Un déjà vu es un efecto psíquico que consiste en experimentar una realidad como si ya la hubieras vivido en el pasado. Pues bien, el Real Madrid le procuró anoche a su parroquia el enésimo déjà vu en lo que va de Liga. Después de las frustrantes experiencias de Mallorca, Levante, Almería y Osasuna, los blancos fueron a dejarse otros dos puntos decisivos -que sumados a los anteriores hacen la friolera de ¡once!- en un campo habitado por un equipo menor que supo ponerle en problemas. Pudieron llevarse los tres puntos a Chamartín, sí, pues en los veinte últimos minutos dispararon dos veces al palo, exigieron a un Aranzubía en estado de gracia y hasta sufrieron un ataque de mala suerte. Pero accidentes así pueden suceder cuando tu entrenador reduce el destino de un duelo a un margen tan escaso de tiempo.
No está el Madrid para jugarse un campeonato en Riazor con Kaká en el once titular y mucho menos compartiéndolo con Özil y con Lass por delante de Xabi Alonso. Y Mourinho debería saberlo. Es más, da toda la impresión de que fue consciente, pues retiró al brasileño y al francés de forma simultánea a los quince minutos de la segunda parte, instante en el que unos y otros ya disparaban sus esperanzas y sus angustias. El asunto tampoco mejoró, ya que Özil tuvo que jugar casi de mediocentro y el Dépor se vino arriba. Mou rectificó de nuevo, lo que quiere decir que se equivocó una segunda vez dejando al once partido por la mitad. Entró Granero, el mediapunta alemán pasó al enganche con libertad de movimientos, Di María empezó a entrar como un sable por las bandas y el ataque merengue carburó y acumuló ocasiones en las botas de CR7, Adebayor y Benzema. La mala noticia es que ya sólo quedaba la recta final, un territorio en el que todo puede pasar. Por ejemplo, que te vayas a la cama con la impotencia de haber tirado por la borda el enorme trabajo de Cornellá. Una vez más.
Hasta que el Madrid tuvo un dibujo equilibrado -con sólo tres defensas, pero equilibrado- la espesura tranquilona de otras veces se volvió a apoderar del juego de ataque. Cuesta horrores jugar a domicilio contra bloques arropados y aguerridos, especialmente si no hay velocidad en los espacios decisivos de la cancha enemiga. Ese objetivo es especialmente difícil cuando buena parte del plan pasa por Lass, un centrocampista que necesita tres toques de pelota antes de devolverla en unas condiciones medianamente presentables. Y la complicación tiende a lo imposible cuando por delante está Kaká, seguramente el mayor fiasco por relación coste-prestaciones de la historia del deporte de alta competición. Si no lo es, cerca anda. Por favor, en caso de que alguien que lea esto todavía crea que es una estrella recuperable para este Madrid que lo haga saber: estudiarán el caso de su infinita ilusión en los centros investigadores más prestigiosos del mundo.
La conclusión es que el Madrid, por errónea decisión de su entrenador, regaló sesenta minutos de placidez a su correoso oponente, el mismo que, como tantos otros, se sobreexcita cuando tiene delante la zamarra blanca. En alguna ocasión merodearon los deportivistas por el área de Casillas, aunque dieron claras muestras de sus limitaciones técnicas en ese aspecto. Les dio un poco igual, en cualquier caso, pues sólo con orden, manejo de las circunstancias y cierta complicidad arbitral -por la vía de consentir parones, faltas y pérdidas- le sacaron un estupendo botín a su lujoso invitado. Así, dejándose tantos puntos en estadios que sufren por conservar la categoría, es una utopía soñar con disputarle el campeonato a un líder tan fiable, con un técnico tan poco dado a la extravagancia en sus alineaciones, como al que persigue el Real Madrid. Triste conclusión que genera rabia y amargura.