Volvió la rutina liguera con victoria y sones de paz. Se anunció a Mourinho por la megafonía y se escuchó una ovación unánime. En el césped de nuevo hubo remontada y los nervios apenas emergieron durante la provisional derrota. De la portada chunga del Marca y de la fractura en la masa social parece no quedar ni el soniquete. La dignísima eliminación en el Nou Camp ha tenido, por extraño que le parezca a algunos, efectos balsámicos. La historia de la humanidad está llena de derrotas épicas en batallas que fueron esenciales para la victoria definitiva de las guerras. De momento, el 3-1 mantiene la de la Liga en una agradable distancia.
Desactivada la tensión de los clásicos, al Madrid le costó encontrar la electricidad en un ambiente gélido y ante un público tendente a la impasibilidad. Ni siquiera el gol tempranero de Lafita, al parecer un jugador nacido para golear exclusivamente en el Bernabéu, supuso una llamada a la movilización general. Por cierto, la acción llegó por un mal extendido este año en Chamartín y que tiene que ver con un deficiente repliegue defensivo y con desajustes posicionales serios. Los colistas, parapetados en la frontal de su área, invitaban también a sus rivales a tocar durante largos pasajes. Así el asunto, los blancos se lo tomaron con calma y se asociaron con cierta premura en la circulación.
Kaká llevó todo el peligro durante los 45 iniciales. Peinó con la cabeza la pelota en un saque de falta que se fue por poco y llegó tarde a una de las escasas contras que propiciaron sus compañeros. A la tercera, sin embargo, no perdonó. Carvalho aprovechó la libertad que le concedieron para subir unos metros y meter un pase visionario. El brasileño tiró un desmarque sobresaliente y definió con seguridad. Solo una falta sacada por CR7 pudo abrir la puerta de los vestuarios con ventaja en el marcador. Con una paciencia que rozaba la parsimonia, con un Özil abundante en detalles y un Benzema anestesiado por sus marcadores mandó Iturralde a descansar a todos los presentes.
Poco duró en cualquier caso la incertidumbre, si es que era una emoción que algún seguidor blanco llevaba consigo. Uno de los reponsables fue CR7, que empujó el 2-1 tras un pase muy preciso de Özil desde la derecha. Lo celebró con alegría. Y el personal coreó su nombre. Parémonos aquí: si alguien tiene algún reproche para la estrella portuguesa solo una aberrante obcecación puede mantenérselo con vida. Ronaldo ha reaccionado al injusto trato de la grada con una madurez incontestable. Luchador y generoso en el esfuerzo, además de competitivo como siempre. Su respuesta es una de las mejores noticias que puede recibir el madridismo, tan presto -por influencia del entorno sensacionalista- a dejarse llevar por los malos rollos, reales o presuntos.
Y, además, Özil. El jugón de apariencia frágil ha vuelto y verle jugar es un lujo. Cada pausa, cada recorte y cada entrega poseen una estética sedosa. Por si fuera poco, marcó el 3-1 en las postrimerías de una jugada veloz y precisa de sus colegas. Con una ventaja más cómoda descansó Xabi Alonso, seriamente tocado en su estado físico y con molestias musculares. También abandonó el campo Benzema, que seguramente hizo su peor partido de la temporada. Y Kaká, irregular aunque efectivo, se marchó entre aplausos.
Las entradas de Lass, Higuaín y Callejón no cambiaron los acontecimientos en demasía. Se vio obligado el Madrid a bajar una velocidad y a ahorrar combustibe, pues el depósito anda regularcillo. Marcelo jugó durante un rato a la pata coja y en el medio del campo porque no le quedaban a Mourinho más sustituciones. Callejón cubrió su puesto en el lateral y con su entusiasmo le sobró para resolver el encargo. Ahora la temporada entra en una de las escasas fases sin citas entre semana. Acumular oxígeno y mantener la concentración son las dos misiones que toca cumplir ahora. Y conservar el buen rollo.