La remontada no pudo ser. Un cuarto de hora de fútbol total y unos instantes finales de arreón dejaron al Madrid a las puertas de Wembley, con la miel en los labios. Ganó 2-0, un resultado en principio excepcional en cualquier eliminatoria europea, pero inválido por el cataclismo de la ida. Por tercer año consecutivo el equipo dirigido por Mou se quedó en semifinales, la antesala de la gran cita de la temporada. En esta ocasión ocurrió en un Bernabéu enfebrecido, que vio cómo se acumulaban oportunidades durante un rato y que creyó hasta el último suspiro, cuando parecía que podría obrarse el milagro de un 3-0 en apenas ocho minutos.
Buscarle racionalidad a la crónica es todo un desafío cuando casi todo se explica desde las vísceras, especialmente en dos bloques muy delimitados. Los quince minutos de inicio y los diez del final se parecieron al partido diseñado en los sueños de los madridistas, aunque por causas muy distintas. Con una energía aliñada de inteligencia, el once blanco empequeñeció de salida a sus rivales, les robó con inmediatez y se plantó con vértigo ante su marco. Las ocasiones no tardaron en llegar. Hasta cuatro, tres de ellas clarísimas. Faltó la puntería y el bajón fue inevitable. La ausencia de acierto dio paso a un escenario mucho más rugoso y en el que la energía se fue vaciando.
Por enumerar las prístinas aproximaciones, todo empezó con un mano a mano de Higuaín. Como en tantas otras situaciones de máxima presión, el argentino se ofuscó y estrelló la pelota contra el cuerpo del portero. Puede que algún año el Madrid tenga un delantero centro de dotes implacables cuando toca no errar. De momento, y desde hace años, paga con creces ese carencia.
El eterno retorno hacia el fallo del Pipa, reprendido por parte de la grada cuando el asunto ya pintaba imposible, tuvo continuidad en un remate desde el área pequeña de Cristiano que también sacó Weidenfeller. Y todavía más franca fue la de Özil, que condujo en soledad y con todo el tiempo del mundo hacia la portería alemana para echar el esférico incomprensiblemente fuera. No cabía más clemencia, tanta que resultó definitiva.
Sobre la conciencia del mediapunta también pesó el recuerdo de su equivocación. Hasta ese instante había desempeñado un rol importantísimo, apareciendo en todos los huecos y dejando en ventaja a sus compañeros. Pero a partir de entonces su juego se tornó impreciso. Como él, Xabi también se fue apagando al pavoroso ritmo de sus declinantes prestaciones físicas, algo que sucedió de forma propocional al crecimiento del Borussia, un equipo que afrontó con dudas el primer acto y que habría que haber visto exigido por una distancia más corta a la eliminación durante más tiempo.
Como no fue así, el bloque germano se fue tornando cada vez más serio, hasta dar la cara fiable que le lleva acompañando durante los últimos meses. Lo cierto es que a medida que caían los minutos los que pasaron a disculpar el gol fueron los alemanes. Lewandowski casi revienta el larguero de Diego López, quien poco después sacó a Gündogan un tiro a bocajarro que recordó a las estiradas providenciales del mejor Casillas. Tampoco mató el Dortmund y a punto estuvo de costarle una final europea.
No parecían tan graves los desaciertos del Borussia, pero el caso es que Benzema marcó en el 82 y la gente se volvió loca. Contra toda lógica, pues quedaba muy poco y al equipo le había costado un mundo encontrar las mallas. Dio igual. Si "el espíritu de Juanito" existe debe de parecerse mucho al clima que se apoderó del Bernabéu y que alimentó, como buque insignia, Sergio Ramos. Lo intentaron los blancos con una confianza excepcional, multiplicada cuando encontraron además otro tanto del defensa sevillano a pase de Benzema.
Los cimientos del estadio temblaban aunque solo un saque de esquina rematado fuera por Ramos se pareció al loco pasaporte a la gloria. El subidón concentrado de los postres coqueteó con el delirio aunque después abrió paso al bajonazo de la caída. El partido dejaba una dosis notable de dignidad, que no se vio acompañada de varios elementos indispensables. Uno de ellos se explica leyendo las líneas anteriores y comprobando qué nombre falta en ellas: Cristiano Ronaldo. El astro portugués, superlativo durante todo el curso, no estuvo fino en las semifinales por razones evidentemente físicas. Él, que es todo explosividad, careció del punto que le eleva sobre los demás. Lo cual, sazonado con los perdones y con la falta de fuelle de Xabi, ayuda a entender lo que la pasión desbocada casi convierte en otro hito histórico.
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