Ganó el Madrid, como siempre, el derbi que se disputa en la ribera del río Manzanares. Da igual el empuje de los nativos, el recuerdo de que la "estadística es historia", el enunciado "esta vez sí", el desahogo antimadridista, todo da igual. Las paradas en la estación del Calderón empiezan a ser un trámite feliz para la afición blanca: uno se baja, se pide un cortado y se marcha un poco más relajado y con media sonrisa en los labios. El trauma colchonero empieza a adquirir unas dimensiones estratosféricas, pues pase lo que pase y bajo cualquier circunstancia, la historia siempre acaba igual. Con victoria del eterno enemigo.
El contexto del duelo de anoche estaba marcado por un calendario al que Mourinho volvió a referirse en la rueda de prensa posterior. "Nos obligan -dijo- a hacer dos grandes esfuerzos en tres días, pues yo pongo el trivote". Lo declaró con cierta ironía y sinceridad. El agotamiento suele hacer perder posiciones y todo el mundo sabe que ese hecho iguala a los contendientes cuando entre los dos media mucha diferencia de calidad. Xabi, Lass y Khedira, en teoría, prometen un bloque más compacto, aunque los hechos no fueron del todo así. Al menos, eso es verdad, le pusieron músculo e intensidad a una cita que transcurrió con una apariencia más igualada que en antecedentes próximos en el tiempo.
Los 45 minutos de inicio se resumen en un permanente intercambio de golpes del que salió beneficiado el que tiene más pegada. Como siempre, al Madrid le llevó muy poco tiempo mancillar el electrónico del Calderón. 600 segundos, diez minutejos de nada, y los rojiblancos ya chupaban rueda gracias a una magnífica asociación de Xabi Alonso con Khedira y del germano con Benzema, el enrachado e implacable francés que ha dejado atrás el autismo para transformarse en todo un liquidador. El tipo que ha marcado 10 goles en los últimos 8 partidos -números de otro planeta- resolvió delicadamente un mano a mano con De Gea, a quien batió en una especie de vaselina. Y reaccionó el Atleti con bravura.
En contra de la costumbre adquirida últimamente, los locales se vinieron arriba y encerraron a los blancos en su área. Casillas, el mejor de la noche, se vio exigido por Agüero, por Reyes y hasta por Godín, éste a la salida de un saque de esquina. Iker gritaba a sus colegas y les exigía concentración y sus colegas le correspondieron con una jugada veloz en la que Benzema se desmarcó, CR7 pidió penalti, Marcelo tuvo fe y Özil remachó con la zurda desde la frontal. Los rojiblancos jugaban, a esas alturas, su mejor derbi en años y acumulaba dos tantos en contra. Una losa demasiado pesada.
La segunda parte fue una réplica menos intensa de la primera. El Madrid jugó con la hucha del ahorro energético en la mano y administró esfuerzos por lo dejado atrás y por lo que queda por venir. Al equipo se le veía física y mentalmente agotado, hasta el punto de que Cristiano ofreció una estampa muy inusual, fundido y en cuclillas sobre el césped con todavía veinte minutos por disputarse. La insistencia atlética bajó en dosis de fe, sobre todo cuando Casillas le sacó otra gloriosa oportunidad a Agüero. No falló, sin embargo, el menudo argentino cuando el reloj entraba en la zona del epílogo. Pasó la legión blanca por un sufrimiento inesperado aunque se llevó el premio de siempre: tres puntos en el provechoso Calderón. Tres puntos imprescindibles antes de un incomprensible parón que meterá la Liga en un paréntesis de quince días. Tiempo para meditar sobre una de las rectas finales de temporada más apasionantes que se recuerdan en muchos lustros.