cabeza– revelan la peor cara del deporte de competición, mucho más cuando se complementa con una orquesta de protestas de todos sus compañeros, los que juegan y los que están en el banquillo. Simular lo que no existe y señalar con el dedo al falso culpable de los inexistentes hechos está en lo peor de la naturaleza humana, desde los pasillos de los colegios con sus acusicas tramposos de turno hasta las semifinales de una Champions League. Y rematarlo con insultos racistas es el peor broche concebible. Así nos va.

4. Las directivas. La agitación tribal la carga el Diablo
Presos de un ataque de populismo ante sus simpatizantes los directivos del Barcelona y del Real Madrid se lanzaron a una pelea de denuncias sin sentido.  La falta de raciocinio llegó hasta los despachos, esos espacios serenos en los que debería reflexionarse con calma para llamar a la prudencia. Pues no. Ninguna de las dos denuncias iba a ninguna parte porque intentaban perseguir hechos que en modo alguno resultan denunciables ante un organismo como la UEFA, a la que ya dedicaremos el espacio que merece otro día.

Le guste o no al Barcelona, al ciudadano Mourinho también le asiste el derecho a la libertad de expresión y, si alguien siente que se ha extralimitado en su ejercicio y que lo ha hecho en perjuicio de su honor, los tribunales de justicia existen para algo en un Estado de derecho. Y, le guste o no al Madrid, lo que sucede en el terreno de juego no puede volver a enjuiciarse... y mucho menos si tienen que hacerlo quienes designaron a Stark. Lo peor es que todos han agitado con tanta ansia como voluntad las bajas pasiones de sus respectivas tribus, algo sobre lo que la historia nos deja aterradores precedentes.

lunes, 2 de mayo de 2011

El clásico IV. Pecadores y pecados: Mourinho y Guardiola


Se acaba el carrusel de clásicos y el cuarto y definitivo enfrentamiento llega contaminado por una atmósfera de tensión con pocos precedentes por la cantidad de agentes participantes. La falta de un juego brillante por parte de Real Madrid y Barcelona, cada uno con sus llamativas renuncias, ha dejado paso a una cadena de despropósitos protagonizadas por los implicados. Todo el mundo ha pecado. Y éstos son, por entregas, los pecadores y las faltas que han cometido.

1. José Mourinho. La sinceridad en bruto es una virtud sobrevalorada
Cualquiera conoce a individuos que no paran de presumir de "ir de frente" y de decirle a los demás todo lo que piensan sobre ellos "a la cara". Uno enciende la televisión y se topa frecuentemente con gente iletrada que construye su imagen pública alrededor del escándalo y bajo la coartada de que "no son unos falsos". Y tienen sus seguidores, crédulos ante la tiranía de la sinceridad como valor incuestionable en cualquier dosis. Pero ser sincero sólo es un gesto virtuoso en los márgenes adecuados. La sinceridad a ultranza y sin filtro condenaría a la especie a la extinción. Así de claro. Si a todos nos diera por explicitarle con crudeza a nuestros semejantes lo que opinamos sobre ellos la convivencia sería imposible. La civilización también es el arte de callar a veces y a tiempo. Lo cual no significa ser un mentiroso o un pusilánime.

Mourinho, que no es ningún ágrafo, ha explotado la imagen de quien no esconde nada ni se arredra ante nadie. Su derroche verbal es incontenible y responde a una actitud que el luso no pretende sacarse de encima. La rueda de prensa posterior a la ida de las semifinales de Champions no fue más que la culminación de una temporada en la que el entrenador ha disputado los partidos también en las salas de prensa. A su discurso, envuelto en ocasiones en una forma populista y carismática, no le ha faltado alguna parte de razón y por eso ha conectado con un sector significativo del madridismo que se siente maltratado y que está integrado por veteranos y noveles. Pero el exceso no es buen negocio, ni siquiera cuando te escudas en una virtud tan sobrevalorada como la sinceridad en estado bruto.

2. Pep Guardiola. El peligro del cinismo
Hay algo peor que la sinceridad desmedida: hacer exacta y conscientemente lo contrario de lo que predicas. A ese innoble arte se ha entregado el modélico e introspectivo Guardiola, curiosamente justo a continuación de llevarse el único bofetón serio de su corta y triunfante carrera. No puede ser casual que poco después de la derrota copera se atreviera a prejuzgar a un árbitro por la nacionalidad que figura en su pasaporte. Él, que nunca jamás hablaría sobre los jueces. Y después vendría lo del "puto amo", lo de la "central lechera" y otras majaderías extemporáneas.

Puede que Pep, que se gasta un posado de intelectual atormentado, haya aguantado demasiados desaires de su colega capitalino y que la afrenta se haya extendido durante un tiempo insoportable. Pero el último enfrentamiento, que ha desembocado en una tormenta descomunal, lo prendió solito, y como quien no quiere la cosa,  el ciudadano de "un pequeño país que pinta poco". Coincidió con un fracaso deportivo, detalle que sería menor si no fuera porque con el 0-2 de la ida europea en la buchaca volvió a no opinar sobre árbitros y rivales. En ese preciso instante reincidió en el cinismo, un arma muy peligrosa para quien la sufre. Porque, puestos a elegir, uno se da cuenta de que el bruto sincero siempre te invita a salir del bar para zanjar las diferencias mientras que nunca sabes por dónde te llegará el navajazo del cínico.

domingo, 1 de mayo de 2011

Real Madrid 2 Zaragoza 3. Hemorragia liguera


Si algún madridista quería dejarse arrastrar por una ola prefabricada de optimismo de cara a la vuelta de Champions ayer se llevó una ducha gélida en el ánimo. Perdió el Madrid por segunda vez en el Bernabéu y volvió a hacerlo ante un rival menor y animoso, de ésos que sufren un martirio para salvar la categoría. Se llevó el Zaragoza tres puntos de oro al aprovechar la falta de tensión competitiva y de fútbol elaborado de los blancos. Faltó una vez más Xabi Alonso y sus compañeros demostraron que, huérfanos del único mediocentro de garantías que tiene la plantilla, sólo saben generar juego ofensivo a domicilio y contra equipos que se sienten exigidos a buscar la portería de Casillas.
Al inteligente Aguirre le bastó con plantar una línea de cinco hombres comprometidos en la frontal del área de Doblas para neutralizar las ofensivas merengues. No le sirvió a Mourinho el "simpático plan B", que incluía la novedad de Pepe por Lass en comparación con el festín de Mestalla ante un Valencia que dejó todos los espacios imaginables. Lo de Pepe y su conversión en centrocampista merece un examen monográfico aunque cualquiera ve que sólo puede tratarse de una solución muy puntual para circunstancias muy especiales. Y nunca más.
El trío formado por el portugués, Granero y Canales dio pena. Los dos últimos propiciaron además dos tantos maños por malos pases y caídas tontorronas. En el que abrió la tarde colaboró Casillas, un portero de leyenda que nunca ha manejado los pies de forma portentosa. Una patada al aire le abrió la puerta a Uche y a Lafita, que aprovecharon el inesperado regalo justo antes del descanso. Y hasta entonces lo visto en el césped de la Castellana era de una vulgaridad atroz, con un circulación espesa de la pelota y una falta absoluta de profundidad por las bandas. El único que lo intentaba con cierto afán era Kaká, mientras Higuaín y Benzema se diluían porque forman una pareja letal de delanteros cuando el balón viaja rápida y verticalmente.
Mou lo intentó arreglar dando entrada a Özil, Di María y Marcelo. Sólo un minuto después de que el nuevo once se plantara en el campo llegó un innecesario penalti de Carvalho a Lafita. El 0-2 parecía definitivo aunque al Madrid todavía le faltaba su tradicional ataque de orgullo. Ramos invocó a la esperanza al apretar el marcador con un cabezazo a la salida de un saque de esquina. Al poco pudo llegar el empate si el árbitro hubiera señalado un evidente penalti sobre Kaká, si bien a los colegiados les suele costar un horror concederle al Madrid nada que les genere la mínima duda. Lo mismo sucedió con las expulsiones, pues Carvalho se fue a la calle con justicia sin que Diogo, que hizo más méritos, siguiera idéntico camino. Cosas que pasan.
Y cosas que le pasan con frecuencia a este club pero que nunca deberían maquillar algunas realidades puramente futbolísticas. Por ejemplo, que tres defensas no pueden tapar al mismo tiempo una banda durante un contragolpe para dejar una autopista hacia el cielo en el lado contrario. De esa triste forma llegó el tercero del Zaragoza, marcado con sangre fría por Lafita. El 2-3, anotado por Benzema a falta de cinco minutos y gracias a una acción notable de Di María –el único atacante blanco que desbordó a sus oponentes– sirvió para añadir unas dosis de morbo al penoso desenlace.
¿Cuántos puntos se ha dejado el Real Madrid ante equipos de la mitad baja de la tabla? Ésa es una buena pregunta a la que tendrá que responder Mourinho y ante la que no podrá añadir que su responsabilidad en el derroche "es 0". Parece obvio que en Liga no ha sido capaz de crear un estilo solvente que demuestre la sideral distancia a la que están clubes como Osasuna, Almería, Deportivo, Sporting o Zaragoza, por no añadir las dolorosas concesiones de empates ante Levante y Mallorca. La reflexión habrá que aplazarla, si bien es una exigencia propia del honor y del orgullo que acompaña al escudo que se detenga la sangría en lo que resta de campeonato. Con cualquier otro técnico en el banquillo el madridismo no lo toleraría. Y tampoco, si continúa, se le debería disculpar a éste.