El regreso al clásico de las buenas maneras terminó con la victoria del Barça y la resaca arbitral de costumbre. En un duelo parejo, con ocasiones repartidas y un tiempo para cada equipo, resultaron decisivas dos decisiones de Undiano, que no vio una mano de Adriano y que se desentendió de un empujón clamoroso a Cristiano cuando el Madrid tenía a su enemigo contra la lona. Poco después anotó Alexis una vaselina magnífica y las opciones se esfumaron, aunque antes ocurrió de todo.
Ocurrió, especialmente, que a Ancelotti le dio un ataque de entrenador con su planteamiento de inicio. El técnico varió todos los planes probados hasta la fecha, da la impresión de que atenazado por el temor. Su equipo saltó al césped con Sergio Ramos de medio centro, con lo que pasó en pocos días de comparecer con una guitarra en la tele a organizar el juego de los suyos. Pepe y Varane por detrás. Se suponía que el objetivo, de apariencia conservadora, consistía en liberar un poco a Carvajal y Marcelo para ensanchar las opciones ofensivas por las bandas. Arriba, ni Benzema ni Morata, sino Bale, con Cristiano y Di María. Sonaba, cuando menos, raro.
El caso es que el Barcelona, fiel a lo suyo, se apropió de la pelota, que condujo con una seguridad teñida de espesura. Con eso le sobró para apurar a los visitantes en dos o tres ocasiones y, sobre todo, para abrir el marcador en una acción de Neymar en la que Carvajal salió a una inoportuna ayuda que dejó en ventaja al brasileño. El despiste fue gol y tuvo continuidad un minuto después, cuando Marcelo se evadió de una acción en la que Messi, fuera de forma, perdonó lo que nunca disculpa.
El asunto pintaba feo porque los blancos ni olían el balón ni, lo que es peor, envidaban con el arma de la rapidez prometida por sus velocistas de arriba. Los tres se diluyeron, participaron poco y lo hicieron durante en zonas de escasa influencia. Para Bale, en plena pretemporada, una cita de semejante envergadura llegó demasiado pronto y los minutos se le escaparon a chorros. Y para Cristiano la vida era de una incomidad evidente. Eso sí, al mínimo resquicio se escapó y puso una pelota que Khedira casi convierte en el empate, cosa que no sucedió por la pierna de Valdés y la mano de Adriano, que arrastrada por el suelo evitó cualquier rechace posterior. Así, con el resquemor de un penalti al limbo y sensación de un Madrid descafeinado se llegó al receso.
Reaccionó Ancelotti y el rumbo de los acontecimientos cambió de forma evidente. Si se le resta al entrenador por la apuesta de partida corresponde darle lo suyo con la rectificación y la notable actuación de sus pupilos durante al menos media hora de superioridad notoria. Illarramendi sustituyó a Ramos y Benzema a Bale, a quien mejoró con mucho porque el francés estuvo entonado y al galés le supera ahora mismo cualquier otro miembro de la plantilla. Al Barça le correspondió mirar, defenderse malamente y ver cómo las camisetas blancas perdonaban.
En una ocasión se interpuso Valdés, quien le sacó a Cristiano un derechazo seco. En otra fue el larguero, que devolvió un violento disparo de Benzema desde fuera del área. Y en la última emergió Undiano, quien miró de forma desconcertante para otro lado cuando Ronaldo sufrió por la espalda la embestida de Macherano. El regalo del árbitro espoleó al Tata, quien rearmó su once con Song y Alexis. No es que mejorara mucho su escenario, pero el viento a favor del azar sopló con el sutil golpeo del chileno que supuso el 2-0.
Ya no había mucho más que hacer, más que lamentarse de otro mano a mano de Khedira y acumular ánimos con la progresión de Jesé, que rubricó en el tiempo añadido una contra mortal de sus compañeros. No quedaba margen para un milagro que hubiera hecho justicia a lo visto sobre el césped, con dos escuadras por debajo de su presunto nivel y una actuación arbitral que desniveló tanto equilibrio.
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@michihuerta