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domingo, 24 de abril de 2011

Valencia 3 Real Madrid 6. Ciclón tras el pasillo


Minuto 30 de la segunda parte. Canal+ Liga ofrece en ese instante de su retransmisión datos sobre el reparto de la posesión de la pelota. Valencia: 60%-Real Madrid: 40%. Según la cifra y en aplicación de la teoría dominante, el equipo dirigido por Mourinho debía de estar jugando al fútbol de forma cuestionable, ramplona o defensiva. El marcador informaba a esas alturas, sin embargo, de un ruidoso 1-6 que reflejaba la tormenta desatada en Mestalla por un once de apariencia extravagante por inédito. Ante el tercero de la competición, un antagonista incómodo por contagio de una afición mayoritariamente resentida, los menos habituales impartieron una lección magistral de ambición, asociaciones en velocidad y acierto goleador... siempre que tu inteligencia balompédica acepte que este deporte se puede practicar maravillosamente poseyendo el esférico durante menos tiempo que tu oponente.
Los jugadores valencianos se dispusieron en forma de pasillo en el prólogo del envite. ante el disgusto general de sus fieles. Buena parte de los aplaudidos no habían disputado un solo minuto en la ya legendaria final de Copa del pasado miércoles. La alineación incluía novedades por todos sus poros: Albiol ocupaba la banda derecha, Garay el centro de la defensa y el canterano Nacho -muy solvente durante todo el partido- el lateral izquierdo. Eso en la defensa, porque la pareja Lass-Granero se hizo cargo de un centro del campo al que se sumaba con intermitencia Canales. Y arriba, el tridente Kaká-Benzema-Higuaín. No sonaba mal, de entrada, si no fuera porque es difícil que una orquesta funcione cuando jamás ha actuado junta y porque tras un subidón emocional como el de hace tres días tampoco es sencillo meterse en peleas comprometedoras. 
Es mérito indiscutible de Mourinho que en esta honda plantilla haya quedado terminamente prohibida la molicie, la desconcentración o la falta de apetito. Sus hombres salieron con el colmillo afilado y se retiraron al descanso con un 0-4 y con una imagen espectacular. En pocos pases rompían la tímida presión valencianista y se plantaban generalmente por el lado derecho y con neta superioridad de atacantes. La vanguardia propagaba el terror, especialmente gracias a Higuaín y a Kaká, que hizo un partido de tintes resurrectos. El argentino marcó tres goles y dio la asistencia de otros dos, algo que está al alcance de muy pocos futbolistas, especialmente cuando acaban de salir de una larga lesión y no han sumado ni minutos ni ritmo competitivo. Y el brasileño disfrutó de lo lindo con espacios y con un físico que respondía a sus dañiñas ideas, siempre verticales y punzantes. 
Kaká brilló con un fulgor desconocido para todos desde su fichaje. Si miramos también a los números,  anotó dos tantos y asistió en otro par de ocasiones. Por si fuera poco, dejó una obra de arte en el sexto de la merienda, cuando se detuvo en seco frente a Stankevicius para, en un visto y no visto, sortearle con un caño y acariciar la pelota al segundo palo de un Guaita que sufrió como nunca. Los pitos en la grada se mezclaban con la admiración del madridismo, asombrado ante el regalo sorpresa y postcopero con el que sus ambiciosos representantes en el césped tenían a bien obsequiarlos. Un detalle al que, por cierto, también se había sumado Benzema, firmante del gol que abría el set y autor también de un trallazo seco al larguero que acabó siendo el prólogo de un relato muy feliz. 
Como todo no puede tenerse generalmente en la vida, la relajación final y cierto déficit de fondo físico le permitieron al Valencia maquillar el resultado y mancillar levemente la imagen de la retaguardia blanca. Era lógico y humano, por mucho que en los últimos minutos aparecieran CR7 y Xabi Alonso, éste por un Canales al que Mourinho está educando con una sola y sólida lección: en cuanto uno no trabaja, al banquillo. Nada empañó, sin embargo, el gozo de una actuación espectacular que permanecerá en la memoria durante bastante tiempo. Porque, tal y como afirmó por la noche el periodista Iñaki Oteiza, "el Madrid practica con el Valencia el efecto Copa: lo tumba, lo abolla y le pasa por encima".

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