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domingo, 8 de mayo de 2011

Sevilla 2 Real Madrid 6. Ambición hasta el final

 
El deporte sin tensión competitiva es como un huevo sin sal: algo insípido y casi contradictorio que carece de atractivo. Por eso se adivinaba en la noche sevillana un trámite de malas vibraciones para el madridismo. El propietario del Sánchez Pizjuán, un bloque correoso y tendente a la sobreexcitación, se jugaba tres puntos importantes. Su invitado, sin embargo, llegaba en declinante camino de regreso a casa. Después de atravesar el tramo más intenso de temporada que se recuerda en décadas el Madrid saltaba al césped sin más en juego que retrasar el inevitable alirón del Barcelona. Muy poco, casi nada, como para animarse. Y en ese escenario, francamente propicio para los locales, se desató una fiesta redondeada con media docena de goles, una sinfonía de preciso juego ofensivo durante 45 minutos y cuatro dianas de un infatigable cazador llamado Cristiano Ronaldo.
Prueba futbolística de que Mourinho debe continuar en la jefatura del vestuario blanco -al margen de las consideraciones extradeportivas y de algunos errores puntuales en lo competitivo que habrá que rectificar- es el carácter que ha sacado el equipo en citas en las que el absentismo se antojaba disculpable. Desde luego la de Nervión era una de ellas. Sobre su hierba se plantó una alineación en la que convivían Özil, Kaká, CR7 y Benzemá, con Xabi Alonso y Lass por detrás. La acumulación de talento, sumada a ausencias decisivas enfrente como la de Rakitic, le dio la posesión de la pelota a los visitantes, aunque con muy exiguos espacios por delante. Dio igual. El objeto redondo viajó a gran velocidad a través del calzado de un ballet que era todo precisión. Por si fuera poco, cada saque de esquina era una endodoncia sin anestesia para la zaga sevillista. A la salida de uno abrió el set Sergio Ramos. Poco después avisó Ronaldo en otro con un testarazo al poste. Ese fue el aperitivo que se tomó el delantero luso antes de su banquete de cuatro platos, el primero de los cuales llegó tras una dejada de cabeza de Pepe. Kaká cerró el 0-3 previo al descanso en un excelente disparo desde una ventajosa posición habilitada por un tal Özil. 
Özil, que partió desde la derecha pero que se movió con amplios márgenes de libertad, impartió una lección magistral y en voz baja de lo que es y de lo que, en parte, no ha podido demostrar en la eliminatoria de Champions: un tremendo pelotero cuya prodigiosa inventiva está perfectamente conectada a sus menudos pies. En el quinto habilitó a Cristiano en el momento justo con un pase vertical que le dejaba en estricta soledad ante Varas. Y en el sexto se inventó un pase de distancia infinita y a la línea de fondo para Benzema, quien estuvo a la altura del prólogo de la acción para dejarle el epílogo a huevo a un CR7 que conseguía el sexto para los suyos y el cuarto para sus estadísticas privadas. Por cierto, 34 goles en Liga y medio centenar entre todas las competiciones y a falta de tres jornadas. ¿Hace falta decir algo más? Caerá bien, mal o regular. Parecerá un genio o el tipo más chulo que jamás vio la luz del día pero las cincuenta dianas redondean una cifra monstruosa, descomunal, de otro planeta. Es pura matemática y, por lo tanto, algo indiscutible. Y lo demás son juicios de valor para interminables discusiones tan necesarias en la barra de un bar como una caña bien tirada y un pincho de paella dominical.
No le hizo falta al Madrid, por cierto, estar a un nivel formidable en la segunda parte para alimentar a la bestia que lleva ahora el mítico 7. El Sevilla también puso su granito de arena, como cuando Negredo le dio una involuntaria asistencia a "ese portugués" para que marcara a placer el 1-4. De esa manera, el ex canterano demostraba que era el único sevillista enchufado en el partido, para lo bueno -los dos goles locales llevaron su firma- y para lo malo, al menos en la desafortunada acción que agradeció Ronaldo. En general, Gregorio Manzano, tan dado en ocasiones a impartir lecciones de táctica y buenas maneras balompédicas, fue incapaz de imprimirle ni siquiera personalidad a sus hombres, los únicos que realmente se jugaban algo tangible en el envite. Mientras tanto, Mou asumió un papel más discreto y apenas se le sintió en la exhibición de unos pupilos que, según parece, van a rubricar la temporada con una buena imagen que sirva de amable recuerdo para la que se avecina. Que así sea.

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