Anoche murió CNN+ España, sustituido por el canal 24 horas de Gran Hermano. Casi a la misma hora en la que se perpetraba el enésimo retrato de la degeneración colectiva -trazado en este caso por Paolo Vasile, Juan Luis Cebrián y los millones de españoles que han dimitido de su condición de ciudadanos- las radios deportivas echaban humo con la enésima entrega del culebrón Mourinho anda suelto. En Punto Pelota repetían una y otra vez las imágenes del protagonista en un aeropuerto, a cámara lenta y con zoom digital para subrayar el mensaje. Las palabras de los analistas brotaban de forma acelerada en Intereconomía y en otros medios. Que si la había liado parda en Barajas, que si había intentado agredir a varios fotógrafos, que si el Madrid no puede permitirse una imagen así. Bla, bla, bla. En algunas tertulias las opinones se proyectaban a grito pelado. Como si eso diera más sustancia al argumento. ¿Argumentos? Hace demasiado tiempo que desaparecieron del periodismo deportivo patrio en favor del puro ruido.
Que CNN+ España caiga sobre el suelo cautiva y desarmada y que los comunicadores supuestamente especializados en asuntos futboleros llenen minutos, páginas e imágenes con la interpretación de hasta el último gesto de un entrenador son dos cuestiones íntimamente relacionadas. El espectáculo sustentado en la pura anécdota, en el vacío y en el exabrupto efectista lo contamina todo. Es evidente que la inteligencia es una materia prima en vías de extinción en el paisaje mediático, ese universo emponzoñado en el que las técnicas de la prensa amarilla o rosa -elijan el color que más les apetezca- lo han impregnado todo. Incluido, por supuesto, el honorable mundo del deporte.
Así las cosas, lo cierto es que Jose Mourinho se ha convertido en un valor seguro del mercadeo cotilla al que se entregan nuestros queridos periodistas, esos sujetos que habitan las tertulias del vocerío sin sustancia. Mou es la Belén Esteban del imprevisible esférico. Alguien de quien se puede rajar todo y más. Como personaje no tiene precio. Es antipático, malencarado, fanfarrón. Tiene vitola de triunfador, por lo que verle caer constituye una trama sumamente atractiva. Y apedrearle en su caída lo es mucho más. La única diferencia con la Esteban es que, con todos sus defectos -que ponen en duda, incluso, su idoneidad para ocupar el banquillo que habita-, Mourinho es un profesional. Un tipo formado y estudioso que calcula estrategias, motiva a unos deportistas de elite y toma decisiones en las que se juega su prestigio. La otra... en fin.
Vamos a decirlo sin más rodeos: que Mou llegue fuera del horario previsto a un aeropuerto NO ES NOTICIA. Y convertir el episodio en tal es un escándalo que empobrece el sentido de una profesión bajo mínimos que está contribuyendo al deterioro de la imagen de la institución madridista. Suena mal, pero suena mucho peor que el ruido de fondo esté alimentado por los máximos responsables del club. A la espectacularización rosa del detalle y a la explotación del morbo hay que sumarle el cruce de intereses de unos y de otros. Intereses cómplices, por desgracia. La prueba es concluyente:
La portada es histórica, no tanto por su mensaje -que también- sino por el hecho de que ponía fin a una grosera campaña de desprestigio que gozó del silencio cómplice de los despachos nobles de Concha Espina. No se trata de remover el asunto, magníficamente glosado en su día por La libreta de Van Gaal. Eso sí, deja poco lugar a la duda que una organización que no defiende a los suyos o que los utiliza como carnaza para la trituradora del amarillismo rampante se condena a sí misma a no ser respetada.
La prueba es que con Mourinho, al que este blog no quiso como responsable técnico del Madrid, ya hay barra libre. Es cierto, además, que no es buen sistema apagar incendios con gasolina, líquido que el luso emplea con demasiada frecuencia. Pero la única y terrible verdad es que la junta directiva, con su presidente y sus directores generales a la cabeza, está a años luz de detener la espantosa vorágine a la que nos han arrastrado a todos, técnicos, jugadores y aficionados incluidos.
Que nadie se engañe: siempre hemos sido antipáticos para el antimadridismo. Siempre hemos tenido en nuestras filas a canallas adorables como Juanito o Hugo Sánchez, héroes nada discutidos por la memoria blanca y elegidos como dianas predilectas por los aficionados rivales. Lo único verdaderamente novedoso es el clima verbenero, sensacionalista y desquiciante que rodea a la gigante máquina construida por Florentino. Él ha alimentado al monstruo gritón que hace negocios con el club o que explota su imagen desde lejos tras colgarle el cartel de villano oficial de la película. O que lo masajea sin desmayo con jabón, pues tan rosas son los manipuladores dañiños como los aduladores oficiales del reino.
Lo malo, lo verdaderamente terrible, es que ese monstruo acabará devorando a Mou y al que se ponga por delante. Y si no, al tiempo.